Península Challapata, el rincón encantado del Titicaca

El cantón del municipio de Escoma se abre al turismo con atractivos naturales, espirituales, gastronómicos y una vivencia con su cultura  

Encima de una alfombra de totora han acomodado un aguayo de colores intensos, que guarece un apthapi tradicional. El almuerzo para despedir el recorrido tiene su encanto, como toda la ruta en un rincón encantado de Escoma, a orillas del lago Titicaca.

El municipio de Escoma —160 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz— se encuentra en un lugar privilegiado, cerca del territorio peruano y a orillas del lago Titicaca. No sólo eso. El cantón Península Challapata cuenta con atractivos arqueológicos, culturales y naturales hacen que este territorio sea un lugar ineludible de visita.

Conscientes de esas fortalezas, un grupo de pobladores de las comunidades Challapata Grande, Challapata Belén, Sacuco y Sañuta formaron la Asociación de Turismo Comunitario de la Península Challapata (ASTUCOPECHA), con el objetivo de mostrar todos esos atractivos no sólo a los bolivianos, sino también a los extranjeros, en un tour que denominaron El Ajayu del Lago Sagrado.

Congreso de aves

Inmediatamente después de las cuatro horas de viaje desde la sede de gobierno, el grupo de visitantes camina por las orillas del Titicaca para contemplar un encuentro de varias especies de aves, que descansan en este lugar apartado de la contaminación y de los humanos.

Durante la caminata, Miguel Macuchapi —agrónomo que decidió apostar por el turismo— cuenta que ese espacio estaba anegado de agua y que era un límite natural entre los campos de pastoreo y esta parte del río Suches, que nace en el territorio peruano y que desemboca en la parte boliviana del lago.

Hay que hablar en voz baja y avanzar lentamente para no asustar a algunas de las 26 especies de aves que habitan en este sector. El lugar es como un paraíso, pues se puede apreciar bandadas de pariguanas, wallatas, chocas, uncallas,  playeros, lequechos, junqueros, tiki tikis, gaviotas y golondrinas.

“La primera vez que vine, en un paseo de hora y media hemos identificado 24 especies de aves nativas. Hay una endémica del lago Titicaca, el zambullidor”, cuenta Reynaldo San Martín, quien se dedica a la fotografía de la naturaleza y que es asiduo visitante de este espacio.

Según Miguel, la mejor hora para caminar por ese edén es el atardecer, cuando todas las especies se reúnen en esta desembocadura del río Suches y trinan de manera acompasada, como si fuera una asamblea de aves.

La magia del lago

Víctor Laguna es ingeniero agrónomo y ecologista que trabajó varios años en reservas naturales. Cuando se jubiló, retornó a su comunidad y notó que había varios atractivos que pueden interesar a los turistas.

Fue así como, en 2015, él y otras  personas crearon Astucopecha, con algunas ideas, pero nada concreto para hacer un proyecto perdurable.

“Se creó en el Año Nuevo Andino Amazónico, con varios hermanos que vieron la necesidad de agruparse y generar alternativas de desarrollo en el lugar”, dice Miguel.

La pandemia por el coronavirus fue un escollo y, a la vez, en una oportunidad, ya que obligó a cancelar el proyecto turístico. No obstante, cuando pasó la emergencia médica, vieron en el turismo una manera para lograr ingresos económicos.

El Observatorio Boliviano para la Industria Turística Sostenible (Orbita) —con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDCR) de Canadá— inició un proyecto en el que encontró 139 emprendimientos de turismo comunitario en el país, de los que siete tienen condiciones para operar. De esa cantidad, la ONG eligió a Astucopecha para llevar a cabo un plan completo de turismo comunitario.

“Se les ha dado capacitación técnica y se fortalecieron sus productos para diseñar un servicio de clase mundial y cambiar la vocación de estos territorios, que ahora son agrícolas, para que generen recursos a través de la venta de servicios turísticos”, explica Andrés Aramayo, gerente de Orbita.

Al respecto, Melvy Plata, integrante de Orbita, dice que se trabajó con los pobladores en el desarrollo de una oferta turística enfocada en la innovación, sostenibilidad, calidad y en marketing con el fin de atraer visitantes.

“Queremos demostrar que es posible desarrollar otra forma de desarrollo, sin tirar mercurio al agua, sin quemar el bosque y sin entrar a áreas protegidas”, sostiene Aramayo.

La playa encantada

Don Víctor dice que se creía que la playa estaba embrujada y que no recomendaban ir solos. Con los años comenzaron a llegar muchos visitantes a esa ribera, no sólo para refrescarse, sino también para aliviar sus dolencias.

Todos descalzos sobre una arena fina y caliente, al entrar en el agua cristalina y ófrica se nota un cambio brusco de temperatura.

“Al hacer transición entre frío, caliente, arena y agua, todo ello ayuda al cuerpo”, explica Miguel. Lo que descubrieron es que el cambio de temperatura ayuda a aliviar los dolores de reumatismo y artritis. Para ello, algunas personas incluso se entierran en la arena para relajar el cuerpo. Es una sensación muy agradable.

Manos a la obra

“La mayor parte de nuestras tradiciones está extinguiendo y es bueno recordar a nuestros ancestros”, afirma Luis Chipana Mullisaca, un adolescente que junto a su madre Agustina recibe a los visitantes en su casa de artesanías en lana.

Para que no se olvide la cultura y sus tradiciones, doña Agustina muestra la transformación de la lana de auquénido en hilo, que luego tiñe y después lo teje de manera artesanal para obtener un poncho, una manta, un phullu (frazada), un lluch’u o un monedero.

Para que la experiencia sea completa, la artesana elige a seis personas con el fin de que se vistan como una pareja de central agrario, otra de secretario general —autoridades en el área altiplánica— y dos novios. Luis explica el significado de los animales que están tejidos en los ponchos y su correspondencia con el nivel de autoridad originaria.

Para terminar la ajetreada y productiva jornada, Miguel reúne a todos en una habitación llena de totora fresca, para que cada uno teja los tallos y forme una llama, que después acompañará a los turistas como un recuerdo de sábado por la noche.

Una isla de energía

En los 45 minutos de viaje del día siguiente, la lancha atraviesa por momentos por oleajes altos, en medio de un lago de azul intenso, con el acompañamiento de algunas aves. Es un presagio para otras sensaciones que se vivirán en la isla Campanario.

 Como consecuencia de la sequía, el descenso del nivel del agua se nota claramente en la isla. Por ello se hace complicado atracar la lancha, por lo que algunos comunarios se introducen en el agua para jalar la embarcación. Con mucho esfuerzo, logran su cometido.

La isla tiene dos cerros, uno con forma de campana, por lo que la gente bautizó el lugar como Campanario. El otro cerro es considerado como un centro de energía, donde se puede alcanzar la paz espiritual.

Para conseguir ese objetivo hay que ascender desde los 3.820 msnm —donde se encuentra el lago— hasta los 3.880 msnm, a través de innumerables plantas medicinales y frutas silvestres, y de un hermoso bosque de queñuas.

En la cima hay un lugar exclusivo para hacer ofrendas a la Pachamama y muchas plantas de colores intensos. En una de las laderas, Miguel invita a los visitantes a que se acomoden donde se sientan mejor.

Con todos en silencio y con los ojos cerrados, el viento tibio se siente en el rostro, el sonido de las olas que chocan con las piedras de las playas se oyen con más claridad y el cuerpo empieza a relajarse. Miguel tiene razón. Es un centro de energía.

Con nuevos bríos, la delegación baja hasta la mitad del cerro, donde la organización ha acomodado una alfombra de totora. Encima hay un aguayo multicolor, que guarece papa khati, chuño, haba cocida, queso y plátano frito, kispiña, oca, choclo y asado, como el final de un territorio bendecido por naturaleza, historia y culturas encantadas.

Texto y video: Marco Fernández Ríos

Fotos: Álvaro Valero

Cuatrocientos años de Venezuela en una calle de La Guaira

El primer vuelo de BoA a tierras venezolanas permite conocer el Casco Histórico de La Guaira, un lugar con muchas historias por contar

Venezuela celebra Navidad desde octubre. Ya sea en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar o en las calles del estado La Guaira, los incontables focos y adornos recuerdan el nacimiento de Jesús. Es, tal vez, lo primero que impresiona a los bolivianos que formaron parte del primer vuelo de Boliviana de Aviación (BoA) a aquel país sudamericano.

Sebastián Michel, embajador de Bolivia en Venezuela, recuerda que, a finales del siglo XX, los vuelos entre los territorios boliviano y venezolano eran constantes —a través de la extinta Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)—, pues Caracas era la ciudad desde donde se hacían conexiones hacia todo el mundo.

Después varias décadas de ausencia, era necesario volver a conectar a ambos países por la vía aérea. Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la aerolínea nacional tiene vuelos a Sao Paulo (Brasil) y Buenos Aires (Argentina), “y es ideal que ese flujo lo complementemos con otros mercados como Caracas”. Ése no es el único objetivo.

