Península Challapata, el rincón encantado del Titicaca

El cantón del municipio de Escoma se abre al turismo con atractivos naturales, espirituales, gastronómicos y una vivencia con su cultura  

Encima de una alfombra de totora han acomodado un aguayo de colores intensos, que guarece un apthapi tradicional. El almuerzo para despedir el recorrido tiene su encanto, como toda la ruta en un rincón encantado de Escoma, a orillas del lago Titicaca.

El municipio de Escoma —160 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz— se encuentra en un lugar privilegiado, cerca del territorio peruano y a orillas del lago Titicaca. No sólo eso. El cantón Península Challapata cuenta con atractivos arqueológicos, culturales y naturales hacen que este territorio sea un lugar ineludible de visita.

Conscientes de esas fortalezas, un grupo de pobladores de las comunidades Challapata Grande, Challapata Belén, Sacuco y Sañuta formaron la Asociación de Turismo Comunitario de la Península Challapata (ASTUCOPECHA), con el objetivo de mostrar todos esos atractivos no sólo a los bolivianos, sino también a los extranjeros, en un tour que denominaron El Ajayu del Lago Sagrado.

Congreso de aves

Inmediatamente después de las cuatro horas de viaje desde la sede de gobierno, el grupo de visitantes camina por las orillas del Titicaca para contemplar un encuentro de varias especies de aves, que descansan en este lugar apartado de la contaminación y de los humanos.

Durante la caminata, Miguel Macuchapi —agrónomo que decidió apostar por el turismo— cuenta que ese espacio estaba anegado de agua y que era un límite natural entre los campos de pastoreo y esta parte del río Suches, que nace en el territorio peruano y que desemboca en la parte boliviana del lago.

Hay que hablar en voz baja y avanzar lentamente para no asustar a algunas de las 26 especies de aves que habitan en este sector. El lugar es como un paraíso, pues se puede apreciar bandadas de pariguanas, wallatas, chocas, uncallas,  playeros, lequechos, junqueros, tiki tikis, gaviotas y golondrinas.

“La primera vez que vine, en un paseo de hora y media hemos identificado 24 especies de aves nativas. Hay una endémica del lago Titicaca, el zambullidor”, cuenta Reynaldo San Martín, quien se dedica a la fotografía de la naturaleza y que es asiduo visitante de este espacio.

Según Miguel, la mejor hora para caminar por ese edén es el atardecer, cuando todas las especies se reúnen en esta desembocadura del río Suches y trinan de manera acompasada, como si fuera una asamblea de aves.

La magia del lago

Víctor Laguna es ingeniero agrónomo y ecologista que trabajó varios años en reservas naturales. Cuando se jubiló, retornó a su comunidad y notó que había varios atractivos que pueden interesar a los turistas.

Fue así como, en 2015, él y otras  personas crearon Astucopecha, con algunas ideas, pero nada concreto para hacer un proyecto perdurable.

“Se creó en el Año Nuevo Andino Amazónico, con varios hermanos que vieron la necesidad de agruparse y generar alternativas de desarrollo en el lugar”, dice Miguel.

La pandemia por el coronavirus fue un escollo y, a la vez, en una oportunidad, ya que obligó a cancelar el proyecto turístico. No obstante, cuando pasó la emergencia médica, vieron en el turismo una manera para lograr ingresos económicos.

El Observatorio Boliviano para la Industria Turística Sostenible (Orbita) —con el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDCR) de Canadá— inició un proyecto en el que encontró 139 emprendimientos de turismo comunitario en el país, de los que siete tienen condiciones para operar. De esa cantidad, la ONG eligió a Astucopecha para llevar a cabo un plan completo de turismo comunitario.

“Se les ha dado capacitación técnica y se fortalecieron sus productos para diseñar un servicio de clase mundial y cambiar la vocación de estos territorios, que ahora son agrícolas, para que generen recursos a través de la venta de servicios turísticos”, explica Andrés Aramayo, gerente de Orbita.

Al respecto, Melvy Plata, integrante de Orbita, dice que se trabajó con los pobladores en el desarrollo de una oferta turística enfocada en la innovación, sostenibilidad, calidad y en marketing con el fin de atraer visitantes.

“Queremos demostrar que es posible desarrollar otra forma de desarrollo, sin tirar mercurio al agua, sin quemar el bosque y sin entrar a áreas protegidas”, sostiene Aramayo.

La playa encantada

Don Víctor dice que se creía que la playa estaba embrujada y que no recomendaban ir solos. Con los años comenzaron a llegar muchos visitantes a esa ribera, no sólo para refrescarse, sino también para aliviar sus dolencias.

Todos descalzos sobre una arena fina y caliente, al entrar en el agua cristalina y ófrica se nota un cambio brusco de temperatura.

“Al hacer transición entre frío, caliente, arena y agua, todo ello ayuda al cuerpo”, explica Miguel. Lo que descubrieron es que el cambio de temperatura ayuda a aliviar los dolores de reumatismo y artritis. Para ello, algunas personas incluso se entierran en la arena para relajar el cuerpo. Es una sensación muy agradable.

Manos a la obra

“La mayor parte de nuestras tradiciones está extinguiendo y es bueno recordar a nuestros ancestros”, afirma Luis Chipana Mullisaca, un adolescente que junto a su madre Agustina recibe a los visitantes en su casa de artesanías en lana.

Para que no se olvide la cultura y sus tradiciones, doña Agustina muestra la transformación de la lana de auquénido en hilo, que luego tiñe y después lo teje de manera artesanal para obtener un poncho, una manta, un phullu (frazada), un lluch’u o un monedero.

Para que la experiencia sea completa, la artesana elige a seis personas con el fin de que se vistan como una pareja de central agrario, otra de secretario general —autoridades en el área altiplánica— y dos novios. Luis explica el significado de los animales que están tejidos en los ponchos y su correspondencia con el nivel de autoridad originaria.

Para terminar la ajetreada y productiva jornada, Miguel reúne a todos en una habitación llena de totora fresca, para que cada uno teja los tallos y forme una llama, que después acompañará a los turistas como un recuerdo de sábado por la noche.

Una isla de energía

En los 45 minutos de viaje del día siguiente, la lancha atraviesa por momentos por oleajes altos, en medio de un lago de azul intenso, con el acompañamiento de algunas aves. Es un presagio para otras sensaciones que se vivirán en la isla Campanario.

 Como consecuencia de la sequía, el descenso del nivel del agua se nota claramente en la isla. Por ello se hace complicado atracar la lancha, por lo que algunos comunarios se introducen en el agua para jalar la embarcación. Con mucho esfuerzo, logran su cometido.

La isla tiene dos cerros, uno con forma de campana, por lo que la gente bautizó el lugar como Campanario. El otro cerro es considerado como un centro de energía, donde se puede alcanzar la paz espiritual.

Para conseguir ese objetivo hay que ascender desde los 3.820 msnm —donde se encuentra el lago— hasta los 3.880 msnm, a través de innumerables plantas medicinales y frutas silvestres, y de un hermoso bosque de queñuas.

En la cima hay un lugar exclusivo para hacer ofrendas a la Pachamama y muchas plantas de colores intensos. En una de las laderas, Miguel invita a los visitantes a que se acomoden donde se sientan mejor.

Con todos en silencio y con los ojos cerrados, el viento tibio se siente en el rostro, el sonido de las olas que chocan con las piedras de las playas se oyen con más claridad y el cuerpo empieza a relajarse. Miguel tiene razón. Es un centro de energía.

Con nuevos bríos, la delegación baja hasta la mitad del cerro, donde la organización ha acomodado una alfombra de totora. Encima hay un aguayo multicolor, que guarece papa khati, chuño, haba cocida, queso y plátano frito, kispiña, oca, choclo y asado, como el final de un territorio bendecido por naturaleza, historia y culturas encantadas.

Texto y video: Marco Fernández Ríos

Fotos: Álvaro Valero

Cuatrocientos años de Venezuela en una calle de La Guaira

El primer vuelo de BoA a tierras venezolanas permite conocer el Casco Histórico de La Guaira, un lugar con muchas historias por contar

Venezuela celebra Navidad desde octubre. Ya sea en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar o en las calles del estado La Guaira, los incontables focos y adornos recuerdan el nacimiento de Jesús. Es, tal vez, lo primero que impresiona a los bolivianos que formaron parte del primer vuelo de Boliviana de Aviación (BoA) a aquel país sudamericano.

Sebastián Michel, embajador de Bolivia en Venezuela, recuerda que, a finales del siglo XX, los vuelos entre los territorios boliviano y venezolano eran constantes —a través de la extinta Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)—, pues Caracas era la ciudad desde donde se hacían conexiones hacia todo el mundo.

Después varias décadas de ausencia, era necesario volver a conectar a ambos países por la vía aérea. Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la aerolínea nacional tiene vuelos a Sao Paulo (Brasil) y Buenos Aires (Argentina), “y es ideal que ese flujo lo complementemos con otros mercados como Caracas”. Ése no es el único objetivo.

Como parte de los acuerdos entre ambos Estados, 14 jóvenes bolivianos —de diferentes regiones— fueron becados para estudiar medicina integral comunitaria en la Escuela Latinoamericana de Medicina Dr. Salvador Allende (ELAM), en la capital venezolana.

