Península Challapata, el rincón encantado del Titicaca

El cantón del municipio de Escoma se abre al turismo con atractivos naturales, espirituales, gastronómicos y una vivencia con su cultura  

Encima de una alfombra de totora han acomodado un aguayo de colores intensos, que guarece un apthapi tradicional. El almuerzo para despedir el recorrido tiene su encanto, como toda la ruta en un rincón encantado de Escoma, a orillas del lago Titicaca.

El municipio de Escoma —160 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz— se encuentra en un lugar privilegiado, cerca del territorio peruano y a orillas del lago Titicaca. No sólo eso. El cantón Península Challapata cuenta con atractivos arqueológicos, culturales y naturales hacen que este territorio sea un lugar ineludible de visita.

Conscientes de esas fortalezas, un grupo de pobladores de las comunidades Challapata Grande, Challapata Belén, Sacuco y Sañuta formaron la Asociación de Turismo Comunitario de la Península Challapata (ASTUCOPECHA), con el objetivo de mostrar todos esos atractivos no sólo a los bolivianos, sino también a los extranjeros, en un tour que denominaron El Ajayu del Lago Sagrado.

Congreso de aves

Inmediatamente después de las cuatro horas de viaje desde la sede de gobierno, el grupo de visitantes camina por las orillas del Titicaca para contemplar un encuentro de varias especies de aves, que descansan en este lugar apartado de la contaminación y de los humanos.

Durante la caminata, Miguel Macuchapi —agrónomo que decidió apostar por el turismo— cuenta que ese espacio estaba anegado de agua y que era un límite natural entre los campos de pastoreo y esta parte del río Suches, que nace en el territorio peruano y que desemboca en la parte boliviana del lago.

Hay que hablar en voz baja y avanzar lentamente para no asustar a algunas de las 26 especies de aves que habitan en este sector. El lugar es como un paraíso, pues se puede apreciar bandadas de pariguanas, wallatas, chocas, uncallas,  playeros, lequechos, junqueros, tiki tikis, gaviotas y golondrinas.

“La primera vez que vine, en un paseo de hora y media hemos identificado 24 especies de aves nativas. Hay una endémica del lago Titicaca, el zambullidor”, cuenta Reynaldo San Martín, quien se dedica a la fotografía de la naturaleza y que es asiduo visitante de este espacio.

Según Miguel, la mejor hora para caminar por ese edén es el atardecer, cuando todas las especies se reúnen en esta desembocadura del río Suches y trinan de manera acompasada, como si fuera una asamblea de aves.

La magia del lago

Víctor Laguna es ingeniero agrónomo y ecologista que trabajó varios años en reservas naturales. Cuando se jubiló, retornó a su comunidad y notó que había varios atractivos que pueden interesar a los turistas.

Fue así como, en 2015, él y otras  personas crearon Astucopecha, con algunas ideas, pero nada concreto para hacer un proyecto perdurable.

“Se creó en el Año Nuevo Andino Amazónico, con varios hermanos que vieron la necesidad de agruparse y generar alternativas de desarrollo en el lugar”, dice Miguel.

La pandemia por el coronavirus fue un escollo y, a la vez, en una oportunidad, ya que obligó a cancelar el proyecto turístico. No obstante, cuando pasó la emergencia médica, vieron en el turismo una manera para lograr ingresos económicos.

El Observatorio Boliviano para la Industria Turística Sostenible (Orbita) —con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDCR) de Canadá— inició un proyecto en el que encontró 139 emprendimientos de turismo comunitario en el país, de los que siete tienen condiciones para operar. De esa cantidad, la ONG eligió a Astucopecha para llevar a cabo un plan completo de turismo comunitario.

“Se les ha dado capacitación técnica y se fortalecieron sus productos para diseñar un servicio de clase mundial y cambiar la vocación de estos territorios, que ahora son agrícolas, para que generen recursos a través de la venta de servicios turísticos”, explica Andrés Aramayo, gerente de Orbita.

Al respecto, Melvy Plata, integrante de Orbita, dice que se trabajó con los pobladores en el desarrollo de una oferta turística enfocada en la innovación, sostenibilidad, calidad y en marketing con el fin de atraer visitantes.

“Queremos demostrar que es posible desarrollar otra forma de desarrollo, sin tirar mercurio al agua, sin quemar el bosque y sin entrar a áreas protegidas”, sostiene Aramayo.

La playa encantada

Don Víctor dice que se creía que la playa estaba embrujada y que no recomendaban ir solos. Con los años comenzaron a llegar muchos visitantes a esa ribera, no sólo para refrescarse, sino también para aliviar sus dolencias.

Todos descalzos sobre una arena fina y caliente, al entrar en el agua cristalina y ófrica se nota un cambio brusco de temperatura.

“Al hacer transición entre frío, caliente, arena y agua, todo ello ayuda al cuerpo”, explica Miguel. Lo que descubrieron es que el cambio de temperatura ayuda a aliviar los dolores de reumatismo y artritis. Para ello, algunas personas incluso se entierran en la arena para relajar el cuerpo. Es una sensación muy agradable.

Manos a la obra

“La mayor parte de nuestras tradiciones está extinguiendo y es bueno recordar a nuestros ancestros”, afirma Luis Chipana Mullisaca, un adolescente que junto a su madre Agustina recibe a los visitantes en su casa de artesanías en lana.

Para que no se olvide la cultura y sus tradiciones, doña Agustina muestra la transformación de la lana de auquénido en hilo, que luego tiñe y después lo teje de manera artesanal para obtener un poncho, una manta, un phullu (frazada), un lluch’u o un monedero.

Para que la experiencia sea completa, la artesana elige a seis personas con el fin de que se vistan como una pareja de central agrario, otra de secretario general —autoridades en el área altiplánica— y dos novios. Luis explica el significado de los animales que están tejidos en los ponchos y su correspondencia con el nivel de autoridad originaria.

Para terminar la ajetreada y productiva jornada, Miguel reúne a todos en una habitación llena de totora fresca, para que cada uno teja los tallos y forme una llama, que después acompañará a los turistas como un recuerdo de sábado por la noche.

Una isla de energía

En los 45 minutos de viaje del día siguiente, la lancha atraviesa por momentos por oleajes altos, en medio de un lago de azul intenso, con el acompañamiento de algunas aves. Es un presagio para otras sensaciones que se vivirán en la isla Campanario.

 Como consecuencia de la sequía, el descenso del nivel del agua se nota claramente en la isla. Por ello se hace complicado atracar la lancha, por lo que algunos comunarios se introducen en el agua para jalar la embarcación. Con mucho esfuerzo, logran su cometido.

La isla tiene dos cerros, uno con forma de campana, por lo que la gente bautizó el lugar como Campanario. El otro cerro es considerado como un centro de energía, donde se puede alcanzar la paz espiritual.

Para conseguir ese objetivo hay que ascender desde los 3.820 msnm —donde se encuentra el lago— hasta los 3.880 msnm, a través de innumerables plantas medicinales y frutas silvestres, y de un hermoso bosque de queñuas.

En la cima hay un lugar exclusivo para hacer ofrendas a la Pachamama y muchas plantas de colores intensos. En una de las laderas, Miguel invita a los visitantes a que se acomoden donde se sientan mejor.

Con todos en silencio y con los ojos cerrados, el viento tibio se siente en el rostro, el sonido de las olas que chocan con las piedras de las playas se oyen con más claridad y el cuerpo empieza a relajarse. Miguel tiene razón. Es un centro de energía.

Con nuevos bríos, la delegación baja hasta la mitad del cerro, donde la organización ha acomodado una alfombra de totora. Encima hay un aguayo multicolor, que guarece papa khati, chuño, haba cocida, queso y plátano frito, kispiña, oca, choclo y asado, como el final de un territorio bendecido por naturaleza, historia y culturas encantadas.

Texto y video: Marco Fernández Ríos

Fotos: Álvaro Valero

Cuatrocientos años de Venezuela en una calle de La Guaira

El primer vuelo de BoA a tierras venezolanas permite conocer el Casco Histórico de La Guaira, un lugar con muchas historias por contar

Venezuela celebra Navidad desde octubre. Ya sea en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar o en las calles del estado La Guaira, los incontables focos y adornos recuerdan el nacimiento de Jesús. Es, tal vez, lo primero que impresiona a los bolivianos que formaron parte del primer vuelo de Boliviana de Aviación (BoA) a aquel país sudamericano.

Sebastián Michel, embajador de Bolivia en Venezuela, recuerda que, a finales del siglo XX, los vuelos entre los territorios boliviano y venezolano eran constantes —a través de la extinta Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)—, pues Caracas era la ciudad desde donde se hacían conexiones hacia todo el mundo.

Después varias décadas de ausencia, era necesario volver a conectar a ambos países por la vía aérea. Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la aerolínea nacional tiene vuelos a Sao Paulo (Brasil) y Buenos Aires (Argentina), “y es ideal que ese flujo lo complementemos con otros mercados como Caracas”. Ése no es el único objetivo.

Como parte de los acuerdos entre ambos Estados, 14 jóvenes bolivianos —de diferentes regiones— fueron becados para estudiar medicina integral comunitaria en la Escuela Latinoamericana de Medicina Dr. Salvador Allende (ELAM), en la capital venezolana.