Como parte de los acuerdos entre ambos Estados, 14 jóvenes bolivianos —de diferentes regiones— fueron becados para estudiar medicina integral comunitaria en la Escuela Latinoamericana de Medicina Dr. Salvador Allende (ELAM), en la capital venezolana.

Para Emerson Nina es una experiencia única, primero porque es la primera vez que se aleja de su natal Caranavi y, segundo, porque estudiará durante seis años y medio en la universidad. “Siento un poquito de miedo porque mi familia está un poco lejos; pero una vez que termine la carrera, quiero volver al lugar donde nací, como médico, para trabajar y ayudar a la gente que necesita”, afirma el joven de 21 años, quien, apoyado en la ventana del avión, mira el horizonte con una mezcla de tristeza y mucho de esperanza.

El vuelo de algo más de cuatro horas entre Santa Cruz de la Sierra y La Guaira es una invitación para quedarse a ver el inmenso mar de bosques amazónicos, que tienen inacabables ríos que parecen serpientes gigantes que se abren paso entre la vegetación, hasta llegar al mar Caribe, que forma parte del océano Atlántico.

Nada más llegar al aeropuerto venezolano, lo primero que llama la atención son los focos y adornos navideños de finales de octubre, algo que se repite en las calles del territorio venezolano.

Esta región es por demás interesante desde el ámbito histórico, pues fue un puerto apetecido por piratas neerlandeses e ingleses, por lo que la Corona española fortificó los ingresos marítimos, algo que se nota por algunos cañones antiguos que ahora forman parte de los ornamentos citadinos.

En las faldas de los cerros Colorado y Caído, la delegación boliviana se detiene en el Casco Histórico de La Guaira, que era el eje del comercio entre Europa y América, y que en la época republicana se transformó en un bastión para repeler las invasiones extranjeras.

“En el himno a Venezuela dice: ‘Seguid el ejemplo que Caracas dio’. La gente aquí dice: ‘El grito que La Guaira dio’, porque pensamos que la independencia comenzó aquí”, asevera Helianta Cruz, una reconocida actriz de teatro y de televisión.

Recordada por haber participado en telenovelas como Inés Duarte, secretaria, y Cara Sucia, entre otros, ahora lleva un vestido de la época colonial y no deja de sostener la bandera venezolana. “Yo represento a Venezuela en esta ruta histórica, en la que estamos representando 400 años de historia, porque nosotros aquí, en La Guaira, dimos el primer grito de libertad, de independencia y de soberanía”, recalca la actriz.

Tiene razón. El 28 de febrero de 1761, José María España y Manuel Gual fueron protagonistas de un movimiento de emancipación contra la Corona española, que luego se irradió hasta Caracas. En esta movilización también se destacó Josefa Joaquina Sánchez —esposa de España—, quien diseñó, de manera clandestina, una bandera de liberación. Al conocer esta parte de la historia de La Guaira es irrefrenable relacionar a Josefa Joaquina con Helianta.

Desde hace más de un año, más de 50 actores, músicos y artesanos protagonizan una representación histórica de 400 años de historia de Venezuela, en especial de La Guaira, en la calle Bolívar, que retrotrae a las épocas coloniales, con casas de zaguanes amplios que dan paso a patios empedrados, balcones relucientes y paredes que tienen colores intensos, sin olvidar que hay también iluminación que recuerda que faltan dos meses para Navidad.

De repente, el bongó, la tambora, la charrasca, el cuatro y las maracas se apoderan de la calle con un contagioso ritmo de parranda. “Viva Venezuela, mi patria querida; quién la libertó, mi hermano fue Simón Bolívar”, cantan no sólo los músicos, sino también los actores y la gente que visita este lugar. Incluso los bolivianos.

Es la antesala para un repaso histórico venezolano, que continúa con la actriz y cantante Juana Castillo, quien personifica a una negra esclava de hacienda que, en su canto, incita a la rebelión del yugo español.

“Mostramos 400 años de historia de La Guaira, con la idea de que vengan turistas internos y externos”, dice Juana con una voz dulce y suave, que se transmuta en intensa y fuerte cuando le toca relatar pasajes históricos de su país.

La calle adoquinada se transforma en una correa que transporta a los visitantes a una representación de los caribes, pobladores originarios de esta parte del país; a la conspiración independentista de José María España y Manuel Gual; el encuentro entre José María Vargas —patriota y luego presidente de Venezuela— y Simón Bolívar; la declaración de independencia, del 19 de abril de 1810, y un espectáculo artístico de pintura.

En un par de horas, 400 años de Venezuela transcurren por una calle colonial, con zaguanes, balcones y rejas, con Juana Castillo que actúa como una esclava y Helianta Cruz que representa a Venezuela, con una Venezuela de gente muy amable, de playas imborrables en la memoria y con una promesa, para el visitante, de retornar para seguir conociendo los rincones del país de Bolívar.

Con charango en cielos venezolanos

El primer vuelo tenía que ser especial. Cuando el Boeing 737-800 de BoA sobrevuela el océano verde de Amazonia, la artista boliviana Luciel Izumi desenfunda su charango y comienza a interpretar un huayño, un caporal y termina con la infaltable Viva mi patria Bolivia.

“Es la primera vez que hacemos un show así, saltando como caporales, de un lado a otro. Ha sido algo muy hermoso”, confiesa Luciel ya en tierra venezolana.

Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la nueva ruta aérea entre Bolivia y Venezuela generará mayor movimiento de exportaciones e importaciones entre ambos países, además de generar recursos a la empresa estatal.

“Empezamos el desafío comercial para hacer que esta ruta sea rentable y salga un buen servicio hacia ambas poblaciones, pero nos interesa hacer conectividad hacia otras ciudades y otros países de Sudamérica”, añade.

El objetivo —según el ejecutivo de BoA— es convertir el Aeropuerto Internacional de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra, en un hub, desde donde haya vuelos no sólo a Caracas (Venezuela) sino también a La Habana (Cuba), Lima (Perú), Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires (Argentina).

A ello se deben sumar los vuelos a Madrid (España) y Miami (Estados Unidos), además de su próxima salida a Asunción (Paraguay), sin olvidar que se esperan los permisos correspondientes para llegar a Santiago de Chile y Bogotá (Colombia).

Según la Cámara de Exportadores, Logística y Promoción de Inversiones de Santa Cruz (CADEX), tener llegada directa a Venezuela abre posibilidades para incrementar las exportaciones con soya, productos cárnicos y aceite, sin olvidar la quinua, chía y castaña.  

El viceministro de Turismo, Íver Tórrez, dice que 2019 fue el mejor año de ingresos económicos en el ámbito turístico, pero que con la pandemia del coronavirus y los conflictos sociales los índices bajaron. Por ello espera que estas conexiones permitan mejorar los resultados.

En cuanto al intercambio cultural, Luciel es un ejemplo de ello cuando, en el Casco Histórico de La Guaira, saca otra vez su charango para interpretar Viva Venezuela, mi patria querida, junto con músicos y actores venezolanos.

(Reportaje publicado en la revista Escape, de La Razón, el domingo 19 de noviembre de 2023)

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y Roberto Guzmán

Takesi, un camino precolombino de leyendas y de defensa de la biodiversidad

Con el apoyo de la Fundación Codespa, los guías comunitarios fueron capacitados para mostrar a los visitantes la importancia de la fauna y flora de la región

—El abuelo Coaquira, la Ulla Awicha y Llaulli Tawaco quedaron petrificados en el cerro —relata don Primitivo para distraer a los visitantes del cansancio y dolor en las rodillas que sienten al descender el Takesi, una senda de varios siglos de existencia y también de muchas historias.

Antes de la llegada de los españoles, en la región andina había un complejo sistema vial que fue unificado por los incas. Este camino es conocido como Qhapaq Ñan, que comparten Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú.

En el territorio boliviano hay varios vestigios del Qhapaq Ñan, aunque uno de los mejor conservados es la Ruta del Takesi, que empieza en Palca y concluye en las puertas de los Yungas, en el departamento de La Paz.

A las siete de la mañana, no es casual que en Choquecota —último pueblo del municipio de Palca—, unas amables señoras sirvan a los futuros caminantes una suculenta y caliente sopa de trigo. Esa alimentación hará falta.

Minutos más tarde, los vehículos se detienen en el desvío de la Mina San Francisco, donde la senda se hace exclusiva para las personas y los animales de carga.

En una loma que da inicio a la caminata, don Primitivo Quispe se presenta con una pronunciación perfecta y una tranquilidad que contagiará en toda la expedición.

Su serenidad también queda demostrada con su chaleco y sombrero de ala ancha que le caracteriza como guía comunitario, la mirada que contagia sosiego y las historias que va a contar.

Coca, alcohol y cigarrillo Casino son importantes para ch’allar y pedir a la Pachamama que todos lleguen en buenas condiciones al destino, mientras los rayos solares emergen en lo más alto de los cerros.

El inicio es una subida aparentemente complicada. Los primeros metros dejan sin aliento y con algo de sudor, pero el cuerpo se habitúa y el grupo se mantiene unido hasta el punto más alto de la travesía: 4.700 msnm de la apacheta de Choquecota.

A pesar del viento que traspasa la ropa, el panorama llama la atención por los cerros circundantes y el sendero que nos llevará a un precipicio de aventuras.