Para Emerson Nina es una experiencia única, primero porque es la primera vez que se aleja de su natal Caranavi y, segundo, porque estudiará durante seis años y medio en la universidad. “Siento un poquito de miedo porque mi familia está un poco lejos; pero una vez que termine la carrera, quiero volver al lugar donde nací, como médico, para trabajar y ayudar a la gente que necesita”, afirma el joven de 21 años, quien, apoyado en la ventana del avión, mira el horizonte con una mezcla de tristeza y mucho de esperanza.

El vuelo de algo más de cuatro horas entre Santa Cruz de la Sierra y La Guaira es una invitación para quedarse a ver el inmenso mar de bosques amazónicos, que tienen inacabables ríos que parecen serpientes gigantes que se abren paso entre la vegetación, hasta llegar al mar Caribe, que forma parte del océano Atlántico.

Nada más llegar al aeropuerto venezolano, lo primero que llama la atención son los focos y adornos navideños de finales de octubre, algo que se repite en las calles del territorio venezolano.

Esta región es por demás interesante desde el ámbito histórico, pues fue un puerto apetecido por piratas neerlandeses e ingleses, por lo que la Corona española fortificó los ingresos marítimos, algo que se nota por algunos cañones antiguos que ahora forman parte de los ornamentos citadinos.

En las faldas de los cerros Colorado y Caído, la delegación boliviana se detiene en el Casco Histórico de La Guaira, que era el eje del comercio entre Europa y América, y que en la época republicana se transformó en un bastión para repeler las invasiones extranjeras.

“En el himno a Venezuela dice: ‘Seguid el ejemplo que Caracas dio’. La gente aquí dice: ‘El grito que La Guaira dio’, porque pensamos que la independencia comenzó aquí”, asevera Helianta Cruz, una reconocida actriz de teatro y de televisión.

Recordada por haber participado en telenovelas como Inés Duarte, secretaria, y Cara Sucia, entre otros, ahora lleva un vestido de la época colonial y no deja de sostener la bandera venezolana. “Yo represento a Venezuela en esta ruta histórica, en la que estamos representando 400 años de historia, porque nosotros aquí, en La Guaira, dimos el primer grito de libertad, de independencia y de soberanía”, recalca la actriz.

Tiene razón. El 28 de febrero de 1761, José María España y Manuel Gual fueron protagonistas de un movimiento de emancipación contra la Corona española, que luego se irradió hasta Caracas. En esta movilización también se destacó Josefa Joaquina Sánchez —esposa de España—, quien diseñó, de manera clandestina, una bandera de liberación. Al conocer esta parte de la historia de La Guaira es irrefrenable relacionar a Josefa Joaquina con Helianta.

Desde hace más de un año, más de 50 actores, músicos y artesanos protagonizan una representación histórica de 400 años de historia de Venezuela, en especial de La Guaira, en la calle Bolívar, que retrotrae a las épocas coloniales, con casas de zaguanes amplios que dan paso a patios empedrados, balcones relucientes y paredes que tienen colores intensos, sin olvidar que hay también iluminación que recuerda que faltan dos meses para Navidad.

De repente, el bongó, la tambora, la charrasca, el cuatro y las maracas se apoderan de la calle con un contagioso ritmo de parranda. “Viva Venezuela, mi patria querida; quién la libertó, mi hermano fue Simón Bolívar”, cantan no sólo los músicos, sino también los actores y la gente que visita este lugar. Incluso los bolivianos.

Es la antesala para un repaso histórico venezolano, que continúa con la actriz y cantante Juana Castillo, quien personifica a una negra esclava de hacienda que, en su canto, incita a la rebelión del yugo español.

“Mostramos 400 años de historia de La Guaira, con la idea de que vengan turistas internos y externos”, dice Juana con una voz dulce y suave, que se transmuta en intensa y fuerte cuando le toca relatar pasajes históricos de su país.

La calle adoquinada se transforma en una correa que transporta a los visitantes a una representación de los caribes, pobladores originarios de esta parte del país; a la conspiración independentista de José María España y Manuel Gual; el encuentro entre José María Vargas —patriota y luego presidente de Venezuela— y Simón Bolívar; la declaración de independencia, del 19 de abril de 1810, y un espectáculo artístico de pintura.

En un par de horas, 400 años de Venezuela transcurren por una calle colonial, con zaguanes, balcones y rejas, con Juana Castillo que actúa como una esclava y Helianta Cruz que representa a Venezuela, con una Venezuela de gente muy amable, de playas imborrables en la memoria y con una promesa, para el visitante, de retornar para seguir conociendo los rincones del país de Bolívar.

Con charango en cielos venezolanos

El primer vuelo tenía que ser especial. Cuando el Boeing 737-800 de BoA sobrevuela el océano verde de Amazonia, la artista boliviana Luciel Izumi desenfunda su charango y comienza a interpretar un huayño, un caporal y termina con la infaltable Viva mi patria Bolivia.

“Es la primera vez que hacemos un show así, saltando como caporales, de un lado a otro. Ha sido algo muy hermoso”, confiesa Luciel ya en tierra venezolana.

Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la nueva ruta aérea entre Bolivia y Venezuela generará mayor movimiento de exportaciones e importaciones entre ambos países, además de generar recursos a la empresa estatal.

“Empezamos el desafío comercial para hacer que esta ruta sea rentable y salga un buen servicio hacia ambas poblaciones, pero nos interesa hacer conectividad hacia otras ciudades y otros países de Sudamérica”, añade.

El objetivo —según el ejecutivo de BoA— es convertir el Aeropuerto Internacional de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra, en un hub, desde donde haya vuelos no sólo a Caracas (Venezuela) sino también a La Habana (Cuba), Lima (Perú), Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires (Argentina).

A ello se deben sumar los vuelos a Madrid (España) y Miami (Estados Unidos), además de su próxima salida a Asunción (Paraguay), sin olvidar que se esperan los permisos correspondientes para llegar a Santiago de Chile y Bogotá (Colombia).

Según la Cámara de Exportadores, Logística y Promoción de Inversiones de Santa Cruz (CADEX), tener llegada directa a Venezuela abre posibilidades para incrementar las exportaciones con soya, productos cárnicos y aceite, sin olvidar la quinua, chía y castaña.  

El viceministro de Turismo, Íver Tórrez, dice que 2019 fue el mejor año de ingresos económicos en el ámbito turístico, pero que con la pandemia del coronavirus y los conflictos sociales los índices bajaron. Por ello espera que estas conexiones permitan mejorar los resultados.

En cuanto al intercambio cultural, Luciel es un ejemplo de ello cuando, en el Casco Histórico de La Guaira, saca otra vez su charango para interpretar Viva Venezuela, mi patria querida, junto con músicos y actores venezolanos.

(Reportaje publicado en la revista Escape, de La Razón, el domingo 19 de noviembre de 2023)

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y Roberto Guzmán

Takesi, un camino precolombino de leyendas y de defensa de la biodiversidad

Con el apoyo de la Fundación Codespa, los guías comunitarios fueron capacitados para mostrar a los visitantes la importancia de la fauna y flora de la región

—El abuelo Coaquira, la Ulla Awicha y Llaulli Tawaco quedaron petrificados en el cerro —relata don Primitivo para distraer a los visitantes del cansancio y dolor en las rodillas que sienten al descender el Takesi, una senda de varios siglos de existencia y también de muchas historias.

Antes de la llegada de los españoles, en la región andina había un complejo sistema vial que fue unificado por los incas. Este camino es conocido como Qhapaq Ñan, que comparten Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú.

En el territorio boliviano hay varios vestigios del Qhapaq Ñan, aunque uno de los mejor conservados es la Ruta del Takesi, que empieza en Palca y concluye en las puertas de los Yungas, en el departamento de La Paz.

A las siete de la mañana, no es casual que en Choquecota —último pueblo del municipio de Palca—, unas amables señoras sirvan a los futuros caminantes una suculenta y caliente sopa de trigo. Esa alimentación hará falta.

Minutos más tarde, los vehículos se detienen en el desvío de la Mina San Francisco, donde la senda se hace exclusiva para las personas y los animales de carga.

En una loma que da inicio a la caminata, don Primitivo Quispe se presenta con una pronunciación perfecta y una tranquilidad que contagiará en toda la expedición.

Su serenidad también queda demostrada con su chaleco y sombrero de ala ancha que le caracteriza como guía comunitario, la mirada que contagia sosiego y las historias que va a contar.

Coca, alcohol y cigarrillo Casino son importantes para ch’allar y pedir a la Pachamama que todos lleguen en buenas condiciones al destino, mientras los rayos solares emergen en lo más alto de los cerros.

El inicio es una subida aparentemente complicada. Los primeros metros dejan sin aliento y con algo de sudor, pero el cuerpo se habitúa y el grupo se mantiene unido hasta el punto más alto de la travesía: 4.700 msnm de la apacheta de Choquecota.

A pesar del viento que traspasa la ropa, el panorama llama la atención por los cerros circundantes y el sendero que nos llevará a un precipicio de aventuras.

La caminata a través de la vía serpenteante es agradable, con vista, incluso, de alguna mina que fue explotada durante la Colonia.

Don Primitivo —quien prefiere que le llamen don Primo— está acostumbrado a recorrer estos rumbos desde sus 12 años  pues, a esa edad, su papá (José Quispe) le dijo que debía ayudar a la familia en el transporte de alimentos para hacer los trueques.

“Llevábamos verduras, hortalizas, choclo, pan minero (panes grandes que elaboraban en la Mina Chojlla), maíz seco y coca, principalmente. La caminata de este lado nos tomaba nueve horas; de regreso eran como ocho horas, según la regulación de las mulas”, rememora el líder de la comitiva.