Para Emerson Nina es una experiencia única, primero porque es la primera vez que se aleja de su natal Caranavi y, segundo, porque estudiará durante seis años y medio en la universidad. “Siento un poquito de miedo porque mi familia está un poco lejos; pero una vez que termine la carrera, quiero volver al lugar donde nací, como médico, para trabajar y ayudar a la gente que necesita”, afirma el joven de 21 años, quien, apoyado en la ventana del avión, mira el horizonte con una mezcla de tristeza y mucho de esperanza.

El vuelo de algo más de cuatro horas entre Santa Cruz de la Sierra y La Guaira es una invitación para quedarse a ver el inmenso mar de bosques amazónicos, que tienen inacabables ríos que parecen serpientes gigantes que se abren paso entre la vegetación, hasta llegar al mar Caribe, que forma parte del océano Atlántico.

Nada más llegar al aeropuerto venezolano, lo primero que llama la atención son los focos y adornos navideños de finales de octubre, algo que se repite en las calles del territorio venezolano.

Esta región es por demás interesante desde el ámbito histórico, pues fue un puerto apetecido por piratas neerlandeses e ingleses, por lo que la Corona española fortificó los ingresos marítimos, algo que se nota por algunos cañones antiguos que ahora forman parte de los ornamentos citadinos.

En las faldas de los cerros Colorado y Caído, la delegación boliviana se detiene en el Casco Histórico de La Guaira, que era el eje del comercio entre Europa y América, y que en la época republicana se transformó en un bastión para repeler las invasiones extranjeras.

“En el himno a Venezuela dice: ‘Seguid el ejemplo que Caracas dio’. La gente aquí dice: ‘El grito que La Guaira dio’, porque pensamos que la independencia comenzó aquí”, asevera Helianta Cruz, una reconocida actriz de teatro y de televisión.

Recordada por haber participado en telenovelas como Inés Duarte, secretaria, y Cara Sucia, entre otros, ahora lleva un vestido de la época colonial y no deja de sostener la bandera venezolana. “Yo represento a Venezuela en esta ruta histórica, en la que estamos representando 400 años de historia, porque nosotros aquí, en La Guaira, dimos el primer grito de libertad, de independencia y de soberanía”, recalca la actriz.

Tiene razón. El 28 de febrero de 1761, José María España y Manuel Gual fueron protagonistas de un movimiento de emancipación contra la Corona española, que luego se irradió hasta Caracas. En esta movilización también se destacó Josefa Joaquina Sánchez —esposa de España—, quien diseñó, de manera clandestina, una bandera de liberación. Al conocer esta parte de la historia de La Guaira es irrefrenable relacionar a Josefa Joaquina con Helianta.

Desde hace más de un año, más de 50 actores, músicos y artesanos protagonizan una representación histórica de 400 años de historia de Venezuela, en especial de La Guaira, en la calle Bolívar, que retrotrae a las épocas coloniales, con casas de zaguanes amplios que dan paso a patios empedrados, balcones relucientes y paredes que tienen colores intensos, sin olvidar que hay también iluminación que recuerda que faltan dos meses para Navidad.

De repente, el bongó, la tambora, la charrasca, el cuatro y las maracas se apoderan de la calle con un contagioso ritmo de parranda. “Viva Venezuela, mi patria querida; quién la libertó, mi hermano fue Simón Bolívar”, cantan no sólo los músicos, sino también los actores y la gente que visita este lugar. Incluso los bolivianos.

Es la antesala para un repaso histórico venezolano, que continúa con la actriz y cantante Juana Castillo, quien personifica a una negra esclava de hacienda que, en su canto, incita a la rebelión del yugo español.

“Mostramos 400 años de historia de La Guaira, con la idea de que vengan turistas internos y externos”, dice Juana con una voz dulce y suave, que se transmuta en intensa y fuerte cuando le toca relatar pasajes históricos de su país.

La calle adoquinada se transforma en una correa que transporta a los visitantes a una representación de los caribes, pobladores originarios de esta parte del país; a la conspiración independentista de José María España y Manuel Gual; el encuentro entre José María Vargas —patriota y luego presidente de Venezuela— y Simón Bolívar; la declaración de independencia, del 19 de abril de 1810, y un espectáculo artístico de pintura.

En un par de horas, 400 años de Venezuela transcurren por una calle colonial, con zaguanes, balcones y rejas, con Juana Castillo que actúa como una esclava y Helianta Cruz que representa a Venezuela, con una Venezuela de gente muy amable, de playas imborrables en la memoria y con una promesa, para el visitante, de retornar para seguir conociendo los rincones del país de Bolívar.

Con charango en cielos venezolanos

El primer vuelo tenía que ser especial. Cuando el Boeing 737-800 de BoA sobrevuela el océano verde de Amazonia, la artista boliviana Luciel Izumi desenfunda su charango y comienza a interpretar un huayño, un caporal y termina con la infaltable Viva mi patria Bolivia.

“Es la primera vez que hacemos un show así, saltando como caporales, de un lado a otro. Ha sido algo muy hermoso”, confiesa Luciel ya en tierra venezolana.

Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la nueva ruta aérea entre Bolivia y Venezuela generará mayor movimiento de exportaciones e importaciones entre ambos países, además de generar recursos a la empresa estatal.

“Empezamos el desafío comercial para hacer que esta ruta sea rentable y salga un buen servicio hacia ambas poblaciones, pero nos interesa hacer conectividad hacia otras ciudades y otros países de Sudamérica”, añade.

El objetivo —según el ejecutivo de BoA— es convertir el Aeropuerto Internacional de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra, en un hub, desde donde haya vuelos no sólo a Caracas (Venezuela) sino también a La Habana (Cuba), Lima (Perú), Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires (Argentina).

A ello se deben sumar los vuelos a Madrid (España) y Miami (Estados Unidos), además de su próxima salida a Asunción (Paraguay), sin olvidar que se esperan los permisos correspondientes para llegar a Santiago de Chile y Bogotá (Colombia).

Según la Cámara de Exportadores, Logística y Promoción de Inversiones de Santa Cruz (CADEX), tener llegada directa a Venezuela abre posibilidades para incrementar las exportaciones con soya, productos cárnicos y aceite, sin olvidar la quinua, chía y castaña.  

El viceministro de Turismo, Íver Tórrez, dice que 2019 fue el mejor año de ingresos económicos en el ámbito turístico, pero que con la pandemia del coronavirus y los conflictos sociales los índices bajaron. Por ello espera que estas conexiones permitan mejorar los resultados.

En cuanto al intercambio cultural, Luciel es un ejemplo de ello cuando, en el Casco Histórico de La Guaira, saca otra vez su charango para interpretar Viva Venezuela, mi patria querida, junto con músicos y actores venezolanos.

(Reportaje publicado en la revista Escape, de La Razón, el domingo 19 de noviembre de 2023)

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y Roberto Guzmán

Takesi, un camino precolombino de leyendas y de defensa de la biodiversidad

Con el apoyo de la Fundación Codespa, los guías comunitarios fueron capacitados para mostrar a los visitantes la importancia de la fauna y flora de la región

—El abuelo Coaquira, la Ulla Awicha y Llaulli Tawaco quedaron petrificados en el cerro —relata don Primitivo para distraer a los visitantes del cansancio y dolor en las rodillas que sienten al descender el Takesi, una senda de varios siglos de existencia y también de muchas historias.

Antes de la llegada de los españoles, en la región andina había un complejo sistema vial que fue unificado por los incas. Este camino es conocido como Qhapaq Ñan, que comparten Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú.

En el territorio boliviano hay varios vestigios del Qhapaq Ñan, aunque uno de los mejor conservados es la Ruta del Takesi, que empieza en Palca y concluye en las puertas de los Yungas, en el departamento de La Paz.

A las siete de la mañana, no es casual que en Choquecota —último pueblo del municipio de Palca—, unas amables señoras sirvan a los futuros caminantes una suculenta y caliente sopa de trigo. Esa alimentación hará falta.

Minutos más tarde, los vehículos se detienen en el desvío de la Mina San Francisco, donde la senda se hace exclusiva para las personas y los animales de carga.

En una loma que da inicio a la caminata, don Primitivo Quispe se presenta con una pronunciación perfecta y una tranquilidad que contagiará en toda la expedición.

Su serenidad también queda demostrada con su chaleco y sombrero de ala ancha que le caracteriza como guía comunitario, la mirada que contagia sosiego y las historias que va a contar.

Coca, alcohol y cigarrillo Casino son importantes para ch’allar y pedir a la Pachamama que todos lleguen en buenas condiciones al destino, mientras los rayos solares emergen en lo más alto de los cerros.

El inicio es una subida aparentemente complicada. Los primeros metros dejan sin aliento y con algo de sudor, pero el cuerpo se habitúa y el grupo se mantiene unido hasta el punto más alto de la travesía: 4.700 msnm de la apacheta de Choquecota.

A pesar del viento que traspasa la ropa, el panorama llama la atención por los cerros circundantes y el sendero que nos llevará a un precipicio de aventuras.

La caminata a través de la vía serpenteante es agradable, con vista, incluso, de alguna mina que fue explotada durante la Colonia.

Don Primitivo —quien prefiere que le llamen don Primo— está acostumbrado a recorrer estos rumbos desde sus 12 años  pues, a esa edad, su papá (José Quispe) le dijo que debía ayudar a la familia en el transporte de alimentos para hacer los trueques.