La caminata a través de la vía serpenteante es agradable, con vista, incluso, de alguna mina que fue explotada durante la Colonia.

Don Primitivo —quien prefiere que le llamen don Primo— está acostumbrado a recorrer estos rumbos desde sus 12 años  pues, a esa edad, su papá (José Quispe) le dijo que debía ayudar a la familia en el transporte de alimentos para hacer los trueques.

“Llevábamos verduras, hortalizas, choclo, pan minero (panes grandes que elaboraban en la Mina Chojlla), maíz seco y coca, principalmente. La caminata de este lado nos tomaba nueve horas; de regreso eran como ocho horas, según la regulación de las mulas”, rememora el líder de la comitiva.

Al caminar por ese sendero de tierra y empedrado, no es difícil imaginar a don José, al pequeño Primitivo y a la mula recorriendo esos tramos para cambiar su producción por papa, chuño y charque.

Con cada paso, la expedición se llena de asombro por algunos trechos empedrados que, a pesar de los siglos, se muestran impolutos. Por otro lado, varios sectores son irregulares.

Al respecto, don Primo explica que esta ruta era exclusiva para comunarios y llamas, pero cuando llegaron los españoles, los caballos y las mulas se resbalaban en las piedras.

Por esa razón —dice el guía— quitaron parte del empedrado, por lo que, ahora, las mulas pueden avanzar sin que haya la posibilidad de que sufran heridas en las extremidades.

“Hicieron que ingresen caballos y mulas para el transporte pesado, pues ya no querían arriar 30 llamas, sino sólo 10 mulas”, afirma.

La primera parte de la caminata termina en la comunidad Takesi (3.200 msnm), una cabecera de valle donde casi todo el tiempo está nublado y ocasionalmente cae llovizna.

Hasta ese lugar, los nutrientes de la sopa de trigo de Choquecota han tenido efecto, y es turno de alimentarse con un variopinto apthapi, que lleva papa khati, chuño, tunta, oca, plátano postre, queso, asado, huevo cocido y pollo, entre otros. Harán falta para la siguiente parte de la travesía.

El descanso y el almuerzo parecen ser suficientes para soportar las más de cuatro horas de caminata hacia la comunidad de Cacapi.

Da la sensación de que el descenso ahora cansa más rápido. Alguno de los visitantes sufre un calambre y tiene que caminar con mucho cuidado.

El camino tiene mucho por contar. Don Primo señala los tres senderos que transcurren en la ruta, que en algunos son estrechos y en otros son amplios, y que en muchos casos se entrecruzan. El guía explica que se trata de sendas que abrieron tanto los tiwanacotas, los incas como los mollos, quienes creían que el trazo que hicieron era mejor que el otro.

La incursión no se centra sólo en el camino, sino que don Primo lleva a sus dirigidos a sentir el silencio y distinguir el trinar de los pájaros, y mirar con atención para reconocer a algún otro animal que se mimetiza en su entorno.

Por ejemplo, el guía hace gala de sus habilidades cuando emite un silbido particular frente a las faldas de un cerro. Como respuesta, los caminantes logran ver a varias viscachas ocultas entre las rocas.

Esta demostración es una manera para que los visitantes tomen conciencia de la importancia de la fauna y flora existente en la ruta.

“Si les hacemos dar cuenta (a los guías de la importancia de la biodiversidad) y les apoyamos, vamos a fortalecer el valor de la naturaleza con el turismo. Es bueno que las comunidades sepan de ese valor y que a partir de ello cuiden el lugar para que haya más turistas y generen recursos de manera justa”, dice Arcenio Maldonado, coordinador técnico de la Fundación Codespa.

Codespa —una ONG con 35 años de vigencia— y el Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF) llevaron a cabo el proyecto “Conservación de Bosques de Polylepis (BOL 08 y BOL 13) —queñuas— a través del Ecoturismo en Takesi y Totorapata – Bolivia”, que busca proteger no sólo los árboles de queñua, sino también la biodiversidad de la región.

Maldonado refiere que los bosques de queñua son importantes porque ahí viven la remolinera real (Cinclodes aricomae) y el torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), aves que se encuentran en peligro de extinción.

“Por suerte viven en un lugar aislado, pero puede haber amenazas porque estamos en un entorno minero y de lugares que tienen sobrepastoreo”, afirma Maldonado.

Por esa razón decidieron promover el ecoturismo como incentivo económico para las familias. Para ello efectuaron capacitaciones en manejo de grupos, aprendizaje de la fauna o flora de la región, administración de posadas y gastronomía. En total fueron beneficiadas 15 familias.

Don Primo, como uno de los beneficiarios de este proyecto, informa de manera detallada y amena la importancia de los animales, como el oso jukumari, el cóndor, el puma, la viscacha, la urraca collar blanco, la aurora enmascarada, el tucancillo franja celeste, la tangara de montaña vientre escarlata, el barbudo versicolor, el matorralero boliviano, el silfo de cola larga, el colibrí cola de raqueta y la metalura escamada, entre otros.

En varias partes del trayecto vale la pena estar en silencio y escuchar el trinar de las aves, para que don Primo informe de cuál se trata y probar suerte para ver alguna. Y es que en la Ruta del Takesi hay más de 34 mil especies de fauna y flora.

El descenso continúa y aumenta el dolor en las rodillas; pero don Primo empieza a contar una leyenda.

En tiempos en que no había luz, en todo este sector habitaban seres gigantes, como el abuelo Cuaquira, quien estaba casado con la Ulla Awicha. A pesar de tener su pareja, él solía frecuentar a Llaulli Tawaco, una joven y bella cholita que aceptaba los halagos del viejo pretendiente.

Después de mucho tiempo salió el sol y, con ello, comenzó a alumbrar esas tierras. Para mala suerte de los gigantes, los rayos empezaron a convertirlos en roca, por lo que muchos se escondieron en guaridas.

Ello no ocurrió con el abuelo Coaquira, quien fue a encontrarse con Llaulli Tawaco. Preocupada por su marido, Ulla Awicha salió de su cueva para advertir a su esposo del peligro que corría.

Vanos fueron los gritos, pues el abuelo Coaquira fue alcanzado por la luz y  quedó como roca, al igual que Llaulli Yawaco. Ulla Awicha, afligida por su pareja y desprotegida, también quedó petrificada.

Durante la caminata, don Primo señala tres rocas sobresalientes de los cerros que, en efecto, tienen forma del abuelo, la abuela y la amante.

Al contrario de la leyenda, las sombras empiezan a apoderarse de los cerros, pero los caminantes llegan a salvo a Cacapi, la comunidad donde la delegación pasará la noche.

Esta aldea tiene pocas viviendas, que ahora sirven como refugio para los visitantes, diferente a lo que ocurría hace un siglo, cuando era el lugar de descanso de viajeros que llevaban alimentos para intercambiarlos.

Don Primo dice que había al menos 12 tambos, a donde los comunarios, ya sea de Choquecota o de los Yungas, solían dormir y alimentarse.

“Cacapi era un lugar céntrico, era un lugar de encuentro y de pernocte. Si salían de los Yungas, caminaban hasta Cacapi, y el segundo día iban hasta Palca”, dice don Primo.

Aquel transitar constante disminuyó a partir de 1936, cuando abrieron un camino amplio que conduce a Sud Yungas, por lo que ahora sólo hay pocas personas que luchan por no dejar morir a Cacapi.

Una de ellas es Porfiria Gonzales, quien hace 20 años empezó a vender maíz, papa khati y charque a los turistas y ahora, con la capacitación, es capaz de preparar alimentos mejor elaborados e incluso para vegetarianos y veganos.

El otro factor importante de este proyecto son las agencias de turismo, que están coadyuvando en esta clase de experiencias. Una de ellas es Waliki Adventure, que ahora promueve las visitas que van más allá de ver el camino precolombino.

“Estamos cambiando la clásica visita al campamento a una forma ecoturística, más vivencial, con el uso de guías de las comunidades, alimentación, hospedaje y mostrando más flora y fauna para que las personas sepan que hay plantas y aves endémicas”, afirma Danilo Barragán, representante de Waliki y quien disfruta, como los demás, de una cena especial preparada por Porfiria.

Después de una noche en carpas cómodas y arrullados por las estridación de los grillos, los visitantes comen un suculento desayuno yungueño para completar la última parte de la travesía.

En esta ocasión, el guía Gregorio Mamani se encarga de llevar a los visitantes por un sendero con menos empedrados y, por ello, menos dolores.

El inicio no podía ser mejor. Don Gregorio muestra las plantas de tumbo, retira los frutos maduros y deja que cada uno pruebe. Hace lo mismo con la papaya Salvietti, que se caracteriza por ser diminuta, tener pulpa blanca y tener un  sabor dulce y refrescante.

Durante la incursión, el guía de Cacapi explica que esta ruta no tenía un nombre definido hasta que, en 1975, el Gobierno denominó esta ruta como Monumento Nacional Camino del Inca El Takesi, que con el tiempo se llamó sólo Ruta del Takesi.