Al caminar por ese sendero de tierra y empedrado, no es difícil imaginar a don José, al pequeño Primitivo y a la mula recorriendo esos tramos para cambiar su producción por papa, chuño y charque.

Con cada paso, la expedición se llena de asombro por algunos trechos empedrados que, a pesar de los siglos, se muestran impolutos. Por otro lado, varios sectores son irregulares.

Al respecto, don Primo explica que esta ruta era exclusiva para comunarios y llamas, pero cuando llegaron los españoles, los caballos y las mulas se resbalaban en las piedras.

Por esa razón —dice el guía— quitaron parte del empedrado, por lo que, ahora, las mulas pueden avanzar sin que haya la posibilidad de que sufran heridas en las extremidades.

“Hicieron que ingresen caballos y mulas para el transporte pesado, pues ya no querían arriar 30 llamas, sino sólo 10 mulas”, afirma.

La primera parte de la caminata termina en la comunidad Takesi (3.200 msnm), una cabecera de valle donde casi todo el tiempo está nublado y ocasionalmente cae llovizna.

Hasta ese lugar, los nutrientes de la sopa de trigo de Choquecota han tenido efecto, y es turno de alimentarse con un variopinto apthapi, que lleva papa khati, chuño, tunta, oca, plátano postre, queso, asado, huevo cocido y pollo, entre otros. Harán falta para la siguiente parte de la travesía.

El descanso y el almuerzo parecen ser suficientes para soportar las más de cuatro horas de caminata hacia la comunidad de Cacapi.

Da la sensación de que el descenso ahora cansa más rápido. Alguno de los visitantes sufre un calambre y tiene que caminar con mucho cuidado.

El camino tiene mucho por contar. Don Primo señala los tres senderos que transcurren en la ruta, que en algunos son estrechos y en otros son amplios, y que en muchos casos se entrecruzan. El guía explica que se trata de sendas que abrieron tanto los tiwanacotas, los incas como los mollos, quienes creían que el trazo que hicieron era mejor que el otro.

La incursión no se centra sólo en el camino, sino que don Primo lleva a sus dirigidos a sentir el silencio y distinguir el trinar de los pájaros, y mirar con atención para reconocer a algún otro animal que se mimetiza en su entorno.

Por ejemplo, el guía hace gala de sus habilidades cuando emite un silbido particular frente a las faldas de un cerro. Como respuesta, los caminantes logran ver a varias viscachas ocultas entre las rocas.

Esta demostración es una manera para que los visitantes tomen conciencia de la importancia de la fauna y flora existente en la ruta.

“Si les hacemos dar cuenta (a los guías de la importancia de la biodiversidad) y les apoyamos, vamos a fortalecer el valor de la naturaleza con el turismo. Es bueno que las comunidades sepan de ese valor y que a partir de ello cuiden el lugar para que haya más turistas y generen recursos de manera justa”, dice Arcenio Maldonado, coordinador técnico de la Fundación Codespa.

Codespa —una ONG con 35 años de vigencia— y el Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF) llevaron a cabo el proyecto “Conservación de Bosques de Polylepis (BOL 08 y BOL 13) —queñuas— a través del Ecoturismo en Takesi y Totorapata – Bolivia”, que busca proteger no sólo los árboles de queñua, sino también la biodiversidad de la región.

Maldonado refiere que los bosques de queñua son importantes porque ahí viven la remolinera real (Cinclodes aricomae) y el torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), aves que se encuentran en peligro de extinción.

“Por suerte viven en un lugar aislado, pero puede haber amenazas porque estamos en un entorno minero y de lugares que tienen sobrepastoreo”, afirma Maldonado.

Por esa razón decidieron promover el ecoturismo como incentivo económico para las familias. Para ello efectuaron capacitaciones en manejo de grupos, aprendizaje de la fauna o flora de la región, administración de posadas y gastronomía. En total fueron beneficiadas 15 familias.

Don Primo, como uno de los beneficiarios de este proyecto, informa de manera detallada y amena la importancia de los animales, como el oso jukumari, el cóndor, el puma, la viscacha, la urraca collar blanco, la aurora enmascarada, el tucancillo franja celeste, la tangara de montaña vientre escarlata, el barbudo versicolor, el matorralero boliviano, el silfo de cola larga, el colibrí cola de raqueta y la metalura escamada, entre otros.

En varias partes del trayecto vale la pena estar en silencio y escuchar el trinar de las aves, para que don Primo informe de cuál se trata y probar suerte para ver alguna. Y es que en la Ruta del Takesi hay más de 34 mil especies de fauna y flora.

El descenso continúa y aumenta el dolor en las rodillas; pero don Primo empieza a contar una leyenda.

En tiempos en que no había luz, en todo este sector habitaban seres gigantes, como el abuelo Cuaquira, quien estaba casado con la Ulla Awicha. A pesar de tener su pareja, él solía frecuentar a Llaulli Tawaco, una joven y bella cholita que aceptaba los halagos del viejo pretendiente.

Después de mucho tiempo salió el sol y, con ello, comenzó a alumbrar esas tierras. Para mala suerte de los gigantes, los rayos empezaron a convertirlos en roca, por lo que muchos se escondieron en guaridas.

Ello no ocurrió con el abuelo Coaquira, quien fue a encontrarse con Llaulli Tawaco. Preocupada por su marido, Ulla Awicha salió de su cueva para advertir a su esposo del peligro que corría.

Vanos fueron los gritos, pues el abuelo Coaquira fue alcanzado por la luz y  quedó como roca, al igual que Llaulli Yawaco. Ulla Awicha, afligida por su pareja y desprotegida, también quedó petrificada.

Durante la caminata, don Primo señala tres rocas sobresalientes de los cerros que, en efecto, tienen forma del abuelo, la abuela y la amante.

Al contrario de la leyenda, las sombras empiezan a apoderarse de los cerros, pero los caminantes llegan a salvo a Cacapi, la comunidad donde la delegación pasará la noche.

Esta aldea tiene pocas viviendas, que ahora sirven como refugio para los visitantes, diferente a lo que ocurría hace un siglo, cuando era el lugar de descanso de viajeros que llevaban alimentos para intercambiarlos.

Don Primo dice que había al menos 12 tambos, a donde los comunarios, ya sea de Choquecota o de los Yungas, solían dormir y alimentarse.

“Cacapi era un lugar céntrico, era un lugar de encuentro y de pernocte. Si salían de los Yungas, caminaban hasta Cacapi, y el segundo día iban hasta Palca”, dice don Primo.

Aquel transitar constante disminuyó a partir de 1936, cuando abrieron un camino amplio que conduce a Sud Yungas, por lo que ahora sólo hay pocas personas que luchan por no dejar morir a Cacapi.

Una de ellas es Porfiria Gonzales, quien hace 20 años empezó a vender maíz, papa khati y charque a los turistas y ahora, con la capacitación, es capaz de preparar alimentos mejor elaborados e incluso para vegetarianos y veganos.

El otro factor importante de este proyecto son las agencias de turismo, que están coadyuvando en esta clase de experiencias. Una de ellas es Waliki Adventure, que ahora promueve las visitas que van más allá de ver el camino precolombino.

“Estamos cambiando la clásica visita al campamento a una forma ecoturística, más vivencial, con el uso de guías de las comunidades, alimentación, hospedaje y mostrando más flora y fauna para que las personas sepan que hay plantas y aves endémicas”, afirma Danilo Barragán, representante de Waliki y quien disfruta, como los demás, de una cena especial preparada por Porfiria.

Después de una noche en carpas cómodas y arrullados por las estridación de los grillos, los visitantes comen un suculento desayuno yungueño para completar la última parte de la travesía.

En esta ocasión, el guía Gregorio Mamani se encarga de llevar a los visitantes por un sendero con menos empedrados y, por ello, menos dolores.

El inicio no podía ser mejor. Don Gregorio muestra las plantas de tumbo, retira los frutos maduros y deja que cada uno pruebe. Hace lo mismo con la papaya Salvietti, que se caracteriza por ser diminuta, tener pulpa blanca y tener un  sabor dulce y refrescante.

Durante la incursión, el guía de Cacapi explica que esta ruta no tenía un nombre definido hasta que, en 1975, el Gobierno denominó esta ruta como Monumento Nacional Camino del Inca El Takesi, que con el tiempo se llamó sólo Ruta del Takesi.

La caminata es más tranquila, aunque duele ver los chaqueos descontrolados, que han afectado cerros enteros y el hábitat de los animales. Dicen que algunos pobladores creen que de esa manera se desharán de los osos o los pumas, pero ignoran que son animales que dan equilibrio al ecosistema y que, por hambre, se acercan a las poblaciones para alimentarse del ganado. Al final, con estas quemas, todos pierden.

El premio llega al mediodía, cuando la delegación llega a una poza de agua cristalina y fría, ideal para refrescarse un momento antes de continuar hasta Yanacachi, donde Vitaliano Fernández, militar en retiro, corredor de autos y ahora guía comunitario, da la bienvenida a los visitantes.

Como parte del antiguo camino prehispánico —dice don Vitaliano—, este pueblo era un lugar de descanso y para proveerse de víveres antes de subir al altiplano o seguir bajando a los Yungas.

En Yanacachi llaman la atención las casas antiguas, con paredes hechas de piedra, que han soportado cientos de años, y otras con balcones republicanos. También llama la atención que en comunidades cercanas haya calzadas, miradores y construcciones de piedra que —dice Vitaliano— continúan hacia los cerros, aquellos cerros que suelen leerse con los pies.