“Llevábamos verduras, hortalizas, choclo, pan minero (panes grandes que elaboraban en la Mina Chojlla), maíz seco y coca, principalmente. La caminata de este lado nos tomaba nueve horas; de regreso eran como ocho horas, según la regulación de las mulas”, rememora el líder de la comitiva.

Al caminar por ese sendero de tierra y empedrado, no es difícil imaginar a don José, al pequeño Primitivo y a la mula recorriendo esos tramos para cambiar su producción por papa, chuño y charque.

Con cada paso, la expedición se llena de asombro por algunos trechos empedrados que, a pesar de los siglos, se muestran impolutos. Por otro lado, varios sectores son irregulares.

Al respecto, don Primo explica que esta ruta era exclusiva para comunarios y llamas, pero cuando llegaron los españoles, los caballos y las mulas se resbalaban en las piedras.

Por esa razón —dice el guía— quitaron parte del empedrado, por lo que, ahora, las mulas pueden avanzar sin que haya la posibilidad de que sufran heridas en las extremidades.

“Hicieron que ingresen caballos y mulas para el transporte pesado, pues ya no querían arriar 30 llamas, sino sólo 10 mulas”, afirma.

La primera parte de la caminata termina en la comunidad Takesi (3.200 msnm), una cabecera de valle donde casi todo el tiempo está nublado y ocasionalmente cae llovizna.

Hasta ese lugar, los nutrientes de la sopa de trigo de Choquecota han tenido efecto, y es turno de alimentarse con un variopinto apthapi, que lleva papa khati, chuño, tunta, oca, plátano postre, queso, asado, huevo cocido y pollo, entre otros. Harán falta para la siguiente parte de la travesía.

El descanso y el almuerzo parecen ser suficientes para soportar las más de cuatro horas de caminata hacia la comunidad de Cacapi.

Da la sensación de que el descenso ahora cansa más rápido. Alguno de los visitantes sufre un calambre y tiene que caminar con mucho cuidado.

El camino tiene mucho por contar. Don Primo señala los tres senderos que transcurren en la ruta, que en algunos son estrechos y en otros son amplios, y que en muchos casos se entrecruzan. El guía explica que se trata de sendas que abrieron tanto los tiwanacotas, los incas como los mollos, quienes creían que el trazo que hicieron era mejor que el otro.

La incursión no se centra sólo en el camino, sino que don Primo lleva a sus dirigidos a sentir el silencio y distinguir el trinar de los pájaros, y mirar con atención para reconocer a algún otro animal que se mimetiza en su entorno.

Por ejemplo, el guía hace gala de sus habilidades cuando emite un silbido particular frente a las faldas de un cerro. Como respuesta, los caminantes logran ver a varias viscachas ocultas entre las rocas.

Esta demostración es una manera para que los visitantes tomen conciencia de la importancia de la fauna y flora existente en la ruta.

“Si les hacemos dar cuenta (a los guías de la importancia de la biodiversidad) y les apoyamos, vamos a fortalecer el valor de la naturaleza con el turismo. Es bueno que las comunidades sepan de ese valor y que a partir de ello cuiden el lugar para que haya más turistas y generen recursos de manera justa”, dice Arcenio Maldonado, coordinador técnico de la Fundación Codespa.

Codespa —una ONG con 35 años de vigencia— y el Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF) llevaron a cabo el proyecto “Conservación de Bosques de Polylepis (BOL 08 y BOL 13) —queñuas— a través del Ecoturismo en Takesi y Totorapata – Bolivia”, que busca proteger no sólo los árboles de queñua, sino también la biodiversidad de la región.

Maldonado refiere que los bosques de queñua son importantes porque ahí viven la remolinera real (Cinclodes aricomae) y el torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), aves que se encuentran en peligro de extinción.

“Por suerte viven en un lugar aislado, pero puede haber amenazas porque estamos en un entorno minero y de lugares que tienen sobrepastoreo”, afirma Maldonado.

Por esa razón decidieron promover el ecoturismo como incentivo económico para las familias. Para ello efectuaron capacitaciones en manejo de grupos, aprendizaje de la fauna o flora de la región, administración de posadas y gastronomía. En total fueron beneficiadas 15 familias.

Don Primo, como uno de los beneficiarios de este proyecto, informa de manera detallada y amena la importancia de los animales, como el oso jukumari, el cóndor, el puma, la viscacha, la urraca collar blanco, la aurora enmascarada, el tucancillo franja celeste, la tangara de montaña vientre escarlata, el barbudo versicolor, el matorralero boliviano, el silfo de cola larga, el colibrí cola de raqueta y la metalura escamada, entre otros.

En varias partes del trayecto vale la pena estar en silencio y escuchar el trinar de las aves, para que don Primo informe de cuál se trata y probar suerte para ver alguna. Y es que en la Ruta del Takesi hay más de 34 mil especies de fauna y flora.

El descenso continúa y aumenta el dolor en las rodillas; pero don Primo empieza a contar una leyenda.

En tiempos en que no había luz, en todo este sector habitaban seres gigantes, como el abuelo Cuaquira, quien estaba casado con la Ulla Awicha. A pesar de tener su pareja, él solía frecuentar a Llaulli Tawaco, una joven y bella cholita que aceptaba los halagos del viejo pretendiente.

Después de mucho tiempo salió el sol y, con ello, comenzó a alumbrar esas tierras. Para mala suerte de los gigantes, los rayos empezaron a convertirlos en roca, por lo que muchos se escondieron en guaridas.

Ello no ocurrió con el abuelo Coaquira, quien fue a encontrarse con Llaulli Tawaco. Preocupada por su marido, Ulla Awicha salió de su cueva para advertir a su esposo del peligro que corría.

Vanos fueron los gritos, pues el abuelo Coaquira fue alcanzado por la luz y  quedó como roca, al igual que Llaulli Yawaco. Ulla Awicha, afligida por su pareja y desprotegida, también quedó petrificada.

Durante la caminata, don Primo señala tres rocas sobresalientes de los cerros que, en efecto, tienen forma del abuelo, la abuela y la amante.

Al contrario de la leyenda, las sombras empiezan a apoderarse de los cerros, pero los caminantes llegan a salvo a Cacapi, la comunidad donde la delegación pasará la noche.

Esta aldea tiene pocas viviendas, que ahora sirven como refugio para los visitantes, diferente a lo que ocurría hace un siglo, cuando era el lugar de descanso de viajeros que llevaban alimentos para intercambiarlos.

Don Primo dice que había al menos 12 tambos, a donde los comunarios, ya sea de Choquecota o de los Yungas, solían dormir y alimentarse.

“Cacapi era un lugar céntrico, era un lugar de encuentro y de pernocte. Si salían de los Yungas, caminaban hasta Cacapi, y el segundo día iban hasta Palca”, dice don Primo.

Aquel transitar constante disminuyó a partir de 1936, cuando abrieron un camino amplio que conduce a Sud Yungas, por lo que ahora sólo hay pocas personas que luchan por no dejar morir a Cacapi.

Una de ellas es Porfiria Gonzales, quien hace 20 años empezó a vender maíz, papa khati y charque a los turistas y ahora, con la capacitación, es capaz de preparar alimentos mejor elaborados e incluso para vegetarianos y veganos.

El otro factor importante de este proyecto son las agencias de turismo, que están coadyuvando en esta clase de experiencias. Una de ellas es Waliki Adventure, que ahora promueve las visitas que van más allá de ver el camino precolombino.

“Estamos cambiando la clásica visita al campamento a una forma ecoturística, más vivencial, con el uso de guías de las comunidades, alimentación, hospedaje y mostrando más flora y fauna para que las personas sepan que hay plantas y aves endémicas”, afirma Danilo Barragán, representante de Waliki y quien disfruta, como los demás, de una cena especial preparada por Porfiria.

Después de una noche en carpas cómodas y arrullados por las estridación de los grillos, los visitantes comen un suculento desayuno yungueño para completar la última parte de la travesía.

En esta ocasión, el guía Gregorio Mamani se encarga de llevar a los visitantes por un sendero con menos empedrados y, por ello, menos dolores.

El inicio no podía ser mejor. Don Gregorio muestra las plantas de tumbo, retira los frutos maduros y deja que cada uno pruebe. Hace lo mismo con la papaya Salvietti, que se caracteriza por ser diminuta, tener pulpa blanca y tener un  sabor dulce y refrescante.

Durante la incursión, el guía de Cacapi explica que esta ruta no tenía un nombre definido hasta que, en 1975, el Gobierno denominó esta ruta como Monumento Nacional Camino del Inca El Takesi, que con el tiempo se llamó sólo Ruta del Takesi.

La caminata es más tranquila, aunque duele ver los chaqueos descontrolados, que han afectado cerros enteros y el hábitat de los animales. Dicen que algunos pobladores creen que de esa manera se desharán de los osos o los pumas, pero ignoran que son animales que dan equilibrio al ecosistema y que, por hambre, se acercan a las poblaciones para alimentarse del ganado. Al final, con estas quemas, todos pierden.

El premio llega al mediodía, cuando la delegación llega a una poza de agua cristalina y fría, ideal para refrescarse un momento antes de continuar hasta Yanacachi, donde Vitaliano Fernández, militar en retiro, corredor de autos y ahora guía comunitario, da la bienvenida a los visitantes.

Como parte del antiguo camino prehispánico —dice don Vitaliano—, este pueblo era un lugar de descanso y para proveerse de víveres antes de subir al altiplano o seguir bajando a los Yungas.