La caminata es más tranquila, aunque duele ver los chaqueos descontrolados, que han afectado cerros enteros y el hábitat de los animales. Dicen que algunos pobladores creen que de esa manera se desharán de los osos o los pumas, pero ignoran que son animales que dan equilibrio al ecosistema y que, por hambre, se acercan a las poblaciones para alimentarse del ganado. Al final, con estas quemas, todos pierden.

El premio llega al mediodía, cuando la delegación llega a una poza de agua cristalina y fría, ideal para refrescarse un momento antes de continuar hasta Yanacachi, donde Vitaliano Fernández, militar en retiro, corredor de autos y ahora guía comunitario, da la bienvenida a los visitantes.

Como parte del antiguo camino prehispánico —dice don Vitaliano—, este pueblo era un lugar de descanso y para proveerse de víveres antes de subir al altiplano o seguir bajando a los Yungas.

En Yanacachi llaman la atención las casas antiguas, con paredes hechas de piedra, que han soportado cientos de años, y otras con balcones republicanos. También llama la atención que en comunidades cercanas haya calzadas, miradores y construcciones de piedra que —dice Vitaliano— continúan hacia los cerros, aquellos cerros que suelen leerse con los pies.

La Ruta del Takesi es complicada debido al descenso constante, que puede generar dolor en las rodillas. Por ello es aconsejable cargar en la mochila lo estrictamente necesario, llevar unos zapatos cómodos y con huella, y moverse con uno o dos bastones de trekking. Otra recomendación fundamental es no dejar basura en el camino, porque de esa manera evitamos dañar el ecosistema. La última sugerencia es contratar a un guía local para prevenir accidentes y conocer mucho más de este camino prehispánico y de gran biodiversidad.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y CODESPA

La breve historia de un calendario de más  de 30 años

Gráfica del Tiempo es un emprendimiento cultural que cuenta, hasta el momento, con 130 artistas. Ahora se presentará en Santa Cruz

Todo era serigrafía. Incluso la invitación, elaborada con aquella técnica de impresión antigua, con el escudo de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y una explicación del surgimiento de  Gráfica del Tiempo, un proyecto de elaboración de almanaques con obras artísticas, que tiene 32 años de vigencia en el país.

Lunes temprano, Hugo está sentado en una mesa de madera de tres metros de largo  en el Laboratorio de Gráfica Experimental de la Carrera de Artes y Diseño Gráfico de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Como parte de su estilo, toma la pluma estilográfica hecha por él mismo para continuar dibujando una de sus tantas obras de arte, como lo viene haciendo desde 1985, cuando llegó a La Paz por primera vez en su vida.

Nacido en Chuquicamata (Chile) hace casi siete décadas, el artista grabador y diseñador gráfico Hugo Salazar Alarcón sufrió el exilio en el gobierno del dictador Augusto Pinochet, por lo que radicó un tiempo en Suecia y, a mediados de los años 80, con la esperanza de retornar a un Chile democrático, llegó a la urbe paceña.

Instalado en la sede de gobierno, un día leyó en el periódico que la UMSA requería un maestro de serigrafía. Salazar se postuló y desde 1988 comenzó a dar docencia.

En su estadía en Europa, Hugo conoció a un grupo de uruguayos, pertenecientes el Club de Grabado de Montevideo —jóvenes formados en Bellas Artes y la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República de Uruguay, dedicada a la producción y la promoción del grabado desde 1953—, quienes en 1977 habían elaborado calendarios con obras artísticas.

“Entiendo que el grabado artístico es una expresión de los pueblos por su cuestión de reproducción. Los que hacemos grabados siempre tenemos algo que decir, una cosa social más que todo, no es hacer por hacer arte”, explica el maestro de serigrafía.

Influido por los jóvenes uruguayos y deseoso de emprender un nuevo proyecto, el maestro convocó a sus estudiantes para crear Gráfica del Tiempo, almanaques hechos por bolivianos que tienen obras de arte y que están elaborados completamente con serigrafía.

Sin puntaje o dinero como retribución, Hugo consiguió que varios jóvenes se unieran al proyecto, como Fabricio Lara, Mónica Dávalos, Fernando Montes, Jhonny Quevedo y Franklin Molina, quienes se formaron en dicha casa de estudios superiores paceña y que en la actualidad son reconocidos en el ámbito cultural. Entre ellos se encontraba también Mario Yujra, entonces estudiante y auxiliar, ahora director de la Carrera de Artes Plásticas y Diseño Gráfico. El objetivo era recaudar dinero para equipar el taller de serigrafía.

“Se hacía la serigrafía de manera artesanal. Se trabajaba a través de técnicas con ciertas experimentaciones que daban resultados. Era más una búsqueda para atrevernos a hacer algo que no se podía”, recuerda Yujra de aquellos tiempos en que el naciente colectivo se reunía en los patios a falta de un aula especializada y materiales.

En un trabajo mancomunado entre docentes y estudiantes, cada uno se daba modos para aportar en la creación de los calendarios, con la idea de aprender con la práctica.

Hugo Salazar y Mario Yujra rememoran varias anécdotas de aquellos primeros momentos, cuando la serigrafía era algo nuevo en el ámbito boliviano, cuando manejaban las técnicas de estación en papel, cliché en cera, estarceo directo y transparencias, entre otros. “Dibujábamos sobre láminas transparentes con tinta china. Fue una experiencia muy bonita. Por ejemplo, sobre la mesa insoladora echábamos aserrín de metal y sobre ello se dibujaba con imán para generar ciertas texturas”, dice Yujra.

“Nuestro espacio parecía más una pastelería que un taller de serigrafía”, sonríe Hugo refiriéndose a los materiales que usaban en ese entonces para la serigrafía, porque querían cumplir el desafío de hacer un calendario artístico.

Después de días y noches de trabajo, el colectivo de docentes y estudiantes publicó 50 almanaques el año 1991, en una colección que bautizaron como Gráfica del Tiempo, con temática libre, por lo que el calendario se muestra con obras maestras únicas, pegadas en algunas paredes como lo que son: obras de arte. Para ello elaboraron invitaciones hechas completamente con serigrafía.

Gracias al éxito del proyecto, el colectivo decidió lanzar otro almanaque para el año siguiente, esta vez enfocado en la llegada de la Corona española en América Latina, por lo que las obras tienen imágenes con simbologías prehispánicas como motivo de reivindicación. Para aquella ocasión no participó el maestro Hugo, por lo que Yujra se hizo cargo del proyecto junto a estudiantes y artistas ahora de renombre como Max Aruquipa, Edgar Arandia, Mónica Dávalos, Jhonny Quevedo, Fabricio Lara, Franklin Molina, Miguel Salazar y José Tórrez, entre otros.

“No teníamos horas de trabajo, ni exigencias académicas, sino que todo era espontáneo”, asegura Yujra.

El tiempo se detuvo en la Gráfica del Tiempo, pues hubo una pausa de casi 10 años. En 2012 retomaron el proyecto con una nueva generación de artistas y con otras temáticas, todas acordes con el contexto de entonces.

Cuando el tiempo de los almanaques parecía que iba a desaparecer, el Colectivo de Grabadores Bolivianos se hizo cargo del proyecto en 2015 para continuar lo que había gestado el Club de Grabado de Montevideo. Lulhy Cardozo, como estudiante de grabado y de diseño gráfico —ahora gestora cultural—, se integró al colectivo ese mismo año, animada por las obras de serigrafía que había dejado el profesor Hugo en tapas de libros de los años 90.

Para el año siguiente (2016), los artistas armaron el calendario para 2018. En esta ocasión como proyecto Martes de Ch’alla, para obtener 50 ejemplares de los calendarios hechos con técnicas mucho más osadas de serigrafía.

Algo similar ocurrió de 2018 en adelante, con la inclusión de más estudiantes y el apoyo de aquellos que en los inicios fueron jóvenes universitarios y se convirtieron en docentes o artistas reconocidos. “Lo que más me ha gustado de este proyecto es que se busca que el calendario forme parte del cotidiano de la gente, hacer que se conozca esta técnica, porque, queramos o no, la gráfica, el grabado y la serigrafía no son tan conocidos como la pintura y la escultura”, afirma Mariana Villarroel, diseñadora gráfica y gestora cultural, quien se adhirió al proyecto aquel año.

Desde 2020, Martes de Ch’alla incluyó a más mujeres y artistas de todo el país, como el colectivo Gataller,  y si bien no había apoyo institucional, siguieron la línea de la Gráfica del Tiempo, que actualmente se encuentra en exposición en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Santa Cruz de la Sierra, hasta el 22 de agosto, con participación solo femenina.

Cada año han sido impresas 13 estampas —la tapa con prólogo y los 12 meses—, con casi dos centenares de ejemplares, que reúne a 130 artistas bolivianos. Es el fruto de un maestro chileno enamorado de Bolivia, un estudiante que se convirtió en artista y luego en director de carrera, de dos gestoras culturales que siguen la posta del proyecto y mucho tiempo de trabajo para seguir haciendo una agenda de 12 meses que tiene 32 años.