La Ruta del Takesi es complicada debido al descenso constante, que puede generar dolor en las rodillas. Por ello es aconsejable cargar en la mochila lo estrictamente necesario, llevar unos zapatos cómodos y con huella, y moverse con uno o dos bastones de trekking. Otra recomendación fundamental es no dejar basura en el camino, porque de esa manera evitamos dañar el ecosistema. La última sugerencia es contratar a un guía local para prevenir accidentes y conocer mucho más de este camino prehispánico y de gran biodiversidad.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos:  Marco Fernández Ríos y CODESPA

La breve historia de un calendario de más  de 30 años

Gráfica del Tiempo es un emprendimiento cultural que cuenta, hasta el momento, con 130 artistas. Ahora se presentará en Santa Cruz

Todo era serigrafía. Incluso la invitación, elaborada con aquella técnica de impresión antigua, con el escudo de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y una explicación del surgimiento de  Gráfica del Tiempo, un proyecto de elaboración de almanaques con obras artísticas, que tiene 32 años de vigencia en el país.

Lunes temprano, Hugo está sentado en una mesa de madera de tres metros de largo  en el Laboratorio de Gráfica Experimental de la Carrera de Artes y Diseño Gráfico de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Como parte de su estilo, toma la pluma estilográfica hecha por él mismo para continuar dibujando una de sus tantas obras de arte, como lo viene haciendo desde 1985, cuando llegó a La Paz por primera vez en su vida.

Nacido en Chuquicamata (Chile) hace casi siete décadas, el artista grabador y diseñador gráfico Hugo Salazar Alarcón sufrió el exilio en el gobierno del dictador Augusto Pinochet, por lo que radicó un tiempo en Suecia y, a mediados de los años 80, con la esperanza de retornar a un Chile democrático, llegó a la urbe paceña.

Instalado en la sede de gobierno, un día leyó en el periódico que la UMSA requería un maestro de serigrafía. Salazar se postuló y desde 1988 comenzó a dar docencia.

En su estadía en Europa, Hugo conoció a un grupo de uruguayos, pertenecientes el Club de Grabado de Montevideo —jóvenes formados en Bellas Artes y la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República de Uruguay, dedicada a la producción y la promoción del grabado desde 1953—, quienes en 1977 habían elaborado calendarios con obras artísticas.

“Entiendo que el grabado artístico es una expresión de los pueblos por su cuestión de reproducción. Los que hacemos grabados siempre tenemos algo que decir, una cosa social más que todo, no es hacer por hacer arte”, explica el maestro de serigrafía.

Influido por los jóvenes uruguayos y deseoso de emprender un nuevo proyecto, el maestro convocó a sus estudiantes para crear Gráfica del Tiempo, almanaques hechos por bolivianos que tienen obras de arte y que están elaborados completamente con serigrafía.

Sin puntaje o dinero como retribución, Hugo consiguió que varios jóvenes se unieran al proyecto, como Fabricio Lara, Mónica Dávalos, Fernando Montes, Jhonny Quevedo y Franklin Molina, quienes se formaron en dicha casa de estudios superiores paceña y que en la actualidad son reconocidos en el ámbito cultural. Entre ellos se encontraba también Mario Yujra, entonces estudiante y auxiliar, ahora director de la Carrera de Artes Plásticas y Diseño Gráfico. El objetivo era recaudar dinero para equipar el taller de serigrafía.

“Se hacía la serigrafía de manera artesanal. Se trabajaba a través de técnicas con ciertas experimentaciones que daban resultados. Era más una búsqueda para atrevernos a hacer algo que no se podía”, recuerda Yujra de aquellos tiempos en que el naciente colectivo se reunía en los patios a falta de un aula especializada y materiales.

En un trabajo mancomunado entre docentes y estudiantes, cada uno se daba modos para aportar en la creación de los calendarios, con la idea de aprender con la práctica.

Hugo Salazar y Mario Yujra rememoran varias anécdotas de aquellos primeros momentos, cuando la serigrafía era algo nuevo en el ámbito boliviano, cuando manejaban las técnicas de estación en papel, cliché en cera, estarceo directo y transparencias, entre otros. “Dibujábamos sobre láminas transparentes con tinta china. Fue una experiencia muy bonita. Por ejemplo, sobre la mesa insoladora echábamos aserrín de metal y sobre ello se dibujaba con imán para generar ciertas texturas”, dice Yujra.

“Nuestro espacio parecía más una pastelería que un taller de serigrafía”, sonríe Hugo refiriéndose a los materiales que usaban en ese entonces para la serigrafía, porque querían cumplir el desafío de hacer un calendario artístico.

Después de días y noches de trabajo, el colectivo de docentes y estudiantes publicó 50 almanaques el año 1991, en una colección que bautizaron como Gráfica del Tiempo, con temática libre, por lo que el calendario se muestra con obras maestras únicas, pegadas en algunas paredes como lo que son: obras de arte. Para ello elaboraron invitaciones hechas completamente con serigrafía.

Gracias al éxito del proyecto, el colectivo decidió lanzar otro almanaque para el año siguiente, esta vez enfocado en la llegada de la Corona española en América Latina, por lo que las obras tienen imágenes con simbologías prehispánicas como motivo de reivindicación. Para aquella ocasión no participó el maestro Hugo, por lo que Yujra se hizo cargo del proyecto junto a estudiantes y artistas ahora de renombre como Max Aruquipa, Edgar Arandia, Mónica Dávalos, Jhonny Quevedo, Fabricio Lara, Franklin Molina, Miguel Salazar y José Tórrez, entre otros.

“No teníamos horas de trabajo, ni exigencias académicas, sino que todo era espontáneo”, asegura Yujra.

El tiempo se detuvo en la Gráfica del Tiempo, pues hubo una pausa de casi 10 años. En 2012 retomaron el proyecto con una nueva generación de artistas y con otras temáticas, todas acordes con el contexto de entonces.

Cuando el tiempo de los almanaques parecía que iba a desaparecer, el Colectivo de Grabadores Bolivianos se hizo cargo del proyecto en 2015 para continuar lo que había gestado el Club de Grabado de Montevideo. Lulhy Cardozo, como estudiante de grabado y de diseño gráfico —ahora gestora cultural—, se integró al colectivo ese mismo año, animada por las obras de serigrafía que había dejado el profesor Hugo en tapas de libros de los años 90.

Para el año siguiente (2016), los artistas armaron el calendario para 2018. En esta ocasión como proyecto Martes de Ch’alla, para obtener 50 ejemplares de los calendarios hechos con técnicas mucho más osadas de serigrafía.

Algo similar ocurrió de 2018 en adelante, con la inclusión de más estudiantes y el apoyo de aquellos que en los inicios fueron jóvenes universitarios y se convirtieron en docentes o artistas reconocidos. “Lo que más me ha gustado de este proyecto es que se busca que el calendario forme parte del cotidiano de la gente, hacer que se conozca esta técnica, porque, queramos o no, la gráfica, el grabado y la serigrafía no son tan conocidos como la pintura y la escultura”, afirma Mariana Villarroel, diseñadora gráfica y gestora cultural, quien se adhirió al proyecto aquel año.

Desde 2020, Martes de Ch’alla incluyó a más mujeres y artistas de todo el país, como el colectivo Gataller,  y si bien no había apoyo institucional, siguieron la línea de la Gráfica del Tiempo, que actualmente se encuentra en exposición en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Santa Cruz de la Sierra, hasta el 22 de agosto, con participación solo femenina.

Cada año han sido impresas 13 estampas —la tapa con prólogo y los 12 meses—, con casi dos centenares de ejemplares, que reúne a 130 artistas bolivianos. Es el fruto de un maestro chileno enamorado de Bolivia, un estudiante que se convirtió en artista y luego en director de carrera, de dos gestoras culturales que siguen la posta del proyecto y mucho tiempo de trabajo para seguir haciendo una agenda de 12 meses que tiene 32 años.

Destacado

El primer órgano en Bolivia volverá a ser escuchado en la Catedral de Sucre

Gracias al apoyo de monseñor Jesús Juárez y el padre Bernardo Gantier, el valioso instrumento musical fue restaurado con todas sus características originales.

El silencio en la Iglesia Catedral de Charcas —de un día especial del siglo XVI— termina cuando los monaguillos se abren camino entre la multitud y, desde la parte superior del templo, se escucha la música del primer órgano que llegó al territorio que años después iba a llamarse Bolivia.

Un jueves de finales de 2022, a las nueve de la mañana, las campanas de la ahora Catedral Basílica de Nuestra Señor de Guadalupe resuenan en toda la plaza 25 de Mayo, como anuncio de buenas nuevas. El órgano antiguo volverá a resonar sus notas gracias a un laborioso trabajo de restauración.

A esa hora, la mayoría de las tiendas y repositorios de la capital de Bolivia abre sus puertas para atender a los estudiantes y turistas. Entre ellas se encuentra el Museo de la Catedral de Sucre, que resguarda, en sus pasadizos parecidos a un laberinto, una infinidad de joyas arquitectónicas, artísticas y musicales, como la capilla musical.

La capilla de música o capilla musical surgió durante el Renacimiento, con el objetivo de brindar el acompañamiento sonoro a las misas tridentinas, que se caracterizaban por los sacerdotes que hablaban en voz baja, en latín y de espaldas a los asistentes.