En Yanacachi llaman la atención las casas antiguas, con paredes hechas de piedra, que han soportado cientos de años, y otras con balcones republicanos. También llama la atención que en comunidades cercanas haya calzadas, miradores y construcciones de piedra que —dice Vitaliano— continúan hacia los cerros, aquellos cerros que suelen leerse con los pies.

La Ruta del Takesi es complicada debido al descenso constante, que puede generar dolor en las rodillas. Por ello es aconsejable cargar en la mochila lo estrictamente necesario, llevar unos zapatos cómodos y con huella, y moverse con uno o dos bastones de trekking. Otra recomendación fundamental es no dejar basura en el camino, porque de esa manera evitamos dañar el ecosistema. La última sugerencia es contratar a un guía local para prevenir accidentes y conocer mucho más de este camino prehispánico y de gran biodiversidad.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y CODESPA

Un curso de vida o muerte

La AGMTB está especializando a la gente que lleva personas a los cerros, con el fin de prevenir accidentes. Se espera que la organización sea admitida como miembro pleno de la UIMLA

A las tres de la mañana, en las faldas de un cerro, los siete aspirantes  deciden olvidar las bajas temperaturas y el sueño para demostrar lo que aprendieron en los cursos teóricos y prácticos. ¿Con qué objetivo? Aprobar el curso de guía de trekking de la Asociación de Guías de Montaña y Trekking de Bolivia (AGMTB) y ser considerados para recibir el aval de una organización internacional.

“Una característica de nuestros cursos es que calculamos el peor de los escenarios; por ejemplo, qué haces si tu cliente se enferma, si le duele la cabeza, qué haces si se cae o se tuerce el tobillo, qué haces si anochece y no tienes las herramientas para el rescate”, explica Ricardo Salluca, vicepresidente de Guías de Trekking de la AGMTB.

¿Por qué es importante la especialidad de guías de trekking? Basta un ejemplo.

La oferta no podía ser mejor. Precios bajos, “guía especializado”, refrigerio y una visita al Pico Austria (5.320 msnm) fueron la carnada para que una pareja de cruceños comprara el paquete a esa ruta de la Cordillera Real, en el departamento de La Paz.

Después de recorrer una hora en la carretera hacia Copacabana y desviar hacia la comunidad de Palcoco (en el municipio de Batallas), el minibús se detuvo en una explanada, para que los visitantes continuaran por un sendero, por donde debían iniciar la caminata al sector donde se encuentran el Condoriri, el Pequeño Alpamayo y, por supuesto, el Pico Austria.

Sin aclimatación previa, el  oxígeno era insuficiente para los visitantes, sus pasos se hacían pesados y parecía que los rayos solares tampoco querían que siguieran. Con mucho sacrificio llegaron a la laguna Chiar Khota, a los pies del Condoriri y de los otros cerros cercanos.

Ahí, en la orilla, se sentaron y descansaron varios minutos, pero no fue suficiente para que la muchacha cruceña continuara la aventura. Por el contrario, su acompañante exigía ir a la cima del cerro, así es que el “guía especializado” dejó a la mujer en la ribera y subió con el varón.

Tardaron varias horas pero lo lograron. Cuando el día dejaba ver las primeras tonalidades violáceas del anochecer, llegaron a la laguna, donde la muchacha cruceña debía estar esperando. Pero no estaba.

“¿Cómo pueden hacer eso (los autodenominados guías)? No tienen respeto a la vida ni a la seguridad”, comenta Sergio Condori, experimentado guía de alta montaña de la Unión Internacional de la Asociación de Guías de Montaña (UIAGM), además de director general e instructor de la AGMTB.

El montañista dice que esta clase de incidentes ocurren de manera recurrente, aunque no se los hace público porque, afortunadamente, no hay heridos de consideración ni muertes. Pero puede haberlos.

Para evitar esta clase de eventos, la AGMTB organiza, desde 2015, un curso de certificación de guías de trekking, destinado a personas que se dedican a llevar grupos a lugares fuera del área urbana.

“La gente piensa que subir a la montaña es sencillo. Para empezar se debe diferenciar entre nieve y hielo, porque la montaña se puede convertir en un peligro”, afirma Ricardo.

Hay muchos detalles que hay que tomar en cuenta en el momento de hacer trekking, dice el directivo de la AGMTB. Por ejemplo, hay que saber cuál es la diferencia entre trekking y senderismo.

Como su nombre indica, el senderismo está ligado a caminar por un sendero, con el fin de tener menos probabilidades de perderse, como por ejemplo el Takesi o el Choro. En cambio, el trekking es la caminata por lugares agrestes y lejanos, que da la sensación de más libertad, aunque implica más riesgos y desafíos.

“No se trata de agarrar un grupo de gente y llevarlo a algún lado; se necesitan materias complementarias, porque los guías ponen en riesgo sus vidas y la de sus clientes”, recalca Sergio.

Tanto Sergio como Ricardo coinciden en que las carreras de Turismo en las universidades bolivianas no incluyen la especialización de guía en su currículum, por lo que la AGMBT organizó cursos para especializarse y ser reconocidos como guía de trekking.

Con 46 guías certificados en la actualidad, en su sexta versión se presentaron seis postulantes, quienes fueron admitidos después de una prueba de admisión, que incluyó una hoja de vida en la que señalaban al menos 10 rutas largas de trekking que hubieran superado.

Obviamente, los encargados de la AGMTB deben corroborar la información, así es que los candidatos deben pasar por unas pruebas de suficiencia, como manejo de grupos, resistencia física y cartografía, entre otros.

Sergio recuerda que el guía de trekking, al ser responsable de sus clientes, debe saber desde atención de alimentos, flora, fauna, geología, hasta glaciología, principalmente. Por esa razón, el curso —que dura dos meses— empieza con clases teóricas sobre glaciología, geología, cartografía, ambientalismo, meteorología, antropología, nimbología, gestión de riesgos, pasajes técnicos y cartografía.

“Uno de los problemas más recurrentes con los guías no certificados es que no saben qué explicar en un viaje o cuentan una historia irreal, como que el Illimani y el Huayna Potosí son volcanes”, reflexiona Sergio.

Obviamente, la parte teórica va acompañada por la práctica, así es que casi el 80% del curso se desarrolla en terrenos abiertos, donde los postulantes ejecutan todo lo aprendido en simulacros que muestran los escenarios más complicados.

“En esos momentos se demuestra el profesionalismo de los guías, porque no pagas por su trabajo, sino por lo que saben”, sostiene Ricardo.

Categoría internacional

El curso de este año es especial. Después de varios años de gestiones, la AGMTB  está siendo considerada para ser miembro pleno de la Unión Internacional de Asociaciones de Líderes de Montaña (UIMLA, por sus siglas en inglés), lo que permitirá que los guías de trekking formados en Bolivia sean reconocidos en el ámbito internacional como líderes internacionales de montaña.

Las gestiones comenzaron en 2019 con el presidente de la UIMLA, Ian Spare, y tuvo como resultado que Bolivia sea elevada a aspirante. Este año, para ascender a la categoría de miembro pleno, la AGMTB debe pasar dos evaluaciones, una en verano y otra en invierno.

Fue así como llegaron —gracias al apoyo de la Embajada de Francia en Bolivia— el belga Dominique Olbrecht y el francés François Burthey, expertos en la formación de líderes de montaña, para monitorear el curso y dar un informe a la UIMBLA con el fin de que el país suba a la calidad de miembro pleno de la organización internacional.

  • Reservar o tener un refugio asegurado, o llevar una carpa.
  • Llevar agua y alimentos necesarios.
  • Llevar un botiquín de primeros auxilios.
  • Llevar fuego para cocinar.
  • Llevar una lámpara frontal en caso de que anochezca para ser ubicados.
  • Llevar un silbato por si es necesario pedir auxilio.

Los crucifijos de la Calle de las Brujas

Lo que empezó como tradición paceña se convirtió en una colección para resguardar el arte sacro nacional, que ahora se expone en una casa republicana de la calle Melchor Jiménez

El anticuario estaba atiborrado de innumerables objetos antiguos, desde las más pequeñas efigies de la Virgen María y de santos, hasta obras de arte colonial, como figuras del Niño Jesús que estaban en proceso de restauración o las que estaban disponibles para la venta. En el aparente desorden había orden.

Entre la gente que visitaba el repositorio paceño se encontraban María Luisa Morales, quien quería comprar vestimenta para su San Antonio, y unos extranjeros que estaban a punto de adquirir piezas de arte sacro boliviano para llevárselas a su país.

María Luisa no lo pensó dos veces. Habló con el dueño del anticuario, discutió un poco y ofreció más dinero para, finalmente, quedarse con aquellas antigüedades. “Claro que me he peleado, pero no quería que ningún extranjero se llevara nuestras obras fuera del país”, contaba a quienes querían saber cómo comenzó su colección de arte colonial, que este año se convirtió en materia prima para las exposiciones del Espacio Cultural María Luisa Morales.

Las calles Linares y Melchor Jiménez son visitadas por turistas extranjeros y nacionales no sólo por las vestimentas andinas y artesanías, sino también por las tiendas de chifleras, aquellas vendedoras de hierbas medicinales, mesas andinas para la Pachamama y de pociones para atraer dinero, amor y prosperidad. Es por eso que estas vías son conocidas como las Calles de las Brujas.