Los crucifijos de la Calle de las Brujas

Lo que empezó como tradición paceña se convirtió en una colección para resguardar el arte sacro nacional, que ahora se expone en una casa republicana de la calle Melchor Jiménez

El anticuario estaba atiborrado de innumerables objetos antiguos, desde las más pequeñas efigies de la Virgen María y de santos, hasta obras de arte colonial, como figuras del Niño Jesús que estaban en proceso de restauración o las que estaban disponibles para la venta. En el aparente desorden había orden.

Entre la gente que visitaba el repositorio paceño se encontraban María Luisa Morales, quien quería comprar vestimenta para su San Antonio, y unos extranjeros que estaban a punto de adquirir piezas de arte sacro boliviano para llevárselas a su país.

María Luisa no lo pensó dos veces. Habló con el dueño del anticuario, discutió un poco y ofreció más dinero para, finalmente, quedarse con aquellas antigüedades. “Claro que me he peleado, pero no quería que ningún extranjero se llevara nuestras obras fuera del país”, contaba a quienes querían saber cómo comenzó su colección de arte colonial, que este año se convirtió en materia prima para las exposiciones del Espacio Cultural María Luisa Morales.

Las calles Linares y Melchor Jiménez son visitadas por turistas extranjeros y nacionales no sólo por las vestimentas andinas y artesanías, sino también por las tiendas de chifleras, aquellas vendedoras de hierbas medicinales, mesas andinas para la Pachamama y de pociones para atraer dinero, amor y prosperidad. Es por eso que estas vías son conocidas como las Calles de las Brujas.

Ahí, en la Melchor Jiménez —una vía  curva que nace en la calle Santa Cruz y termina en la Linares—, varias tiendas preceden a una casa republicana conservada, con paredes de color crema y motivos decorativos verdes. El pasillo dentro de la propiedad, efectivamente, lleva al visitante a inicios del siglo XX, a un patio amplio con piso de piedra, flanqueado arriba por balcones que mantienen recuerdos pasados.

Tres habitaciones de la planta baja invitan a un recorrido por figuras de la crucifixión, que representan el sacrificio y encarnación de fe para los creyentes cristianos. Lo que empezó con un pequeño oratorio, para que las amistades fueran a rezar, se convirtió en el refugio de 40 imágenes que resumen no sólo la tradición católica paceña, sino también los detalles y orígenes de cada obra.

En la primera habitación sobresale un Cristo crucificado con la vista fija al frente, los ojos llorosos y las rodillas sangrantes. El faldón que cubre su cadera tiene bordados antiguos que están hechos a mano. En sus costados hay otros cuatro imágenes similares, cada cual con una característica singular, como el color de pelo natural o sus adornos hechos de plata.

Sonia Morales, hija de María Luisa Morales y heredera de esta colección, cuenta que las obras provienen de las ciudades de La Paz, Cochabamba, Sucre y Potosí. “Más que todo de Sucre y Potosí, porque tenemos la Escuela  Potosina que, junto con la Escuela Cusqueña, eran especialistas en estas esculturas”, explica la abogada.

Una figura que llama la atención es el Cristo Dislocado, que muestra a Jesús con los hombros dislocados, la columna en forma de S y las costillas que sobresalen de un torso delgado que, por la crudeza, muestra el sufrimiento por la crucifixión. Es una de las reliquias más antiguas y queridas de la familia, ya que perteneció a la bisabuela Francisca Catacora.

Vestida con una manta blanca que perteneció a su abuela Anselma y un collar de perlas que acostumbraban llevar las cholas paceñas de inicios del siglo pasado, Sonia explica que las obras artísticas están hechas de madera maguey con yeso, de estilo barroco, y datan de los siglos XVII y XVIII. “La mayoría viste ropa de seda antigua, orfebrería plata labrada y otras en filigrana”, dice.

“Mi mamá no ha alcanzado a hacer realidad el museo, pero teníamos la idea y ejecutamos el plan con la limpieza de la casa, inventario de las piezas y estudio para proteger las obras”, cuenta Sonia, quien confiesa que no ejerce el catolicismo de manera activa, pero que aprendió de su madre el respeto hacia las imágenes como obras arte.

De acuerdo con Elisa Rada, antropóloga y principal asesora en el espacio cultural, emplearon dos meses para llevar a cabo el análisis, la selección, el traslado y montaje de la exposición de los crucifijos.

“Nuestro objetivo es difundir, no desde el punto de vista católico, sino que se aprecie el arte y que la gente conozca el sincretismo paceño y las fiestas patronales”, recalca Elisa, quien luce algunas joyas de María Luisa y Anselma, a quienes considera parte de su familia por todo lo que vivieron.

En las otras dos habitaciones, además de los Cristos crucificados, hay efigies de la Virgen María de diversos tamaños y con características muy interesantes en cuanto a terminados, con miradas que parecen ser reales.

Otro detalle que resalta es un menor de edad crucificado y con una corona de espinas en la cabeza, denominado el Niño de la Santa Guardia, obra del siglo XVI. Según Elisa, esta obra cuenta la historia de un niño mártir, quien fue secuestrado en Granada (España) para luego ser ejecutado en una cruz de madera.

Además del propósito de cuidar el arte sacro boliviano, Sonia afirma que el origen de la colección también se debe a su bisabuela, quien pertenecía al estatus social alto de la cholada paceña, que se caracterizaba —además de su poder adquisitivo— porque en sus casas tenían la imagen de Cristo crucificado, el Nacimiento y el Señor de la Sentencia.

La bisabuela no sólo contaba con esas obras, sino que respetaba todas las tradiciones católicas. Por ejemplo, nadie de la familia comía carne los viernes de Cuaresma, mientras que en Semana Santa estaba prohibido escuchar música que no fuera las baladas de Caballería, además de que las mujeres debían salir a la calle vestidas de negro y con un velo para ir a la misa.

Esta rigurosidad fue heredada por su hija, Anselma Góngora, mientras que su nieta, María Luisa Morales, mantuvo la tradición de adquirir y cuidar las efigies religiosas que fue coleccionando desde hace 35 años.

Elisa quedó impactada por toda la obra reunida, más aún cuando empezaron a trabajar en el registro, elaboración de la base de datos y anotación de los detalles de todas las efigies y cuadros artísticos, que terminó un año y dos meses después.

María Luisa no alcanzó a ver materializada la idea del museo, pero Sonia y Elisa terminaron el proyecto, por lo que el Espacio Cultural María Luisa Morales presenta exposiciones de acuerdo con las fiestas patronales, ya que comenzaron en Semana Santa con los Cristos Crucificados, continúan con una muestra de Santiago y terminarán el año con el Niño Jesús y los Nacimientos.

Es inevitable regresar a las habitaciones una y otra vez, pues las imágenes y los cuadros muestran nuevos detalles y nuevas historias que encierra esta casa con halo a religión y tradiciones paceñas.

Centro cultural con exposiciones religiosas

El Espacio Cultural María Luisa Morales presenta exposiciones de acuerdo con las principales festividades católicas y tradiciones paceñas. Este espacio se encuentra en la calle Melchor Jiménez Nº 812, entre las calles Santa Cruz y Linares. Un detalle que llama la atención es su sistema de seguridad, ya que además de los cuidadores tiene alarmas modernas. Este espacio abre sus puertas entre miércoles y jueves, desde las 15.00 y 19.00.

CRÉDITOS

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Marco Aguilar

Destacado

El primer órgano en Bolivia volverá a ser escuchado en la Catedral de Sucre

Gracias al apoyo de monseñor Jesús Juárez y el padre Bernardo Gantier, el valioso instrumento musical fue restaurado con todas sus características originales.

El silencio en la Iglesia Catedral de Charcas —de un día especial del siglo XVI— termina cuando los monaguillos se abren camino entre la multitud y, desde la parte superior del templo, se escucha la música del primer órgano que llegó al territorio que años después iba a llamarse Bolivia.

Un jueves de finales de 2022, a las nueve de la mañana, las campanas de la ahora Catedral Basílica de Nuestra Señor de Guadalupe resuenan en toda la plaza 25 de Mayo, como anuncio de buenas nuevas. El órgano antiguo volverá a resonar sus notas gracias a un laborioso trabajo de restauración.

A esa hora, la mayoría de las tiendas y repositorios de la capital de Bolivia abre sus puertas para atender a los estudiantes y turistas. Entre ellas se encuentra el Museo de la Catedral de Sucre, que resguarda, en sus pasadizos parecidos a un laberinto, una infinidad de joyas arquitectónicas, artísticas y musicales, como la capilla musical.

La capilla de música o capilla musical surgió durante el Renacimiento, con el objetivo de brindar el acompañamiento sonoro a las misas tridentinas, que se caracterizaban por los sacerdotes que hablaban en voz baja, en latín y de espaldas a los asistentes.

En Charcas (ahora Sucre), la capilla musical de la Catedral fue creada en 1551 con un coro pequeño que interpretaba obras del sacerdote español Cristóbal de Morales, informa Gabriel Campos Arandia, actual maestro de capilla de la Catedral de Sucre y de la Basílica Menor de San Francisco.