En Charcas (ahora Sucre), la capilla musical de la Catedral fue creada en 1551 con un coro pequeño que interpretaba obras del sacerdote español Cristóbal de Morales, informa Gabriel Campos Arandia, actual maestro de capilla de la Catedral de Sucre y de la Basílica Menor de San Francisco.

“La Catedral ha sido el centro de irradiación cultural en toda América, ha sido el punto más importante en la Colonia y ha tenido a los maestros de capilla más importantes de todo el continente”, afirma Campos, organista, pianista, clavecinista, cantante lírico y compositor de varias obras de música barroca.

Carmen García Muñoz, en su libro Un archivo musical americano, indica que Charcas albergó a la escuela de música más importante de la región y que pasaron grandes maestros como los españoles Gutierre Fernández Hidalgo y Juan de Araujo, y los potosinos Antonio Durán de la Motta, Andrés Flores, Manuel Mesa y Julián de Vargas, entre muchos otros.

“El repertorio escuchado incluía misas, villancicos, juguetes, sinfonías, música dramática, cantantes, letanías, salmos, vísperas, lamentaciones, magnificat, conciertos, salves, rorros,  himnos y muchas otras formas donde cantantes, instrumentistas y organistas concertaban su arte con maestría y boato  únicos en el continente”, resalta García Muñoz.

En aquellos tiempos de esplendor en la Catedral había un órgano de tipo renacentista, posiblemente traído desde España entre los años 1567 y 1570. “Según los expertos, se trata de un órgano que se encontraba en el coro alto de la capilla de San Juan de Mata, anexa a la Catedral”, indica el Campos.

Después de la independencia de Bolivia, Charcas cambió su nombre a Sucre. También se fue perdiendo la suntuosidad de los templos católicos, lo que ocasionó, por ejemplo, que el primer órgano que había llegado al país y otros instrumentos musicales fueran olvidados durante muchísimos años.

Lo mismo pasó con la capilla musical, que dejó de funcionar durante la Guerra del Chaco, a mediados de la década de los 30. No obstante, esta heredad artística no podía quedar en el olvido, por lo que la Comisión Arquidiocesana de Arte Sacro y Patrimonio —con el apoyo del padre Bernardo Gantier y del arzobispo emérito, monseñor Jesús Juárez— decidió volver a dar vida a la capilla musical de la Catedral de Sucre.

La enorme estructura blanca, construida en 1551 —de estilo renacentista, adornada en la parte superior con figuras de los 12 apóstoles y los cuatro evangelistas—, resguarda una importante colección de arte sacro, que destaca pinturas, objetos religiosos, tallados y, obviamente, instrumentos musicales.

“No era un instrumento músical, era un mueble parecido a un ropero. Los tubos estaban en el piso, rotos y aplanados; el teclado no estaba nivelado, el conducto del fuelle al órgano no existía; los cueros de los fuelles estaban perforados, tenían filtros. El instrumento estaba, realmente, en el peor estado”, rememora el actual maestro de capilla.

Hace dos años, con el apoyo económico de  Adveniat —organización de ayuda de católicos en Alemania—, Campos y Ricardo López (encargado de Conservación y Restauración del Museo de la Catedral) iniciaron el largo y fatigoso trabajo de volver a dar vida a la reliquia artística.

“La intervención ha sido interesante porque no es nada diferente a una obra de arte antigua, porque tiene los mismos elementos, tiene policromía, soporte de madera. Fueron repuestos los elementos decorativos gracias a vestigios que encontraron en la investigación”, explica López.

Campos admite que la restauración fue complicada, pues primero trasladaron el órgano al taller para desarmarlo por completo, para componer los 210 tubos hechos de aleación de plomo y estaño y trabajar la madera de cedro y el teclado de ébano y cedro.

“No se ha incluido ningún elemento electrónico ni mecánico, sino que está tal cual fue fabricado y funciona gracias a la fuerza humana”, afirma López, con respecto a que este instrumento no tiene ventilador ni motor, sino que funciona con dos fuelles hechos de madera y cuero, que deben ser activados de manera manual.

Después de tantos meses de trabajo, Gabriel se acomoda ante el órgano verde con adornos de pan de oro, mientras que Ricardo se sienta frente a los dos fuelles para moverlos de manera intercalada, con el objetivo de mandar aire de manera constante al instrumento musical.

Concentrado, con una postura parecida a los maestros de música clásica que admira, Gabriel empieza de mover los dedos con una habilidad que se transforma en agradables notas de tonadillas del archivo de la Catedral, que datan del siglo XVII.

La Catedral tiene otros dos órganos que necesitan ser restaurados: uno que se encuentra en la epístola y que se encuentra en condiciones deplorables, y otro de color celeste que se mantiene desde hace varios años en el coro alto.

La intención, ahora, es poner en funcionamiento los tres instrumentos, para que resuenen durante alguna actividad religiosa importante, que lleve otra vez al templo más importante de la antigua Charcas a su época de gloria.

¿Cuándo será el reestreno público del órgano?

La capilla musical era escuchada en misas importantes, como el día de la Virgen de Guadalupe, en la víspera, en las novenas y como parte de obras de teatro con música barroca y poesía. De acuerdo con Gabriel Campos, el órgano volverá a ser escuchado en público durante la Semana Santa en un concierto especial.

Para tener la posibilidad de ver este instrumento musical puede visitar el Museo de la Catedral de Sucre, dependiente del Arzobispado de Sucre. Se encuentra en la calle Nicolás Ortiz Nº 61, esquina plaza 25 de Mayo. Abre de lunes a viernes, entre las 09.00 y 12.00 y desde las 14.30 hasta las 18.30.

CRÉDITOS

Texto, fotos y videos: Marco Fernández Ríos (78882793)

Bolivia y Perú se unen a través de la danza en el municipio de Huarina

Una delegación del país vecino llegará del distrito de Yauyos con la danza de la tunantada, mientras que los huarineños mostrarán los pasos del qachwiri

Con la presentación de las danzas de la tunantada (Perú) y el qachwiri (Bolivia) y una feria del pescado, el distrito peruano de Yauyos y el municipio de Huarina firmarán un convenio de hermanamiento entre ambas regiones.

Una iniciativa de representantes del Centro Cultural de Promoción y Revaloración de la Tunantada – Los Tunantes y docentes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) posibilitó el hermanamiento de ambos países a través de la cultura.

Nelson Yapu, docente de la universidad alteña, cuenta que esta actividad tuvo su origen en enero, cuando fue invitado a dar una charla acerca de la influencia de la tunantada en el territorio boliviano.

En ello surgió la posibilidad de que Los Tunantes visitaran el país. “´¿Por qué no visitamos tu casa?”, le dijeron. Yapu respondió: “No hay ningún problema, pero mi casa es Huarina”.

“Qué mejor que recordar el proceso histórico de ambos países y sacar lustre de la personalidad del Mariscal Santa Cruz, que ha tenido el destino histórico de dirigir los dos países”, comenta Antonio Palacios, presidente del Centro Cultural Los Tunantes, de Yauyos, distrito de la provincia peruana de Jauja.

Huarina —ubicado a 70 kilómetros de la ciudad de La Paz— es muy representativo en este hermanamiento, pues es considerado la cuna del Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana, protector de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839).

Una manera de hermanar los pueblos es a través del arte. Por ello, la delegación peruana traerá la tunantada, una danza que se origina en Yauyos (provincia de Jauja), como sátira a personajes de la última parte de la Colonia. Algo particular es que, entre sus personajes, está el jamille, que representa al experto en plantas medicinales, es decir el kallawaya de Charazani.

“Sabemos que tunantada es un fenómeno muy fuerte en Bolivia. Eso nos ha llamado la atención y por eso hemos decidido hacer este viaje para cumplir estos objetivos”, afirma Palacios.

Por su parte, los huarineños bailarán el qachwiri, una danza no sólo de regocijo por el crecimiento y la buena cosecha, “sino también de coqueteo y enamoramiento”, destacan David Mendoza y Eveline Sigl en el libro No se baila así nomás.

La delegación peruana visitará, el viernes 27, el centro de estudios superiores de El Alto, para mostrar la danza, presentar un libro relacionado con la tunantada y firmar un convenio entre el Centro Cultural Los Tunantes, la UPEA y la Universidad Nacional del Centro.

El domingo 29, los tunantes llegarán a Huarina, donde serán recibidos con un desayuno comunitario y una serenata. Luego, los alcaldes de Huarina, Wilson Mamani, y de Yauyos, Ricardo González, firmarán un convenio de hermanamiento en el Palacio Consistorial.

Después de una demostración de la tunantada y el qachwiri en la plaza Mariscal Andrés de Santa Cruz, los bailarines se dirigirán a la cancha de fútbol, donde se llevará a cabo una feria del pescado, con la presentación musical de las agrupaciones Tajpacha Bolivia y Los Collavinos de Huarina, además de Kenny Hidalgo, intérprete peruano de la tunantada.

La delegación peruana pretende que la tunantada sea declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura).

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Miguel Carrasco (72096092)

¡Ha vuelto el Mosoj Huayna!

Después de la pandemia, la embarcación más grande del país retorna con los recorridos turísticos por el lago Titicaca

Una lancha sigue el viaje del Mosoj Huayna en el lago Titicaca. Foto: Miguel Carrasco

Cuando la bocina del Mosoj Huayna hace el primer llamado a sus pasajeros, Guaqui y todo el entorno lacustre parecen llenarse de vitalidad, ya que, nuevamente, la embarcación más grande de Bolivia volverá a apostar por el turismo, para dar la posibilidad de que más bolivianos naveguen en el lago Titicaca.