Ahí, en la Melchor Jiménez —una vía  curva que nace en la calle Santa Cruz y termina en la Linares—, varias tiendas preceden a una casa republicana conservada, con paredes de color crema y motivos decorativos verdes. El pasillo dentro de la propiedad, efectivamente, lleva al visitante a inicios del siglo XX, a un patio amplio con piso de piedra, flanqueado arriba por balcones que mantienen recuerdos pasados.

Tres habitaciones de la planta baja invitan a un recorrido por figuras de la crucifixión, que representan el sacrificio y encarnación de fe para los creyentes cristianos. Lo que empezó con un pequeño oratorio, para que las amistades fueran a rezar, se convirtió en el refugio de 40 imágenes que resumen no sólo la tradición católica paceña, sino también los detalles y orígenes de cada obra.

En la primera habitación sobresale un Cristo crucificado con la vista fija al frente, los ojos llorosos y las rodillas sangrantes. El faldón que cubre su cadera tiene bordados antiguos que están hechos a mano. En sus costados hay otros cuatro imágenes similares, cada cual con una característica singular, como el color de pelo natural o sus adornos hechos de plata.

Sonia Morales, hija de María Luisa Morales y heredera de esta colección, cuenta que las obras provienen de las ciudades de La Paz, Cochabamba, Sucre y Potosí. “Más que todo de Sucre y Potosí, porque tenemos la Escuela  Potosina que, junto con la Escuela Cusqueña, eran especialistas en estas esculturas”, explica la abogada.

Una figura que llama la atención es el Cristo Dislocado, que muestra a Jesús con los hombros dislocados, la columna en forma de S y las costillas que sobresalen de un torso delgado que, por la crudeza, muestra el sufrimiento por la crucifixión. Es una de las reliquias más antiguas y queridas de la familia, ya que perteneció a la bisabuela Francisca Catacora.

Vestida con una manta blanca que perteneció a su abuela Anselma y un collar de perlas que acostumbraban llevar las cholas paceñas de inicios del siglo pasado, Sonia explica que las obras artísticas están hechas de madera maguey con yeso, de estilo barroco, y datan de los siglos XVII y XVIII. “La mayoría viste ropa de seda antigua, orfebrería plata labrada y otras en filigrana”, dice.

“Mi mamá no ha alcanzado a hacer realidad el museo, pero teníamos la idea y ejecutamos el plan con la limpieza de la casa, inventario de las piezas y estudio para proteger las obras”, cuenta Sonia, quien confiesa que no ejerce el catolicismo de manera activa, pero que aprendió de su madre el respeto hacia las imágenes como obras arte.

De acuerdo con Elisa Rada, antropóloga y principal asesora en el espacio cultural, emplearon dos meses para llevar a cabo el análisis, la selección, el traslado y montaje de la exposición de los crucifijos.

“Nuestro objetivo es difundir, no desde el punto de vista católico, sino que se aprecie el arte y que la gente conozca el sincretismo paceño y las fiestas patronales”, recalca Elisa, quien luce algunas joyas de María Luisa y Anselma, a quienes considera parte de su familia por todo lo que vivieron.

En las otras dos habitaciones, además de los Cristos crucificados, hay efigies de la Virgen María de diversos tamaños y con características muy interesantes en cuanto a terminados, con miradas que parecen ser reales.

Otro detalle que resalta es un menor de edad crucificado y con una corona de espinas en la cabeza, denominado el Niño de la Santa Guardia, obra del siglo XVI. Según Elisa, esta obra cuenta la historia de un niño mártir, quien fue secuestrado en Granada (España) para luego ser ejecutado en una cruz de madera.

Además del propósito de cuidar el arte sacro boliviano, Sonia afirma que el origen de la colección también se debe a su bisabuela, quien pertenecía al estatus social alto de la cholada paceña, que se caracterizaba —además de su poder adquisitivo— porque en sus casas tenían la imagen de Cristo crucificado, el Nacimiento y el Señor de la Sentencia.

La bisabuela no sólo contaba con esas obras, sino que respetaba todas las tradiciones católicas. Por ejemplo, nadie de la familia comía carne los viernes de Cuaresma, mientras que en Semana Santa estaba prohibido escuchar música que no fuera las baladas de Caballería, además de que las mujeres debían salir a la calle vestidas de negro y con un velo para ir a la misa.

Esta rigurosidad fue heredada por su hija, Anselma Góngora, mientras que su nieta, María Luisa Morales, mantuvo la tradición de adquirir y cuidar las efigies religiosas que fue coleccionando desde hace 35 años.

Elisa quedó impactada por toda la obra reunida, más aún cuando empezaron a trabajar en el registro, elaboración de la base de datos y anotación de los detalles de todas las efigies y cuadros artísticos, que terminó un año y dos meses después.

María Luisa no alcanzó a ver materializada la idea del museo, pero Sonia y Elisa terminaron el proyecto, por lo que el Espacio Cultural María Luisa Morales presenta exposiciones de acuerdo con las fiestas patronales, ya que comenzaron en Semana Santa con los Cristos Crucificados, continúan con una muestra de Santiago y terminarán el año con el Niño Jesús y los Nacimientos.

Es inevitable regresar a las habitaciones una y otra vez, pues las imágenes y los cuadros muestran nuevos detalles y nuevas historias que encierra esta casa con halo a religión y tradiciones paceñas.

Centro cultural con exposiciones religiosas

El Espacio Cultural María Luisa Morales presenta exposiciones de acuerdo con las principales festividades católicas y tradiciones paceñas. Este espacio se encuentra en la calle Melchor Jiménez Nº 812, entre las calles Santa Cruz y Linares. Un detalle que llama la atención es su sistema de seguridad, ya que además de los cuidadores tiene alarmas modernas. Este espacio abre sus puertas entre miércoles y jueves, desde las 15.00 y 19.00.

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Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Marco Aguilar

Destacado

El primer órgano en Bolivia volverá a ser escuchado en la Catedral de Sucre

Gracias al apoyo de monseñor Jesús Juárez y el padre Bernardo Gantier, el valioso instrumento musical fue restaurado con todas sus características originales.

El silencio en la Iglesia Catedral de Charcas —de un día especial del siglo XVI— termina cuando los monaguillos se abren camino entre la multitud y, desde la parte superior del templo, se escucha la música del primer órgano que llegó al territorio que años después iba a llamarse Bolivia.

Un jueves de finales de 2022, a las nueve de la mañana, las campanas de la ahora Catedral Basílica de Nuestra Señor de Guadalupe resuenan en toda la plaza 25 de Mayo, como anuncio de buenas nuevas. El órgano antiguo volverá a resonar sus notas gracias a un laborioso trabajo de restauración.

A esa hora, la mayoría de las tiendas y repositorios de la capital de Bolivia abre sus puertas para atender a los estudiantes y turistas. Entre ellas se encuentra el Museo de la Catedral de Sucre, que resguarda, en sus pasadizos parecidos a un laberinto, una infinidad de joyas arquitectónicas, artísticas y musicales, como la capilla musical.

La capilla de música o capilla musical surgió durante el Renacimiento, con el objetivo de brindar el acompañamiento sonoro a las misas tridentinas, que se caracterizaban por los sacerdotes que hablaban en voz baja, en latín y de espaldas a los asistentes.

En Charcas (ahora Sucre), la capilla musical de la Catedral fue creada en 1551 con un coro pequeño que interpretaba obras del sacerdote español Cristóbal de Morales, informa Gabriel Campos Arandia, actual maestro de capilla de la Catedral de Sucre y de la Basílica Menor de San Francisco.

“La Catedral ha sido el centro de irradiación cultural en toda América, ha sido el punto más importante en la Colonia y ha tenido a los maestros de capilla más importantes de todo el continente”, afirma Campos, organista, pianista, clavecinista, cantante lírico y compositor de varias obras de música barroca.

Carmen García Muñoz, en su libro Un archivo musical americano, indica que Charcas albergó a la escuela de música más importante de la región y que pasaron grandes maestros como los españoles Gutierre Fernández Hidalgo y Juan de Araujo, y los potosinos Antonio Durán de la Motta, Andrés Flores, Manuel Mesa y Julián de Vargas, entre muchos otros.

“El repertorio escuchado incluía misas, villancicos, juguetes, sinfonías, música dramática, cantantes, letanías, salmos, vísperas, lamentaciones, magnificat, conciertos, salves, rorros,  himnos y muchas otras formas donde cantantes, instrumentistas y organistas concertaban su arte con maestría y boato  únicos en el continente”, resalta García Muñoz.

En aquellos tiempos de esplendor en la Catedral había un órgano de tipo renacentista, posiblemente traído desde España entre los años 1567 y 1570. “Según los expertos, se trata de un órgano que se encontraba en el coro alto de la capilla de San Juan de Mata, anexa a la Catedral”, indica el Campos.

Después de la independencia de Bolivia, Charcas cambió su nombre a Sucre. También se fue perdiendo la suntuosidad de los templos católicos, lo que ocasionó, por ejemplo, que el primer órgano que había llegado al país y otros instrumentos musicales fueran olvidados durante muchísimos años.

Lo mismo pasó con la capilla musical, que dejó de funcionar durante la Guerra del Chaco, a mediados de la década de los 30. No obstante, esta heredad artística no podía quedar en el olvido, por lo que la Comisión Arquidiocesana de Arte Sacro y Patrimonio —con el apoyo del padre Bernardo Gantier y del arzobispo emérito, monseñor Jesús Juárez— decidió volver a dar vida a la capilla musical de la Catedral de Sucre.