“La Catedral ha sido el centro de irradiación cultural en toda América, ha sido el punto más importante en la Colonia y ha tenido a los maestros de capilla más importantes de todo el continente”, afirma Campos, organista, pianista, clavecinista, cantante lírico y compositor de varias obras de música barroca.

Carmen García Muñoz, en su libro Un archivo musical americano, indica que Charcas albergó a la escuela de música más importante de la región y que pasaron grandes maestros como los españoles Gutierre Fernández Hidalgo y Juan de Araujo, y los potosinos Antonio Durán de la Motta, Andrés Flores, Manuel Mesa y Julián de Vargas, entre muchos otros.

“El repertorio escuchado incluía misas, villancicos, juguetes, sinfonías, música dramática, cantantes, letanías, salmos, vísperas, lamentaciones, magnificat, conciertos, salves, rorros,  himnos y muchas otras formas donde cantantes, instrumentistas y organistas concertaban su arte con maestría y boato  únicos en el continente”, resalta García Muñoz.

En aquellos tiempos de esplendor en la Catedral había un órgano de tipo renacentista, posiblemente traído desde España entre los años 1567 y 1570. “Según los expertos, se trata de un órgano que se encontraba en el coro alto de la capilla de San Juan de Mata, anexa a la Catedral”, indica el Campos.

Después de la independencia de Bolivia, Charcas cambió su nombre a Sucre. También se fue perdiendo la suntuosidad de los templos católicos, lo que ocasionó, por ejemplo, que el primer órgano que había llegado al país y otros instrumentos musicales fueran olvidados durante muchísimos años.

Lo mismo pasó con la capilla musical, que dejó de funcionar durante la Guerra del Chaco, a mediados de la década de los 30. No obstante, esta heredad artística no podía quedar en el olvido, por lo que la Comisión Arquidiocesana de Arte Sacro y Patrimonio —con el apoyo del padre Bernardo Gantier y del arzobispo emérito, monseñor Jesús Juárez— decidió volver a dar vida a la capilla musical de la Catedral de Sucre.

La enorme estructura blanca, construida en 1551 —de estilo renacentista, adornada en la parte superior con figuras de los 12 apóstoles y los cuatro evangelistas—, resguarda una importante colección de arte sacro, que destaca pinturas, objetos religiosos, tallados y, obviamente, instrumentos musicales.

“No era un instrumento músical, era un mueble parecido a un ropero. Los tubos estaban en el piso, rotos y aplanados; el teclado no estaba nivelado, el conducto del fuelle al órgano no existía; los cueros de los fuelles estaban perforados, tenían filtros. El instrumento estaba, realmente, en el peor estado”, rememora el actual maestro de capilla.

Hace dos años, con el apoyo económico de  Adveniat —organización de ayuda de católicos en Alemania—, Campos y Ricardo López (encargado de Conservación y Restauración del Museo de la Catedral) iniciaron el largo y fatigoso trabajo de volver a dar vida a la reliquia artística.

“La intervención ha sido interesante porque no es nada diferente a una obra de arte antigua, porque tiene los mismos elementos, tiene policromía, soporte de madera. Fueron repuestos los elementos decorativos gracias a vestigios que encontraron en la investigación”, explica López.

Campos admite que la restauración fue complicada, pues primero trasladaron el órgano al taller para desarmarlo por completo, para componer los 210 tubos hechos de aleación de plomo y estaño y trabajar la madera de cedro y el teclado de ébano y cedro.

“No se ha incluido ningún elemento electrónico ni mecánico, sino que está tal cual fue fabricado y funciona gracias a la fuerza humana”, afirma López, con respecto a que este instrumento no tiene ventilador ni motor, sino que funciona con dos fuelles hechos de madera y cuero, que deben ser activados de manera manual.

Después de tantos meses de trabajo, Gabriel se acomoda ante el órgano verde con adornos de pan de oro, mientras que Ricardo se sienta frente a los dos fuelles para moverlos de manera intercalada, con el objetivo de mandar aire de manera constante al instrumento musical.

Concentrado, con una postura parecida a los maestros de música clásica que admira, Gabriel empieza de mover los dedos con una habilidad que se transforma en agradables notas de tonadillas del archivo de la Catedral, que datan del siglo XVII.

La Catedral tiene otros dos órganos que necesitan ser restaurados: uno que se encuentra en la epístola y que se encuentra en condiciones deplorables, y otro de color celeste que se mantiene desde hace varios años en el coro alto.

La intención, ahora, es poner en funcionamiento los tres instrumentos, para que resuenen durante alguna actividad religiosa importante, que lleve otra vez al templo más importante de la antigua Charcas a su época de gloria.

¿Cuándo será el reestreno público del órgano?

La capilla musical era escuchada en misas importantes, como el día de la Virgen de Guadalupe, en la víspera, en las novenas y como parte de obras de teatro con música barroca y poesía. De acuerdo con Gabriel Campos, el órgano volverá a ser escuchado en público durante la Semana Santa en un concierto especial.

Para tener la posibilidad de ver este instrumento musical puede visitar el Museo de la Catedral de Sucre, dependiente del Arzobispado de Sucre. Se encuentra en la calle Nicolás Ortiz Nº 61, esquina plaza 25 de Mayo. Abre de lunes a viernes, entre las 09.00 y 12.00 y desde las 14.30 hasta las 18.30.

CRÉDITOS

Texto, fotos y videos: Marco Fernández Ríos (78882793)

Bolivia y Perú se unen a través de la danza en el municipio de Huarina

Una delegación del país vecino llegará del distrito de Yauyos con la danza de la tunantada, mientras que los huarineños mostrarán los pasos del qachwiri

Con la presentación de las danzas de la tunantada (Perú) y el qachwiri (Bolivia) y una feria del pescado, el distrito peruano de Yauyos y el municipio de Huarina firmarán un convenio de hermanamiento entre ambas regiones.

Una iniciativa de representantes del Centro Cultural de Promoción y Revaloración de la Tunantada – Los Tunantes y docentes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) posibilitó el hermanamiento de ambos países a través de la cultura.

Nelson Yapu, docente de la universidad alteña, cuenta que esta actividad tuvo su origen en enero, cuando fue invitado a dar una charla acerca de la influencia de la tunantada en el territorio boliviano.

En ello surgió la posibilidad de que Los Tunantes visitaran el país. “´¿Por qué no visitamos tu casa?”, le dijeron. Yapu respondió: “No hay ningún problema, pero mi casa es Huarina”.

“Qué mejor que recordar el proceso histórico de ambos países y sacar lustre de la personalidad del Mariscal Santa Cruz, que ha tenido el destino histórico de dirigir los dos países”, comenta Antonio Palacios, presidente del Centro Cultural Los Tunantes, de Yauyos, distrito de la provincia peruana de Jauja.

Huarina —ubicado a 70 kilómetros de la ciudad de La Paz— es muy representativo en este hermanamiento, pues es considerado la cuna del Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana, protector de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839).

Una manera de hermanar los pueblos es a través del arte. Por ello, la delegación peruana traerá la tunantada, una danza que se origina en Yauyos (provincia de Jauja), como sátira a personajes de la última parte de la Colonia. Algo particular es que, entre sus personajes, está el jamille, que representa al experto en plantas medicinales, es decir el kallawaya de Charazani.

“Sabemos que tunantada es un fenómeno muy fuerte en Bolivia. Eso nos ha llamado la atención y por eso hemos decidido hacer este viaje para cumplir estos objetivos”, afirma Palacios.

Por su parte, los huarineños bailarán el qachwiri, una danza no sólo de regocijo por el crecimiento y la buena cosecha, “sino también de coqueteo y enamoramiento”, destacan David Mendoza y Eveline Sigl en el libro No se baila así nomás.

La delegación peruana visitará, el viernes 27, el centro de estudios superiores de El Alto, para mostrar la danza, presentar un libro relacionado con la tunantada y firmar un convenio entre el Centro Cultural Los Tunantes, la UPEA y la Universidad Nacional del Centro.

El domingo 29, los tunantes llegarán a Huarina, donde serán recibidos con un desayuno comunitario y una serenata. Luego, los alcaldes de Huarina, Wilson Mamani, y de Yauyos, Ricardo González, firmarán un convenio de hermanamiento en el Palacio Consistorial.

Después de una demostración de la tunantada y el qachwiri en la plaza Mariscal Andrés de Santa Cruz, los bailarines se dirigirán a la cancha de fútbol, donde se llevará a cabo una feria del pescado, con la presentación musical de las agrupaciones Tajpacha Bolivia y Los Collavinos de Huarina, además de Kenny Hidalgo, intérprete peruano de la tunantada.

La delegación peruana pretende que la tunantada sea declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura).

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Miguel Carrasco (72096092)

¡Agua para todos!

Una familia construye un mecanismo para acumular agua potable, que servirá para ayudar a las poblaciones que sufren por la falta de este recurso natural

“Esta agua nos servirá para cocinar, para que tomemos y para bañar a mis hijos. Ya no se van a enfermar, porque antes tomábamos del pozo y les daba infección estomacal”, comenta Bertha Yujra, quien por muchos años sufrió la escasez de este recurso natural en su pueblo, Cuniri (distante a casi dos horas de la urbe paceña), una víctima más de la escasez mundial de agua.