Con botes hechos a base de totora, navegantes tiwanacotas e incas surcaron el lago navegable más alto del mundo para construir lo que ahora son atractivos arqueológicos en la Isla del Sol, la Isla de la Luna y Copacabana.

“El material lítico o piedras rocosas empleadas en esa construcción, las de mayor volumen, pesan más de una tonelada, las cuales, como coinciden muchos investigadores, fueron transportadas por vía lacustre”, explica el capitán de navío Antenor Agramont, uno de los oficiales que fueron parte importante del Buque Multipropósito Mosoj Huayna, la embarcación que fue construida por la Armada Boliviana.

Guaqui —municipio ubicado en la provincia Ingavi, del departamento de La Paz— fue antaño un puerto próspero, de donde transportaban alimentos y minerales hacia el territorio peruano para su exportación a todo el mundo.

De aquella época dorada quedaron un cementerio de trenes, unos galpones amplios abandonados y un puerto que iba desapareciendo de a poco. Empero, desde hace unos años, autoridades y pobladores decidieron revitalizar al pueblo lacustre.

Por ello, gracias al trabajo de todos, el cementerio de trenes se convirtió en museo, los galpones fueron transformados en repositorio cultural e histórico de la región, y el puerto fue remozado con el apoyo de la Armada Boliviana.

En esa dirección, en la década de los 90, los jefes navales proyectaron la construcción de una embarcación que sirviera para la instrucción de cadetes, sargentos y oficiales, cuenta el teniente de navío Cristhian Doria Medina, comandante del Mosoj Huayna.

A inicios del año 2000 formaron un equipo técnico para la construcción del Buque Escuela —la primera denominación que recibió la embarcación—, que fue especializado en CIMA de Perú, en los astilleros de la Armada argentina y en la Escuela Industrial Pedro Domingo Murillo, rememora Doria Medina.

“No teníamos muchos medios, pero sobraba la capacidad; eso lo hemos demostrado y esto es la prueba, este barco de acero naval”, recalca el suboficial mayor Anastacio Apaza, quien luego desciende hacia el cuarto de máquinas para verificar el estado de los dos motores Scania —de 600 caballos de fuerza cada uno— antes de que la embarcación zarpe en el Lago Sagrado.

Lo que antaño era un Guaqui inhóspito, ahora se muestra con bríos nuevos, más aún con la presencia del Buque Multipropósito Mosoj Huayna (del quechua Musux Wayna, que significa joven nuevo).

El tercer bocinazo de la embarcación es también el último llamado para que los pasajeros la aborden. Esta vez es un numeroso grupo de estudiantes de la Universidad Central, quienes son recibidos por Doria Medina en nombre de la Armada, quien los invita a rendir honor honores a la bandera boliviana antes de iniciar el viaje.

“El zarpe siempre es distinto, tanto por la intensidad del viento como por la corriente de agua, en especial en el Lago Mayor”, cuenta el alférez Ernesto Araníbar, quien es el encargado de manejar el timón del Mosoj Huayna.

Para ello —según explica— tiene el apoyo de un mapa, a través del cual se marca el rumbo, un GPS que indica que están yendo por buen rumbo y una derrota, es decir el rumbo que seguirá la embarcación.

Estos elementos son muy importantes en el momento de la navegación, pues alguna vez, cuando se internaron en el lago durante la madrugada, la neblina densa impedía la observación desde la cabina, así es que apelaron a la ayuda del GPS, que pueden impedir, entre otras cosas, que la embarcación se lleve por delante a botes pescadores.

Las 300 toneladas del Mosoj Huayna se mueven a través de un canal en Guaqui, donde hay que tener cuidado por las aguas bajas. Luego de un par minutos, la embarcación se mueve ágil, a unos ocho nudos.

Cuanto más se ingresa al Lago Sagrado, el viento se hace más fuerte. Al mismo tiempo, pareciera ser más puro, ideal para apoyar en la baranda y contemplar el horizonte de azul intenso, que por momentos se enreda con el cielo.

“Es la primera vez que estoy en esta embarcación. Me ha llamado mucho la atención el viaje y estar junto a mi familia en un lugar tan importante”, comenta Nancy Bustillos, quien confiesa que siente el movimiento del barco, pero que tiene mareos, como algunos otros.

“Es un momento muy bonito poder compartir con mi mami, estar en un lugar tan lindo y ver este atardecer”, sostiene Giovanni Altuzarra, hijo de Nancy, quien disfruta, desde la proa, aquel panorama singular del lago que fue navegado por incas y tiwanacotas.

En la parte superior, los universitarios aprovechan el tiempo benigno para bailar y tomar fotos de la travesía lacustre, en tanto que los últimos rayos solares indican que el alférez Araníbar debe llevar al Mosoj Huayna a buen puerto. Al rozagante puerto de Guaqui.

Una travesía especial por el Día de la Madre

Por el Día de la Madre, la Unidad Operativa de Servicios de Navegación Turística (U.O.S. Navtur) ofrece un paquete especial de dos días (sábado 28 y domingo 29 de mayo), con zarpe en el Estrecho de Tiquina, primera llegada a la Isla del Sol para disfrutar de los restos arqueológicos y arribo a Copacabana, donde habrá una noche de divertimento con la agrupación PK-2 y La Secuencia. El día siguiente, la comitiva se dirigirá a la Isla de la Luna y en la tarde será el desembarco en el Estrecho de Tiquina, para el retorno a La Paz.

Para consultas y reservas, comunicarse a los teléfonos 71732835 y 73003210, o en el muro de Navtur en Facebook.

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Miguel Carrasco (72096092)

Pocollita: el paraíso está cerca

Ubicada entre El Alto y Achocalla, Pocollita es una comunidad escondida en un largo cañadón, donde hay miradores naturales y una riqueza sin igual de aves y plantas medicinales

“Poco a poco pierden las fuerzas, no quieren comer y así se van al otro mundo. Se mueren”. Mientras cuenta las leyendas que existen en este cañadón escondido,  Gregorio Quispe mastica algunas hojas de coca, sin dejar de sonreír y sin que su historia pierda interés. En ese momento está sentado en un rincón del Cuarto Oscuro, donde no se tiene que caminar de noche, pero se puede disfrutar de día, en una ruta paradisiaca entre El Alto y Achocalla.

La referencia más fácil para ubicar el inicio de la ruta es la Estación Terrena de Amachuma, que se puede ver desde cualquier parte de la urbe alteña. Visto de lejos da la sensación de que, además de la estructura que dirige el satélite Túpac Katari, no existe nada más que tierra inhóspita. Estamos equivocados.

También estamos equivocados al pensar que El Alto carece de atractivos, pues alberga al menos 18 sitios turísticos, desde la feria 16 de Julio, pasando por el nevado Huayna Potosí, hasta otros hermosos sitios naturales. Uno de ellos es Amachuma, que lleva a Pocollita, un pueblo escondido en Achocalla.

El inicio está en la última parada de la línea Morada del Teleférico, en la avenida 6 de Marzo, que lleva hacia el departamento de Oruro. Después de 10 minutos de recorrido en vehículo se avistan las enormes antenas de la estación terrena. Entonces, la emoción aumenta, al saber que la caminata comenzará dentro de poco.

El coche se detiene en Amachuma, una comunidad del distrito 10 alteño, cuyos pobladores se dedican a la agricultura y a la ganadería. Ahí, la planicie está cortada por una quebrada, que hace de este terreno un enorme mirador de la Cordillera Real.

El viento es más intenso de lo acostumbrado, aunque no deja de ser agradable, más aún tomando en cuenta que hay cielo despejado y sol intenso. Desde ahí comienza la aventura, ya que el guía solicita caminar con calma y guardar silencio, porque hay que ver vizcachas (Lagidium viscacia).

Con mucho sigilo, cada uno de los visitantes avanza en cuclillas, con el viento y las pisadas en el pasto seco como único sonido. El premio llega al instante, pues a unos 20 metros se vislumbra la figura de un par de estos roedores de cola ancha.

Hay que mirar con detenimiento cada rincón de esta quebrada, debido a que las vizcachas se mimetizan con el lugar. Un pequeño movimiento hace dar cuenta que no sólo hay dos ejemplares, sino otros más, que, en este día de suerte, pareciera que esperan ser fotografiados.

Para algunos, este espectáculo natural sería suficiente para completar una ruta turística, pero apenas es el comienzo, tomando en cuenta que hay que descender desde los 3.900 msnm de Amachuma hasta los 3.600 de Pocollita.

Desde ahí se observa una extensa quebrada, que parece perderse en el horizonte. El guía extiende el brazo y señala al final, para informar que allá, a lo lejos, es el final de la ruta.

Antes del descenso, el guía se detiene en el inicio del recorrido, donde reúne a los caminantes para ch’allar con alcohol, con el fin de que los achachilas dejen ingresar a este territorio misterioso. De manera paralela, cada uno escoge cuatro hojas de coca, las junta con ambas manos y sopla a los cuatro puntos cardinales, para solicitar la protección del Illimani, Huayna Potosí, el lago Titicaca y el Sajama, los seres telúricos que protegerán esta aventura.