La enorme estructura blanca, construida en 1551 —de estilo renacentista, adornada en la parte superior con figuras de los 12 apóstoles y los cuatro evangelistas—, resguarda una importante colección de arte sacro, que destaca pinturas, objetos religiosos, tallados y, obviamente, instrumentos musicales.

“No era un instrumento músical, era un mueble parecido a un ropero. Los tubos estaban en el piso, rotos y aplanados; el teclado no estaba nivelado, el conducto del fuelle al órgano no existía; los cueros de los fuelles estaban perforados, tenían filtros. El instrumento estaba, realmente, en el peor estado”, rememora el actual maestro de capilla.

Hace dos años, con el apoyo económico de  Adveniat —organización de ayuda de católicos en Alemania—, Campos y Ricardo López (encargado de Conservación y Restauración del Museo de la Catedral) iniciaron el largo y fatigoso trabajo de volver a dar vida a la reliquia artística.

“La intervención ha sido interesante porque no es nada diferente a una obra de arte antigua, porque tiene los mismos elementos, tiene policromía, soporte de madera. Fueron repuestos los elementos decorativos gracias a vestigios que encontraron en la investigación”, explica López.

Campos admite que la restauración fue complicada, pues primero trasladaron el órgano al taller para desarmarlo por completo, para componer los 210 tubos hechos de aleación de plomo y estaño y trabajar la madera de cedro y el teclado de ébano y cedro.

“No se ha incluido ningún elemento electrónico ni mecánico, sino que está tal cual fue fabricado y funciona gracias a la fuerza humana”, afirma López, con respecto a que este instrumento no tiene ventilador ni motor, sino que funciona con dos fuelles hechos de madera y cuero, que deben ser activados de manera manual.

Después de tantos meses de trabajo, Gabriel se acomoda ante el órgano verde con adornos de pan de oro, mientras que Ricardo se sienta frente a los dos fuelles para moverlos de manera intercalada, con el objetivo de mandar aire de manera constante al instrumento musical.

Concentrado, con una postura parecida a los maestros de música clásica que admira, Gabriel empieza de mover los dedos con una habilidad que se transforma en agradables notas de tonadillas del archivo de la Catedral, que datan del siglo XVII.

La Catedral tiene otros dos órganos que necesitan ser restaurados: uno que se encuentra en la epístola y que se encuentra en condiciones deplorables, y otro de color celeste que se mantiene desde hace varios años en el coro alto.

La intención, ahora, es poner en funcionamiento los tres instrumentos, para que resuenen durante alguna actividad religiosa importante, que lleve otra vez al templo más importante de la antigua Charcas a su época de gloria.

¿Cuándo será el reestreno público del órgano?

La capilla musical era escuchada en misas importantes, como el día de la Virgen de Guadalupe, en la víspera, en las novenas y como parte de obras de teatro con música barroca y poesía. De acuerdo con Gabriel Campos, el órgano volverá a ser escuchado en público durante la Semana Santa en un concierto especial.

Para tener la posibilidad de ver este instrumento musical puede visitar el Museo de la Catedral de Sucre, dependiente del Arzobispado de Sucre. Se encuentra en la calle Nicolás Ortiz Nº 61, esquina plaza 25 de Mayo. Abre de lunes a viernes, entre las 09.00 y 12.00 y desde las 14.30 hasta las 18.30.

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Texto, fotos y videos: Marco Fernández Ríos (78882793)

Gregory, el sensei del origami

Damnificado por el megadeslizamiento de Callapa y afectado por la pérdida de su madre, este joven vecino de El Alto encuentra paz en este arte asiático

Su dormitorio está tapizado con pósters de personajes de anime y de Los Vengadores. Su ropero está cubierto con sus dibujos. Encima de una mesa, como si fuera un altar, se encuentran esculturas de papel, que son muestra de que Gregory es un sensei del origami.

El origami es un arte asiático que consiste en hacer pliegues con un pedazo de papel (sin utilizar tijeras ni pegamento) para formar esculturas pequeñas, en especial de animales y plantas, porque tienen significado ritual. Su origen se sitúa en el siglo VII, cuando monjes budistas chinos cultivaron las técnicas del plegado y las enseñaron en otros países.

Un siglo después, los japoneses desarrollaron el origami —del japonés ori (plegar) y kami (papel)— y lo incluyeron como un elemento de los rituales sintoístas. Después, este arte se expandió por el mundo. Obviamente, también en Bolivia.

El sábado 26 de febrero de 2011 es más que una fecha, es un tatuaje en la vida de Gregory Aduviri Callisaya (25 años). A las ocho de la noche, su mamá lo despertó para decirle que tenían que desalojar la casa, porque Callapa y las zonas circundantes se estaban deslizando.

“Cuando salí de mi cuarto, todo se estaba deslizando. Ha sido impactante para mí, muy fuerte. Aquella noche, lo único que pudimos sacar fue algo de ropa, nada más”, recuerda de cuando tenía 14 años.

En total hubo aproximadamente 5.000 personas damnificadas. Entre ellas, Gregory, sus dos hermanas menores y sus padres (Gregorio Aduviri y Gregoria Callisaya), quienes se alojaron durante un tiempo en un colegio de Irpavi Bajo.

Cansados de vivir en un aula con otras cuatro familias, la familia emigró a El Alto, a Tilata, para cuidar una casa. Dos años después del megadeslizamiento, la familia Aduviri Callisaya se trasladó, finalmente, a un complejo de departamentos en Alto Chijini, distrito 12.

En ese transcurso, Gregory conoció el origami, cuando en el colegio vio a otro niño que presumía cómo armaba una grulla con una hoja de papel. Pidió que le enseñara, pero no quería, así es que, mezclado entre los demás, llevaba papel y emulaba los movimientos del compañero. Al poco tiempo, no sólo aprendió a armar el ave, sino que enseñó a sus amigos.

No obstante, su madre se lo prohibió, pues creía que era pérdida de tiempo. Además, “las hojas no se rompen, sólo sirven para estudiar”, afirmaba para explicar que era mucho gasto para su economía.

La prohibición, el fútbol y el basquetbol hicieron que Gregory se alejara del origami por unos años, hasta que vio un puesto en la Feria 16 de Julio, donde había publicaciones y figuras relacionadas con este arte. “Veo una figura expuesta y me sorprende, porque todo eso sale de un cuadrado. Yo, que ya hago origami, quería hacerlo”, comenta.

Su padre le compró unos textos de origami y, con ellos, armó cada vez más figuras de papel; tantos, que no podía ocultar su afición. Empero, su vida volvió a trastocarse cuando se enteró de que su mamá tenía una enfermedad incurable.

En sus últimos días, doña Gregoria pidió a su hijo que cuidara de sus hermanas y que siempre se alimentara bien. “Haz lo que quieras, lo que más te guste”. Esas palabras fueron el permiso implícito para que Gregory continuara armando figuras de papel.

Esta pérdida ocurrió cuando terminaba el colegio, así es que, como “me gusta modelar, dibujar y pintar”, decidió estudiar Industria de la piedra en el Instituto Tecnológico Superior Mirikiri, en Comanche. “Lo hice también porque quería olvidar a mi mamá”, cuenta.

Volvió al departamento de Alto Chijini tres años después, con muchas más ideas y proyectos, que los plasmó gracias al Club Origami El Alto.

Este arte tiene varios niveles. Empieza con el básico, con figuras hechas hasta con siete dobleces; medio, que tiene 30 a 50 pasos; avanzado, hasta 300 pasos, y el nivel superior es el experto en patrones de plegado y diseño, que tiene infinidad de dobleces, según explica Gregory.

“Ahora no necesito libros, ni líneas; empecé a hacerlo solo, desde mi mente. Cierro los ojos, me concentro y empiezo a generar una infinidad de figuras”, comenta el artista.

Para encontrar paz interna, en su dormitorio necesita una mesa y hojas de papel, pues Gregory se abstrae de todo y comienza a hacer figuras complejas, como dragones, caballeros medievales, cancerberos , barcos pirata, sirenas e incluso una máscara de moreno.

“Sólo es generar puntas. Tienes que ver la imagen o el diseño y ver cómo hacer”, dice con falsa modestia. Quiere que la gente conozca su trabajo y que sepan que este arte puede ayudar en la vida. “Me ha ayudado a superar la muerte de mi mamá, soy tranquilo, no tengo ningún vicio, me ayuda a que mi alma se encuentre estable, mi paciencia está en otro nivel”, asegura.

Por ahora, no planea hacer del origami un negocio, sino crear textos para enseñar a los niños, presentar una exposición con sus mejores figuras y terminar su vida como las historias que le gustan: con un final feliz.

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Fotos: Salvador Saavedra

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Luz, cámara, ¡Render!

En medio de la crisis por la pandemia del coronavirus, un grupo de jóvenes creó su propia productora audiovisual

Las gradas del conocido Sultana Café-Arte —ubicado en la zona de Sopocachi, en la ciudad de La Paz— reciben a tres visitantes diferentes. Cada uno lleva maletas grandes y pesadas, tan pesadas que dan la impresión de que no quieren ser transportadas por el esfuerzo que conlleva transportarlas, pero son derrotadas cuando Jorge, Marco y Vito ingresan al local para llevar a cabo una jornada de producción audiovisual.