Para muchos es una actividad normal y rutinaria abrir el grifo para beber o para asearse; no obstante, para millones de personas esto es complicado debido a la escasez cada vez mayor de agua. Según World Resources Institute (WRI), en la actualidad, más de 1.000 millones de personas carecen de este recurso, y se prevé que para el año 2025 haya 3.500 millones de individuos que sufran por la falta de líquido.

Entre los principales factores para sufrir este problema están la contaminación de aguas dulces y el uso descontrolado del agua, destaca la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). En el caso boliviano, aproximadamente 2,7 millones de personas no tiene acceso seguro y permanente a este recurso natural.

A este panorama se suma la pandemia del COVID-19 que azota al mundo, pues ha ocasionado más contaminación por el uso masivo de plástico, un sistema de salud que ha colapsado, problemas en la gestión educativa y una alarmante tasa de desempleo.

Además de ello, Bolivia sufre sequías, inundaciones e incendios, lo que afecta la producción agrícola. Las poblaciones de Coroico y Mecapaca —ubicadas en el departamento de La Paz— son un ejemplo de este fenómeno, ya que si bien tienen riqueza vegetal y son áreas ideales para la agricultura, carecen de líquido para consumo humano, por lo que se debe esperar la época de lluvias para su almacenamiento en tanques. Gracias a ello, en tiempo de sequedad, los vecinos reciben el recurso de dos a cinco horas diarias. En algunos casos, sólo dos días a la semana.

Ante esta dificultad que crece cada vez más no sólo en el país, sino en todo el orbe, Reynaldo Rodríguez y su hijo José iniciaron un proyecto para ayudar a las familias que deben enfrentarse con la escasez de este recurso natural.

“Junto a mi padre hemos tomado conciencia de todo el contexto que estamos atravesando, por lo que hemos generando una alternativa económica-responsable, con el objetivo de beneficiar a personas desempleadas y contribuir a mitigar impactos ambientales que nosotros mismos hemos generado en el planeta”, afirma José, profesional en turismo y activista por el medio ambiente.

Gracias a su trabajo como ingeniero en telecomunicaciones, Reynaldo ha visitado varias poblaciones rurales. En aquellos lugares se dio cuenta de que muchas personas empleaban animales para transportar agua. En el caso de los menores de edad, varios suelen ir a su colegio con al menos una botella llena para lavarse y beber.

En este panorama, entre padre e hijo surgió el desafío: ¿Qué tal si hacemos algo para ayudar a la población?

Como resultado de días de intensos análisis, Reynaldo y José mejoraron un diseño de recolección de agua de lluvia. Botellas plásticas, una prensa, tarrajas, cañerías, acoples, uniones y otros materiales de plomería…, todo sirvió para empezar a hacer realidad este plan, que consiste en la construcción de muros hechos con botellas PET y unidos por cañerías, en las que se acumula el líquido, con una capacidad para retener entre 50 y 100 litros.

“Este proyecto quiere fomentar el reciclaje en unidades educativas rurales que carecen de agua y apoyar a personas necesitadas, con la adquisición de botellas PET, para la construcción de los tanques de almacenamiento. En una primera etapa, todo esto beneficiará a 15 colegios del área rural, a través de asesoramiento técnico correspondiente, traslado del personal, material y herramientas, además del desarrollo de talleres de educación ambiental para la conservación y aprovechamiento de nuestros recursos naturales”, explica José.

Registros de ventas de distribuidoras de gaseosas y agua mineral en Bolivia indican que la población utiliza al menos 8.500 botellas cada mes, en las que, con el proyecto de los Rodríguez, se puede almacenar 17.000 litros de agua.

Luego de un arduo trabajo, el sueño se hizo realidad en una vivienda de la comunidad Cuniri, en el municipio de Viacha, ubicada a aproximadamente dos horas de viaje en vehículo desde la ciudad de La Paz.

“Cuando no llueve sufrimos por agua en noviembre y diciembre. Entonces sacamos de los pozos, aunque a veces no hay y el ganado puede dejar de beber dos a tres días, por eso tenemos que caminar de una a dos horas para llevar el líquido”, cuenta Bertha Yujra, una ama de casa que debe cuidar a sus dos hijos.

Con mucha paciencia y precisión, Reynaldo y su esposa, Gloria Quisbert, terminan de armar una pared de 1,4 metros de largo y 1,5 de alto, con botellas PET (tereftalato de polietileno). De a poco, los envases de plástico, que cotidianamente suelen contaminar terrenos fértiles o el agua de ríos, lagos y mares, se transforman en un muro con tuberías que terminan en un grifo, que da esperanza a la familia de Bertha.

“Si hubiese más recursos se podría fabricar un tanque de 1.000 litros”, comenta Reynaldo, alegre por haber hecho feliz a una familia y esperanzado por llegar a más poblaciones rurales del territorio boliviano.

Por esa razón, la familia Rodríguez está buscando apoyo económico, con el firme objetivo de llevar su proyecto a más viviendas de zonas alejadas de las capitales de departamento.

El movimiento Earth Overshoot Day llama a la reflexión sobre el cuidado de los recursos naturales y la lucha contra la contaminación, debido a que la humanidad ha sobrepasado la explotación de recursos.

En este ámbito, Bolivia es uno de los países con mayor diversidad en el mundo, por lo que “necesita el apoyo de todos para promover ésta y otras acciones que mitiguen la contaminación y la escasez de los recursos naturales”, reflexiona José Rodríguez.

Después de ver instalado el mecanismo en su vivienda, las caras de alegría de Bertha y de su hijo John son insuperables. Reynaldo también sonríe y dice que la satisfacción de hacer felices a las personas no tiene comparación. Por ello quiere apoyo para este proyecto, para que haya agua para todos.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Salvador Saavedra y Alejandra Sánchez Bustamante

Cuidado de edición: Escriteca (70563637)

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Ispaya Grande, paso a paso hacia el turismo

Esta comunidad del municipio de Ancoraimes quiere atraer visitas a través de sus atractivos naturales, culturales y gastronómicos

“Primero hay que hacer hervir agua en el fogón, después se pone la cebolla. Hay que hacer hervir un poco más. Luego hay que meter la papa y la k’oa. Cuando ya está un poco cocida la papa, recién se mete el pescado, porque rápido cuece, con un hervor. Si lo calientas harto tiempo, se deshace”. A pesar del peso de la olla de barro, Antonia Mamani llega presurosa hasta donde se encuentran los comensales, quienes llegaron a conocer un poco de los atractivos de Ispaya Grande, una comunidad del municipio de Ancoraimes que ahora quiere abrirse al turismo desde varios ámbitos, como la gastronomía, su cultura y riqueza natural.

Dos horas y media de viaje valen la pena cuando como recompensa hay una variedad de elementos que llaman la atención. Más aún cuando son desconocidos para la mayoría. El ingreso a la comunidad Ispaya Grande  es inolvidable: después de pasar una loma, de repente se abre un panorama onírico, con el azul intenso del lago Titicaca que parece rodear toda la población, que aparece abajo como si fuera un lugar escondido.

Todos los comunarios están reunidos porque van a celebrar los 76 años de la creación de la escuela Ispaya Grande, cuando “estaba prohibido leer y escribir, porque los castigaban”, comenta Víctor Quispe, profesor de primaria de esta unidad educativa.

La gente luce sus mejores vestidos, primero por el aniversario del centro de estudios y, segundo, porque una delegación del Movimiento de Integración Gastronómico Alimentario (MIGA Bolivia) ha visitado el pueblo para observar sus potencialidades turísticas.

“Antes nos trasladábamos a pie. Entrábamos y salíamos del pueblo con burrito. Hasta ahora mismo. El camino recién se ha abierto hace un año. Falta mucho por trabajar”, relata don Gregorio Tarqui (76 años), quien está vestido con una chamarra y pantalón oscuros, una camisa blanca, además de un sombrero que combina con su atuendo y le protege del intenso sol.

Gregorio permanece de pie junto a otros varones de su edad, preparados para participar en un desfile para recordar el aniversario 76 de la escuela, que antes tenía decenas de estudiantes, mientras que ahora cuenta con sólo 18, como consecuencia de la emigración de los pobladores —dice don Gregorio—, quienes salen de su terruño para encontrar mejores oportunidades de vida. Muchas veces no retornan.

De caminar tranquilo, con pollera, blusa y manta relucientes, doña Lucía Ticona intenta explicar el origen del nombre de Ispaya. “Dicen que antes había más ispi —un pez pequeño que habita en el lago—. Otros dicen que se debe a Ispalla mama —deidad de la papa—”, Cuenta. Añade, vanidosa, que en su pueblo producen maíz, haba, quinua, tarhui, papa, cebada, oca y arveja.

Con todo lo que hay en la comunidad es fácil preparar platos exquisitos, como el fiambre, piski o un suculento wallake, preparado por doña Antonia. “Mi mamá me ha enseñado cómo se prepara el wallake. Desde pequeña he aprendido a prepararlo”, dice orgullosa, sentada en el pasto, antes de retirar el aguayo para mostrar una olla de barro, de donde extrae la sopa con fuerte aroma a q’oa, una planta que crece también en los cerros de la comunidad.