En menos de cinco minutos de caminata, el viento intenso ha desaparecido y un calor seco pero agradable se apodera del cuerpo, mientras los ojos no dejan de moverse de un lado a otro para admirar el paisaje, un extenso cañadón de formaciones que terminan en pico y que se formaron en miles de años, ya sea por las lluvias, el sol o el viento, o por los tres fenómenos juntos. En miles de años.

En esta caminata es preciso mirar a todos lados, porque el intenso aroma a plantas invita a observar el suelo y preguntar qué variedades existen —desde los interesantes zapatitos hasta q’oa—, mientras que en el cielo se disfruta el vuelo constante de alkamaris o Marías (Phalcoboenus megalopterus), kili kilis (Falco sparverius), alguna dormilona nuquirroja (Muscisaxicola rufivertex) o gallinazos (Cathartes aura). Un espectáculo por donde se dirija la vista. El premio, al final de la ruta, son los colibríes.

¿Qué significa Pocollita? Este territorio seco, que forma parte del valle interandino, alberga gran cantidad de puq’i (voz aymara pronunciada como poq’e), tierra fina que antaño servía para limpiar las ollas de aluminio.

A partir de ahí, otro elemento natural acompaña, hasta el final, el recorrido, se trata del río Milliri, que, según la explicación del guía, es una vertiente que viene desde el lago Titicaca.

La caminata continúa por unos senderos angostos, pero todo se compensa con las aves que se ven en el cielo y con las formaciones que hay en el cañadón, con cuevas que parecen lleva a algún lugar misterioso.

Después de unas horas de paseo agradable se lleva a Pocollita, comunidad perteneciente al municipio de Achocalla, donde viven casi 70 personas. Los caminantes descansan en el patio de una de las casas de adobe y techo de calamina, adonde Modesta Choque llega con un aguayo y un balde.

Mientras se desarrolla una charla amena, Modesta sirve una sopa de triguillo, el plato indicado para empezar a reponer energías. “No caminamos de noche porque es oscuro y podemos caer en uno de los barrancos”, dice la mujer de blusa floreada, pollera café, sombrero claro y sonrisa sincera.

“Todo lo que están comiendo los producimos aquí”, afirma con orgullo y tiene razón, ya que en estas tierras se produce papa, cebolla, repollo, lechuga, haba, cebada, avena, trigo, arveja y quinua, especialmente.

Un ejemplo de ello está en un atado pequeño, que cada visitante recibe después de tomar su sopa. Al desatarlo, cada uno ve con sorpresa y agrado que se trata de un fiambre compuesto por haba, papa, chuño, queso y tortilla, acompañado por un platillo de llajua que desaparece en pocos minutos.

Luego de un breve descanso y la observación de colibríes, el itinerario lleva más abajo, a un cañadón estrecho, donde habitan los sajras (demonios). Don Gregorio aparece antes de ingresar a este espacio estrecho.

Con una chompa deportiva que tiene el escudo del Gremio brasileño, pantalón plomo y abarcas bien utilizadas, una gorra negra, un saquillo atado a la cintura y un hacha, el anfitrión comienza por hablar del Cuarto Oscuro (Chamak’uta), un lugar estrecho adonde apenas llegan los rayos del sol.

Según cuenta, por ahí suele aparece un sajra con forma de ave, que vuela para hallar a una persona enferma, con el fin de llevarse su ajayu. “Poco a poco pierden las fuerzas, no quieren comer y así se van al otro mundo. Se mueren”, asegura.

Camina despacio y sin dejar de contar leyendas, como que, a las seis de la tarde, este espacio se oscurece completamente, por lo que es necesario encender una linterna. “Este lugar es un sajrani. Los tíos vivían aquí, los tíos malos, las aves malas. Cuando la gente pasaba por aquí, borracha o para dormir, se levantaba enferma”.

De acuerdo con su explicación, las personas ebrias que pasan por el Cuarto Oscuro suelen alucinar con un edificio grande, donde una bella mujer los espera para descansar. Al día siguiente, la víctima despierta en un hueco de tierra, de donde se suele levantar con mucho cansancio.

“En ese momento puede lamentarse, porque está sin ganas, con el cuerpo dañado, sin ajayu. Se puede enfermar poco a poco”, dice Gregorio, quien recomienda que de inmediato se debe visitar a un yatiri para sacrificar un animal, para cambiar su mala suerte y salvar la vida.

Ahí también, algunos músicos dejan afinar sus guitarras o mandolinas con el sirinu. Resulta que en las noches apoyan sus instrumentos musicales en uno de los rincones. Entonces esperan a que el viento (sajta) interprete bellas canciones.

En ese momento, los músicos lanzan una lata para espantar al espíritu. Cuando vuelven, “la guitarra o mandolina de por sí llora, es bien lindo”. Este pacto tiene una condición: el músico puede tocar sus mejores canciones, pero no puede embriagarse, porque se le aparecerá una mujer bella, que lo llevará al Cuarto Oscuro para quedarse con su ajayu.

Es momento de retornar porque la oscuridad se apodera de este lugar, pese a que afuera hay un sol intenso. La caminata de subida es más corta, ya que un vehículo aguarda cerca de la casa de doña Modesta, que espera sonriente que más gente conozca este rincón alejado de la vorágine de las ciudades, donde las aves vuelan sin temor, tal vez porque hay sajras que cuidan este paraíso del valle interandino.

¿Con deseo de más?

Para disfrutar de la experiencia de Pocollita, la agencia Turismo El Alto ofrece el paquete de un día completo, que incluye la observación de vizcachas, fotografías en al menos cuatro miradores, avistamiento de aves y explicación de la flora, almuerzo tradicional, visita a El Cuarto Oscuro (Ch’amakuta), con todas las medidas de seguridad y de bioseguridad, k’oa a la Pachamama y recuerdos de la visita.

El punto de partida es la avenida 6 de Marzo, entre las calles 1 y 2 (frente a Infocal), a las ocho de la mañana. El retorno está programado para las cinco de la tarde.

El paquete, que está disponible todos los domingos, tiene un precio promocional de 99 bolivianos para quienes mencionen el blog Marco Vínculos.

Para reservaciones o preguntas, llamar a los teléfonos 69940021 y 78770103, o en la oficina central, ubicada en la calle Montevideo Nº 188, casi esquina Capitán Ravelo (a dos cuadras de la UMSA).

Texto: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos y videos: Mauricio Aguilar, Mariela Medina y Marco Fernández Ríos

Cuidado de edición: Escriteca (70563637)

Este material contiene información elaborada exclusivamente para Marco Vínculos. Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la previa autorización del autor. Gracias por la comprensión.

Skyrunning, hasta los 5.435 metros del Chacaltaya

Más de 140 corredores aceptaron el desafío de correr a través de un camino empinado, con rocas, nieve, bajas temperaturas y frío, en uno de los cerros de la cordillera de los Andes

Un competidor pasa por la parte más alta del Chacaltaya, durante el skyrunning. Foto: Marco Fernández Ríos.

A los 4.576 msnm del mirador Jilarata, con luz tenue y un viento intenso que no hace prever que va a nevar, Lourdes Aquino calienta para correr 33 kilómetros de tierra, rocas y nieve. Con un pantalón y rompevientos negros, hace estiramiento de piernas y calentamiento en el sector donde bifurcan dos caminos: uno que lleva al imponente Huayna Potosí y otro que transporta al enigmático Chacaltaya, adonde ella y otros 143 corredores subieron como desafío a la naturaleza y a ellos mismos.

Resumen del Skyrunning Chacaltaya 2021 (Mauricio Aguilar)

Desde 2016 que Skyrunning Bolivia —organización deportiva afiliada a la Federación Boliviana de Ski y Andinismo (Febsa)— lleva a cabo competencias en las que no sólo se trata de correr, sino también bajar y subir cerros, escalar, llegar a alturas considerables y retar las inclemencias del tiempo.

Hace cinco años empezaron con una competencia entre Milluni (distrito 13 de El Alto) y el cerro Charquini. Luego continuaron con el Pico Austria, Sajama, Sorata y con Chacaltaya, que para Ragna Debats, campeona mundial de trail 2018, es un verdadero skyrunning.

“Antes eran 20 kilómetros, pero desde hace tres años que ampliamos a 33 kilómetros”, informa Paolo Choque, director de Skyrunning Bolivia, quien después enciende el altavoz con el fin de convocar a los corredores para iniciar el reto deportivo.

Con delegaciones provenientes de La Paz, Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, además de Francia y otros países, el Skyrunning Chacaltaya de este año —la primera carrera del calendario anual— se dividió en tres categorías: ocho kilómetros (promocional), 18 kilómetros (juvenil) y 33 kilómetros (válido para el campeonato, que permite representar al país en torneos internacionales).

“Lo más importante de esta actividad es que es beneficioso para la salud, lo digo por experiencia, porque te sientes más fuerte para soportar más tipos de retos”, comenta Lourdes, quien añade que empezó a correr bajo el influjo de su padre (Juan de Dios Aquino), un pionero en carreras por montaña.

Con la asistencia de vecinos de Milluni y de Lidia Huayllas, concejala electa de la urbe alteña, los 40 competidores de 33 kilómetros se ubican detrás de la cinta de partida. Con la cuenta regresiva dicha al unísono y el ¡arranquen!, un bloque avanza hacia los 5.435 de la cima del Chacaltaya.

Al ver el horizonte, da la impresión de que montaña está lejana. Por ello, pareciera inverosímil que estos deportistas logren la hazaña de llegar, al menos, a la mitad del recorrido, ya que después de pasar por un camino plano, en las faldas del cerro aparece una vía ascendente que se mezcla con piedras oscuras y filosas.