Vivimos en un mundo de imágenes y videos, a través de computadoras y teléfonos celulares, principalmente, por lo que los negocios necesitan generar publicidad con producción audiovisual a través de emprendimientos como Render, Productora Audiovisual y Agencia Digital.

Las maletas contienen todo el equipo que Jorge Clavijo, Marco Jáuregui y Vito Barrionuevo emplearán esta vez para hacer fotos y videos de promoción de uno de los mejores cafés de La Paz. Para conseguir buenos resultados, hace unos días llegó un grupo de avanzada para coordinar los detalles de las grabaciones con Nayra Benavides del Carpio y Erick Aguirre —propietarios de Sultana—, desde las locaciones hasta los requerimientos del cliente, todo ello para saber qué equipos van a utilizar.

“Hoy todos consumen videos y fotografía, y es la mejor manera para que cualquier negocio, empresa o emprendimiento llegue al cliente final”, afirma Clavijo, quien, al igual que Jáuregui y Barrionuevo, trabajó varios años en una empresa televisiva.

Hace más de dos años, la crisis económica afectó a casi todos los emprendimientos, como consecuencia de la pandemia del COVID-19. Bolivia no fue la excepción, pues las empresas tuvieron que hacer ajustes fuertes, ya sea a través de la rebaja de sueldos, aumento de trabajo o despido directo. Una cantidad significativa se quedó, de un día para otro, sin empleo.

Entre ellos estaban Clavijo, Jáuregui y Barrionuevo, quienes, sabedores de lo que les esperaba, comenzaron a hacer planes y decidieron caminar por la aventura de ser independientes. Una noche del 15 de abril de 2021, en un costado de la plaza San Martín —en Miraflores—, cinco excompañeros de trabajo —Barrionuevo, Jáuregui y Clavijo, además de Eddy Peñaloza y Ricardo Pereira— fundaron Render, voz inglesa que significa retratar y que, desde el punto de vista comunicacional, muestra una imagen digital que se representa a partir de un modelo o escenario 3D, hecho con algún programa especializado de computadora.

Barrionuevo dice que la otra motivación para crear Render fue que notaron que micro y medianos empresarios quieren publicar sus productos a través de las redes sociales, ya sea por Facebook, Instagram o TikTok. “Si bien ha sido un poco difícil empezar, hemos tenido aceptación porque nuestro trabajo ofrece más”, asegura.

En las maletas grandes existe espacio suficiente para guardar dos cámaras réflex, estabilizadores de imagen, reflectores, micrófonos, un Osmo Pocket y todos los detalles que convierten el salón superior de Sultana en una pequeña productora.

“Muchas veces quieren cotizar un spot o una sesión de fotos, pero no explican cómo y para qué lo quieren. Otras personas, en cambio, dicen que tienen un negocio, que quieren mover la cartera de clientes y quieren hacer algo al respecto, y nosotros les orientamos sobre el potencial que puede tener su producto”, explica Jorge.

Después de una última charla de coordinación con Nayra y Erick, Jorge es quien coordina todos los detalles de contenido y también emplea una cámara Nikon para hacer las imágenes y videos. Vito, por su parte, ubica los reflectores, de tal manera que la iluminación sea perfecta para tener buenos cuadros.

Finalmente, Marco es quien se encarga de las imágenes, ya sea con su cámara filmadora o su Osmo Pocket, un equipo que, a pesar de ser pequeño, toma imágenes con muy buena resolución y, además, tiene estabilizador de imagen. Los resultados se verán en los videos.

Ubicados en la cocina de Sultana, Marco, Vito y Jorge se concentran de tal manera, que el espacio se ha convertido en un laboratorio de imágenes, donde las manos de la chef y la comida se transforman en los personajes principales.

Luego, el equipo va a los ambientes de exposiciones y presentaciones culturales, donde los cuadros, las luces y sombras forman parte importante del trabajo de Render. Finalmente, un Mururata Biste (charque con palta, crema y pan) y un café k’alapurka (una bebida dulce con toques de café, leche y la magia de piedras volcánicas) completan los cuadros que se encargarán de formar la producción audiovisual.

“Muchas veces, una sola persona se ofrece a hacer todo el trabajo, se convierte en videógrafo, fotógrafo, editor y postproductor. Lo que hay que saber es que quien quiere hacer todo, al final no hace nada”, sentencia Jorge para mostrar la diferencia entre una productora audiovisual, que tiene los equipos y la experiencia para hacer un trabajo profesional, en comparación con otros emprendimientos que no muestran una buena labor.

El momento se vuelve mágico. Por un momento, el arte de las imágenes se funde con los aromas, los colores y sabores de las propuestas del menú de Sultana Café-Arte, que, después del trabajo de postproducción de Render, obtendrá un video y fotos que harán de este espacio paceño en un espacio con muchos más visitantes, después de cuatro horas de trabajo y un año de dedicación.

Equipo de Render

Vito Barrionuevo: Producción de video.

Ricardo Pereira: Producción de video.

Eddy Peñaloza: Voz en off y redes sociales.

Marco Jáuregui: Postproducción y diseño.

Jorge Clavijo: Fotografía y marketing digital.

Contactos:

https://www.facebook.com/Renderneo/

https://www.instagram.com/render_neo/

https://wa.me/59175831613/

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Marco Fernández Ríos y Render

El palmito boliviano retornará a las mesas francesas

El país europeo es el mayor consumidor del mundo. El proyecto PAR II ayuda a los agricultores a mejorar su trabajo para mejorar la producción del alimento apetecido en el mundo

Más de 700 familias están esperanzadas. Después de haber sopesado por las dificultades resultantes de la pandemia del covid-19, ahora tienen la seguridad de que volverán a las mesas francesas con el palmito, la verdura que les está permitiendo mejorar sus condiciones de vida.

El corazón del palmito es delicioso. Considerado como un alimento gourmet, el cogollo de este tipo de palmeras sudamericanas es apreciado porque tiene un alto contenido de fibra, hierro y calcio, principalmente, lo que hace que sea apreciado en todo el mundo.

De acuerdo con el Boletín de Exportador —publicación de agosto de 2020 y dependiente del Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural—, en 2019, las exportaciones bolivianas de conserva de palmito llegaron a 8.202.782 dólares. Los principales compradores fueron Chile, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Paraguay y Canadá.

“Hasta el año 2017 había auge de precios (con el palmito); después ha caído. En este momento no está ni tan caro ni tan barato, estamos recuperando nuestras inversiones”, explica Mario Laura, quien llegó de Arque —su tierra natal— al trópico de Cochabamba en 1965, cuando tenía 18 años.

Al igual que sus vecinos, para tener mejores ingresos primero se dedicó a la producción de arroz, luego yuca, maíz, coca, plátano, piña, cacao y café, hasta recalar en el palmito, debido a que es de fácil extracción y permite una cosecha continua.

Con una inversión de 3.000 bolivianos, Laura comenzó a horadar la tierra y producir alimentos con machete y hacha, lo que significaba mayor inversión de tiempo y dinero. Por ello, algo había que hacer para mejorar su trabajo.

Con una inversión de aproximadamente cinco millones de bolivianos, el Proyecto de Alianzas Rurales II (PAR) —del Programa Empoderar, dependiente del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, y con el respaldo del Banco Mundial— está apoyando a 220 familias para que mejoren sus condiciones de trabajo en la obtención de palmito.

“Principalmente queremos ayudar en el riego tecnificado, pues consideramos que es un tema muy importante, porque, lamentablemente, están disminuyendo las lluvias, así es que tenemos que dar mayor eficiencia al uso del agua”, explica Guido Chirinos, oficial de Alianzas de PAR II.

Laura ya no cosecha con instrumentos manuales, sino que ahora, gracias al PAR II, trabaja con motofumigadoras, motobombas y desbrozadoras, para disminuir los gastos de operación en mano de obra.

“Antes, cuando no teníamos equipos, cargábamos 10 mochilas con 20 litros de químicos para fumigar. Algunas veces llegaba a 12 mochilas. La roseada con mano y machete duraba entre ocho y 10 días. Con la desbrozadora ahora es tres a cuatro días”, afirma el productor.

El modelo de trabajo del PAR II es relativamente sencillo, a la vez que efectivo, porque invierte en cada beneficiario 21.000 bolivianos, mientras que éste da una contraparte de 9.000 bolivianos (lo que hace un total de 30.000).

Cuanto más avanza el sol en el cielo de Ivirgarzama, más calurosas se sienten las tierras del señor Laura, donde una infinidad de delgadas plantas lucen un verdor intenso. “La cosecha es complicada. Hay que tener siempre el equipo de protección, como botas y guantes”, dice Hugo Arandia, otro productor de palmito.

Sin mucho esfuerzo pero concentrado, Arandia avanza poco a poco con la desbrozadora, que corta las ramas de palmito más rápido que con el machete. En un pequeño descanso a su trajín dice que hay tres tipos de palmito.

“Los mejores para cosechar son los que no tienen espina, pero los de espinas grandes tienen más rendimiento”, detalla el agricultor que empieza a trabajar a las cinco de la mañana, para conseguir al menos mil tallos, que luego serán transportados a Bolhispania.

Como desarrollo alternativo a la producción de coca, la Cooperación Española instaló, el año 2000, Bolhispania, una fábrica de conservas, principalmente de piña y palmito. En 2010, la organización internacional transfirió sus acciones a los productores bolivianos.