Cuando llega el tiempo de cosecha, en Ispaya lo celebran con danzas alegres, como waca wacas y  moseñadas, que con sus dulces armonías alegran y animan a los bailarines vestidos con trajes multicolores. Por ejemplo, Primo Mamani lleva el traje de wacatinti, que incluye una peluca rubia, dos chuspas cruzadas en el pecho, borlas de varios colores y con figuras de llamas, y un arado de madera. “Es por el tiempo de cosecha, porque aramos con esta guía para llevar a la vaca”, explica antes de reunirse con waca tocoris y kusillos para comenzar a bailar.

“Ahora que estamos de visita hemos visto las grandes potencialidades en el territorio, en el ámbito del turismo gastronómico con identidad, además del rescate cultural identitario, que no sólo incluye lo productivo desde lo agropecuario, sino también la integralidad con las técnicas, las tradiciones y las festividades”, afirma Leslie Salazar, directora ejecutiva de MIGA Bolivia.

A todos estos atractivos se suma la bahía amplia al lado este del pueblo, que se presenta como un atractivo potencial, pues además de su belleza natural tiene leyendas, como el Achakthakhi, que en aymara significa el camino o senda del ratón.

“Cuando era jovencito, a mis ocho años más o menos, caminábamos por aquí. Los abuelitos decían que era una escalera, pero nosotros lo hemos conocido como el camino del ratón o Achakthakhi”, cuenta Norberto Cutipa, quien, después de caminar por un cerro alto, desciende por una senda angosta, que a la izquierda tiene un precipicio de al menos cinco metros.

¿Da miedo? ¡Claro! Pero más puede el espíritu aventurero y la curiosidad por saber qué hay abajo. Así es que con cuidado, casi sentado y mirando bien dónde se pisa, poco a poco se llega a una playa paradisiaca, protegida por rocas y cerros que hacen que la temperatura sea agradable.

Ahí, el agua es cristalina, no hay frío ni calor. Se dice que antes había bancos de pejerreyes e ispis, pero que la contaminación hizo que desaparecieran de este lugar, que invita a sentarse para ver el horizonte, donde aparecen la Isla del Sol, la Isla de la Luna y la parte peruana del Lago Sagrado.

Hay mucho por caminar, pero es tarde. Falta conocer parte del Qhapaq Ñan, un camino prehispánico que se extiende por Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Ispaya Grande tiene la ventura de preservar un pedazo de roca tallada que forma una vía antigua, que da razones para tener la seguridad de que esta comunidad altiplánica se convertirá, pronto, en un atrayente sitio turístico del país. Falta mucho por caminar.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Juan Manuel Rada/MIGA Bolivia y Marco Fernández Ríos

Cuidado de edición: Escriteca (70563637)

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Hugo Monzón, ocho décadas de amor por Tarija

El cantautor tarijeño abre su casa, su alma y sus recuerdos para hacer un repaso a su vida artística, que comenzó con unos silbidos en su infancia y que siguió con canciones como Quiero morir cantando

“Parece que es un don que tengo desde pequeño, porque mi madre me decía que andaba con las manos en el bolsillo cuando salía a pasear fuera de casa y andaba silbando”. Acaba de estrenar sus 80 años y, a pesar de estar delicado de salud, cuando comienza a rememorar todo este tiempo dedicado a la música, el cantautor Hugo Monzón empieza a rejuvenecer y a recordar que se ha dedicado a crear composiciones para cantar a la vida, a su vida.

Cuequita para mi mama, cuequita del corazón

Que me ha brotado del alma con hojas de dulce canción.

Dónde estará esa viejita, aquella estrella de amor

Que alumbra por mi camino cuando la tarde se lleva el sol

“Quién que sinfla, yoer que sinfla”. Al caminar cerca de su casa, con las manos en el bolsillo y alegre, silbaba y cantaba lo que tal vez fue su primera composición, aunque en realidad quería decir: “quién es el que silba, yo soy el que silba”.

Con el apoyo de la Secretaría de Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de Tarija, el fotoperiodista Richard Arana —integrante de Fotógrafos Sin Fronteras— llega puntual a la vivienda de don Hugo Monzón Cardozo, quien nació el 1 de abril de 1941 en Quebrada Honda, provincia Avilés, del departamento de Tarija.

Un arroyo muy alegre

Entonaba una canción

Y una bella chapaquita

Lavaba ropa con gran tesón.

Su casa fue el germen que hizo surgir su cariño por la música, ya que su padre, José Manuel Monzón Flores, interpretaba la guitarra, el charango, la mandolina, el acordeón, la quena y otros instrumentos musicales.

No obstante, su progenitor se oponía a que Hugo hiciera lo mismo. “Mi papá no quería que tocara la guitarra. ‘No tienes que aprender esos instrumentos porque la gente que toca guitarra se dedica mucho a tomar, se vuelve borracha’”. Si bien no deseaba que lo hiciera, no le prohibía, tomando en cuenta la cantidad de instrumentos. “Cuando me veía tocar la guitarra, sólo me escuchaba, pero no de buena voluntad”, rememora entre risas.

Vino solo cantando

Por las riberas del Guadalquivir

Perdiu en las tinieblas

Que ya anunciaban su pronto fin.

Para garantizar que siguiera estudiando, Hugo emigró de su querida Quebrada Honda, “un rinconcito en la frontera con Argentina”, para vivir en San Roque, uno de los primeros barrios de la ciudad de Tarija. Ahí, todas las tardes salía con sus amigos, para tocar la guitarra sentados en la acera de alguna casa.

Dos rositas y un clavel

Tres florcitas del vivir

Cómo adornan mi vergel

Cómo alegran mi existir

“Todas las composiciones que hago nacen de alguna cuestión de vida, de algo que me ha ocurrido. Yo las traduzco en música y letra, pese a que no sé leer ni escribir en pentagrama”, confiesa. Una de aquellas creaciones es La colegiala, en honor de una enamorada que tuvo en su adolescencia, con quien se veía antes de que ella ingresara al Liceo de Señoritas Campero, siempre vestida con un guardapolvo blanco.

Una brisa muy juguetona ha envuelto  tu cuerpo al pasar

Y al mirar tu guardapolvo, me ha dicho que sos colegial

El sol que ya te miraba, de celos no quiso alumbrar

Él notó que yo te amaba, que nunca te voy a olvidar

Desde el barrio de San Roque, donde fundó con sus amigos el club Campero, maduró de a poco su pasión por la música. Como consecuencia de ello, en 1966 fundó el grupo Los arrieros, y el 15 de abril de 1967, en el sesquicentenario de la Batalla de la Tablada, creó Los Montoneros de Méndez.

Linda sanroqueñita

De bellos ojos, bello perfil

Vení, bailemos la caña

Brincando alegres de aquí pa’llí

Hugo Monzón, Luis Aldana, Nilo Soruco, Ciscar Galo, Norma Gálvez y Vicente Mealla produjeron desde entonces 25 álbumes, que incluyeron presentaciones en casi todo el país y en el exterior. Cueca de Vargas, El arroyo enamorado, Mirando el Carnaval, Cuequita para mi mama y La colegiala son algunas de las canciones que Monzón dejó como muestra de su espíritu sensible.

“Muchísimas canciones me salieron y la mayoría con éxito, pero lo más grandioso fue Morir cantando, una cueca que me inspiré en la muerte de mi hermano mayor, en las palabras que dijo antes de morir”, explica el compositor chaqueño.

Quiero morir cantando al amanecer

Ya mi copla se va acabando

Me voy muy lejos pa’ no volver

Tal vez la composición más escuchada de Monzón, fue interpretada incluso por el cantante argentino Chaqueño Palavecino, quien le pidió que escribiera una segunda parte, que el músico lo hizo en 24 horas, siempre rememorando y rindiendo homenaje a su hermano.

Te pido no me olvides, amor, amor

Ya que en la sepultura

Reina el silencio y calma el dolor

Entonces, como si las remembranzas le devolvieran la energía que se llevaron los años, Hugo toma un violín para interpretar una de sus canciones preferidas. Luego toma la guitarra, la afina un poco, repasa las notas y comienza a interpretar, con la misma pasión de siempre, Quiero morir cantando.

Esas lágrimas de tus ojos

Esos mares de compasión

Ya no lloren mi despedida

Les pido a todo resignación

La enfermedad ha ocasionado que deje de crear canciones como antes. “Pareciera que después de haber abandonado a Los montoneros de Méndez he entrado en depresión, estoy con tratamiento todo este tiempo. Todo eso ha mermado mi capacidad para escribir y hacer música, pero me encanta. Todos los días tengo que escuchar radio. Todavía agarro la guitarra, pero ya no me salen esas cosas de antes, porque todo tiene su tiempo, ¿no ve?”, dice.

No obstante, Hugo Monzón, uno de los compositores más prolíficos de Bolivia, vuelve a tomar su guitarra para seguir cantando a la vida, a su vida octogenaria.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Richard Arana

Cuidado de edición: Escriteca (70563637)

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