En la actualidad, Bolhispania tiene como principales accionistas a miembros de Unión Proaspa (Unión de Productores Asociados de Productos Agropecuarios), agricultores pertenecientes a los municipios de Villa Tunari, Shinahota, Chimoré, Puerto Villarroel y una parte de Entre Ríos, indica Edmundo Silvestre, responsable de Campo de la compañía ahora boliviana.

Los palmitos cosechados por Laura y Arandia llegan a la fábrica por la tarde. En ese momento se hace el conteo de los tallos y se anota el nombre del productor y la asociación a los que pertenecen.

Los tallos, luego, pasan a un proceso de ablandado y desfibrado para obtener el corazón del tallo (la parte tierna), que después de un proceso cuidadoso es enlatado en salmuera en frascos de 210 y 460 mililitros (ml).

Pamela Rojas, jefa de Planta de Bolhispania, informa que, en la actualidad, exportan a Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Venezuela, Estados Unidos, España y Líbano.

Lo curioso es que el 95% de las ventas son al exterior, mientras que sólo el 5% está destinado al mercado nacional. “Lamentablemente somos un país de materias primas y somos pocos los que transformamos, así es que no tenemos la costumbre de consumir en conserva y muchos no lo conocen”, lamenta Rojas.

No obstante, la lucha de los productores y de Bolhispania es que más bolivianos consuman el suave palmito, que hasta hace un tiempo formó parte del subsidio.

“Nuestro objetivo como empresa es entrar en nuevos mercados, como Francia, que es el primer consumidor mundial de palmito, y que también sea conocido en el mercado nacional”, recalca Rojas desde la parte superior de la fábrica que produce un vegetal que se propone estar en las mesas del mundo.

Según Rojas, las tratativas para exportar a Francia van por buen camino, lo que es positivo, ya que este país consume el 27% de los palmitos, seguido por Chile (16%), Estados Unidos (16%) y Argentina (15%).

Entre productores y trabajadores existen 700 familias que se benefician con el palmito, un vegetal destinado a brindar mejores días en el trópico cochabambino.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Salvador Saavedra

Edición de video: Alejandra Sánchez Bustamante

Corrección: Escriteca (70563637)

En el trópico cochabambino comienza la cosecha de la fruta perfumada

Mediante el respaldo del PAR II, los productores quieren mejorar la calidad y cantidad de piñas, para conseguir mejores oportunidades de vida

Este día es especial para Bertha Sánchez en su chaco. Se ha levantado a las dos de la mañana —como otros días—, pero está vez se dedica a cocinar algo portentoso, que ayudará a resistir las temperaturas altas y el trabajo duro en el trópico cochabambino, donde ha comenzado la cosecha de piña.

Diversos artículos coinciden en que Brasil y Paraguay son los territorios donde se origina la piña, también llamada ananá. El nombre de piña se debe a Cristóbal Colón, quien cuando llegó a la isla de Guadalupe (en el sur del Caribe), en 1493, creyó haber hallado una clase de fruto de pino. En cambio, ananá proviene del guaraní, y significa perfumado. Es decir que se trata del fruto perfumado.

Los principales productores son China, Estados Unidos, Brasil, Tailandia, Filipinas, Costa Rica y México. Los productores cochabambinos quieren ingresar en esta lista privilegiada.

En la actualidad, la piña es cultivada en cinco municipios del trópico cochabambino: Entre Ríos, Puerto Villarroel, Chimoré, Shinahota y Villa Tunari. En el departamento de Santa Cruz se produce en Yapacaní y Guarayos, y en menor cantidad en el municipio paceño de Palos Blancos, indica Gróver García, ingeniero agrónomo especializado en piñas.

“El productor debe trabajar entre 15 y 18 meses para obtener un fruto en cada planta. Realmente es muy costoso”, asevera el experto, quien también tiene su plantación en estos terrenos fértiles.

Bertha es consciente de este sacrificio, pero también sabe de los resultados. Por esa razón se levantó a las dos de la mañana para preparar un espeso caldo de pata, que dará a sus trabajadores a las cinco de la mañana, cuando empiece la cosecha de las frutas perfumadas.

Es necesario empezar temprano, ya que al mediodía se llega fácilmente a los 40 grados de temperatura. Después del desayuno suculento, Bertha y sus empleados cosecharán al menos 2.500 piñas, que serán comercializadas a todo el país.

Aparte del mercado nacional, las principales exportaciones se encuentran en Argentina (257.559 dólares en ventas), Chile (75.709 dólares) y Estados Unidos (2.120 dólares). Plácido Condori, jefe nacional de Sanidad Vegetal del Senasag (Servicio Nacional de Sanidad Agropecuaria e Inocuidad Alimentaria), Informó que las ventas a Argentina disminuyeron por el uso “inadecuado” de agroquímicos, según una nota del suplemento El Financiero, de La Razón, publicada el 29 de agosto de 2021.

“Los productores no estábamos bien organizados. Desde hace tres años que hemos vuelto a juntarnos en los cinco municipios”, cuenta Juan Lamas, presidente de la Asociación de Piñeros del Trópico de Cochabamba.

Como toda actividad productiva, el nuevo coronavirus perjudicó sobremanera a los piñeros, en especial porque disminuyeron mercados importantes en el ámbito local como internacional. “El principal problema es la falta de asistencia técnica y los residuos tóxicos”, dice Lamas.

Ante este panorama, el Proyecto de Alianzas Rurales (PAR II) —dependiente del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras— llegó al corazón de Bolivia para ayudar a incrementar el rendimiento de producción y elevar la calidad de la fruta, con el objetivo de que las familias beneficiadas obtengan más ingresos económicos.

Dentro de las plantaciones de doña Bertha, el calor se incrementa cuanto más se acerca el sol, más aún con el esfuerzo físico; pero poco a poco los surcos van quedándose sin la fruta de forma cilíndrica y de aroma intenso.

Como la labor es intensa es necesario descansar un poco cada cierto tiempo, sentarse y masticar hojas de coca, que ayudan a mitigar el cansancio. Después hay que internarse otra vez a la plantación para sacar la piña.

“Como PAR II estamos apoyando con sistemas de riego tecnificados, para asegurar la producción y dar eficiencia al uso de agua”, informa Guido Chirinos, oficial de Alianzas del PAR II, quien añade que, con una inversión superior a los dos millones de bolivianos, se está colaborando a 210 productores.

“Primero nos querían dar asistencia técnica nada más, pero la gente no estaba de acuerdo y hemos pedido insumos. Ahora nos están ayudando con eso”, cuenta Marcio Sánchez, productor de piña en Entre Ríos.

El avance del sol es indicativo de que hay que apurarse en la cosecha, pues el calor se convierte en la principal dificultad para terminar el trabajo. Cuando por fin las piñas están apiladas, un camión llega hasta la plantación para recogerlas y llevarlas, esta vez, a los mercados del país.

En el trópico cochabambino se producen 80.000 toneladas de piña cada año. “La superficie se está incrementando. Es por eso que necesitamos buscar nuevos mercados y aumentar los volúmenes de exportación para no saturar el mercado nacional”, dice García.

En esto está cuadyuvando el PAR II, primero con asistencia técnica y también con la entrega de equipos, como motofumigadoras y desbrozadoras, en reemplazo de machetes y mochilas fumigadoras, que alargaban el tiempo de trabajo.

Hasta hace un tiempo era impensado hablar de riego, debido a que el trópico es una zona húmeda, pero debido al cambio climático, los productores recibieron tanques para agua, que optimizarán el riego de las plantas.

“Con el PAR queremos hacer todo, investigar, incrementar el rendimiento y dar asistencia técnica, porque el productor pide respuestas y quiere innovar”, dice García.

Con el camión cerca, los trabajadores recogen cuatro piñas en las manos y las llevan a la parte trasera del vehículo, para que quienes están arriba las acomoden de manera ordenada. Es otra labor cansadora, aunque son conscientes que están a punto de terminar y que recibirán de como premio un abundante picante de pollo, también cocinado por doña Bertha.

Una parte de la producción irá a los mercados, mientras que otra parte será trasladada a la empaquetadora Gualberto Villarroel, en el municipio de Entre Ríos, donde más de 40 agricultores, miembros de la Asociación de Productores Agropecuarios Gualberto Villarroel (Apragvi), dejan las piñas para que sean procesadas y sean vendidas en el país, pero principalmente en el exterior.

Cada martes o miércoles, la correa de transporte entra en funcionamiento en la empresa perteneciente a los productores. El camión se estaciona cerca de la fábrica, para depositar las piñas en unas colchonetas, que mitigan el impacto y conservan bien la fruta. Luego, el producto pasa por un proceso de desinfección, para luego ser secado con unas turbinas y, después, es empaquetado de acuerdo con el tamaño de cada fruta. Cada semana generan al menos mil cajas con fruta.

“Agradecemos al PAR II, pero requerimos que nos sigan apoyando (…) Queremos reactivar la exportación, incrementar las áreas de producción, industrialización y tener más utilidades”, dice Lamas.

Al que madruga Dios le ayuda, señala el refrán. Doña Bertha y los otros productores saben ello y por esa razón comenzaron a cosechar, con la seguridad de que el aroma de las piñas traerá días dulces a sus familias.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Salvador Saavedra

Edición de video: Alejandra Sánchez Bustamante