Hace un par de décadas, el Chacaltaya se ufanaba de ser el campo de esquí más alto del mundo. Por ello llegaban esquiadores de todas partes del orbe, lo que posibilitó que construyeran un funicular y un refugio.

Como consecuencia del calentamiento global, la nieve desapareció poco a poco, hasta que —a inicios de los años 90— el manto blanco dejó de cubrir esta montaña de la Cordillera de los Andes. No obstante, ha nevado en las recientes semanas, por lo que da la impresión de que este cerro hubiera recuperado su esplendor.

Cuanto más avanzan, el bloque de deportistas se va separando. Los más rápidos y resistentes se ubican adelante, mientras los otros no cejan en su intento por también llegar a la meta. La primera parte es subir un camino ondulante, que por momentos se interrumpe por nieve resplandeciente. Lo que para la mayoría sería una ascensión de horas, para estos guerreros es —o parece— una etapa fácil de lograr.

Resumen del Skyrunning Chacaltaya 2021 (Marco Fernández Ríos)

“Nuestra expectativa es que más gente se anime a correr en montaña. Queremos que no le tengan miedo a la montaña”, sostiene Choque. En esta etapa, al ver el paisaje que rodea la carrera, no quedan dudas de que más personas se animarían a engrosar la lista de competidores del skyrunning.

“Para mí, correr es el mejor deporte porque tienes libertad de acción de rutas, es económico, ya que sólo necesitas un par de tenis”, asegura Juan José Chávez, un ingeniero electrónico que, agobiado por el estrés laboral, comenzó con dos cuadras, continuó con cuatro, “de repente estaba corriendo dos kilómetros y sin darme cuenta hice más de 15 kilómetros”.

Cuesta mucho respirar cuando se asciende más de los 5.000 msnm, aunque como premio obtienen una vista privilegiada de nevados, lagunas y gran parte de La Paz y El Alto. La otra recompensa del esfuerzo físico es llegar al refugio, que tiene como vecinos una pirámide de metal y vidrio, además de una infraestructura antigua que ahora protege el mecanismo que hacía funcionar el funicular.

A pesar de ser una subida pronunciada, los competidores avanzan rápido y de repente se encuentran en la parte superior de uno de los picos del Chacaltaya. Es innegable sentir alegría al observar nieve en la montaña, esta mañana del 27 de marzo.

“En la cima se siente un ambiente único, es indescriptible, es como estar en el cielo. Me encanta experimentar ese tipo de sensaciones”, confiesa Lourdes, quien a pesar de su cansancio no deja de mostrar una sonrisa de satisfacción.

Como ocurre en varias etapas de la carrera, en la parte superior hay un equipo del Grupo de Rescate en Montaña Bolivia (GREM) que vigila que cada integrante de la competición se encuentre en buenas condiciones.

Lo que parece la cúspide es apenas el comienzo de los más de 5.400 msnm. Luego de pasar el punto de control, los corredores deben guiarse por unas banderillas rojas. En ese espacio no hay más sonido que el viento, que mueve la neblina para cubrir todo el cielo.

“Es una conexión con la montaña que no la encuentras en la ciudad. Tienes que estar en una cima para tener esa experiencia”, sostiene Yessica Vera, líder del club Jukumari Runners y una de las principales representantes de esta disciplina.

Al contrario de lo que se piensa, en la cima hay subidas y bajadas, donde los competidores dejan de correr para trepar o descender con cuidado, con tal de seguir avanzando, por entre rocas, piedras y nieve.

“Mi motivación es mi familia. Mi familia, mis niños, mi esposo, ellos. Siempre los imagino esperándome en la meta. Por eso tengo que lograrlo”, afirma Pamela Cusicanqui, una de las primeras competidoras en atravesar la parte más alta de la carrera.

Otro estímulo para continuar es el fondo, un cerro bañado con nieve, con el cielo completamente blanco. ¿Vale la pena? “¡Claro que vale la pena. Siempre!”, dice Juan José, quien da la impresión de haber empezado a correr en el cerro, pues además de su paso raudo, luce una sonrisa de satisfacción que sólo puede otorgar estar a esa altura.

“Siempre digo que mi mayor pelea va a ser contra el tiempo. Mi mentalidad ahora era ir y ganar”, comenta Fredy León, quien comenzó a correr a los 16 años, en competencias callejeras de cinco a 10 kilómetros. En esta ocasión, a sus 22 años, se convirtió en una especie de chasqui, que completó los 33 kilómetros en tres horas, 24 minutos y 25 segundos, récord en esta clase de pruebas.

Con una lluvia tenue, temperatura muy baja y barro que se queda en las zapatillas, cada uno de los corredores cruza la meta ubicada en Milluni. “Cruzar la meta significa muchas cosas, es cumplir un reto, haber pasado obstáculos. En la meta hay gente que te quiere y que quieres. La sensación de pasar la meta es muy linda”, dice Cristina Copa, primer lugar en los 33 kilómetros, categoría femenina.

Cada vez que algún corredor se acerca al final del recorrido, una campana lo hace saber al público, que aplaude cada llegada y cada abrazo que reciben de amigos o familiares, en un desafío a más de 5.000 msnm, donde siempre estará el hermoso Chacaltaya.

Los ganadores del Skyrunning Chacaltaya 2021

El sábado 27 de marzo se llevó a cabo el Skyrunning Chacaltaya. Con la participación de más de 140 competidores y la organización de Skyrunning Bolivia, ésta es la lista de los primeros puestos en las categorías 33 kilómetros, 18 kilómetros y ocho kilómetros:

Categoría 33K (varones)

  1. Fredy León Mamani (03:24:25)
  2. Javier Huanca Apaza (04:01:23)
  3. Ramiro Loza Herrera (04:03:35)

Categoría 33K (damas)

  1. Cristina Copa Zárate (05:03:41)
  2. Pamela Cusicanqui Olivares (05:17:56)
  3. Esperanza Callisaya Quispe (05:31:25)

Categoría 18K (varones)

  1. Milton Yujra Solares (01:47:35)
  2. Ronal Mullisaca Machaca (01:48:08)
  3. Rodrigo Botetano Aliaga (01:48:17)

Categoría 18K (damas)

  1. Carolina Sánchez Orihuela (02:33:08)
  2. Noemí Huanca Sosa (02:33:38)
  3. Esperanza Cruz Mollo (02:44:33)

Categoría 8K (varones)

  1. Ángel Rivera Roque (00:54:03)
  2. Danny Terán Ferrufino (00:54:36)
  3. Jhomar Blanco Zambrana (00:58:36)

Categoría 8K (damas)

  1. Cecilia Mamani Guaraya (01:07:54)
  2. Daysi Saavedra Mejía (01:08:22)
  3. Isabel Peñaloza Ortiz (01:10:48)

Texto y videos: Marco Fernández Ríos (78882793)

Fotos: Marco Aguilar, Josué Cortéz y Marco Fernández

Fotos : Mauricio Aguilar y Marco Fernández

En las fauces de Coroico

Hace falta un día para disfrutar la experiencia del cañonismo, una actividad extrema en la que se practica senderismo, rapel, escalada y algo de nado, y que se encuentra a cuatro horas de la urbe paceña

Metros abajo de la calurosa tierra coroiqueña hay un cañón estrecho para seguir avanzando. En ese momento es difícil no sentir un poco de miedo, más aún cuando el guía hace un nudo de cuerda en el mosquetón que sujeta el arnés que, a la vez, sostiene todo el cuerpo. El dedo pulgar levantado es la confirmación de que ha llegado el momento de bajar a las fauces de la Garganta del Diablo, una de las rutas más enigmáticas de El Vagante Canyoning.

Después de dos horas y media de viaje desde la Terminal de Minasa, en La Paz, el minibús llega hasta la plaza principal del municipio de Coroico, capital de la provincia Nor Yungas. Ahí, en una de las esquinas, espera Lucio Mendoza, guía de cañonismo y vecino de Santa Rosa de Vagante, la última comunidad antes de adentrarse en la selva yungueña, una zona repleta de atractivos naturales, como pozas, vegetación exuberante y cascadas.

En 2009 fue todo ese potencial lo que convenció a un grupo de jóvenes a elaborar un proyecto para atraer a más visitantes a esta región coroicoqueña. Entre los emprendedores estaba Lucio, quien ahora lidera El Vagante Canyoning, una empresa comunitaria que se dedica a la práctica del cañonismo.

Canyoning, cañonismo, barranquismo o descenso por barrancos es un deporte extremo completo, ya que permite practicar senderismo, escalada, natación y rapel (descenso con cuerda por superficies verticales), todo ello con la incógnita de lo que pueda pasar con la naturaleza caprichosa.

Luego de una corta presentación, el guía lleva al grupo hacia donde se encuentra el vehículo, que sale de aquellas calles angostas y atiborradas de coches hacia un camino de tierra que rodea varios cerros, en un recorrido que termina casi media hora después, en una curva abierta donde hay que adentrarse en la vegetación, por un sendero casi imperceptible, a través de maleza que esparce el aroma de plantas y una humedad que aumenta cuanto más avanza la caminata.

Lucio valora la llegada a Coroico del español Diego Cabanillas, un experto en instalación de rutas para deportes extremos. “Fue quien nos asesoró como técnico en barranquismo, así es que comenzamos con él para capacitarnos e implementar la ruta de El Vagante Canyoning”, dice mientras pasa por estrechos pasos de tierra, casi imperceptibles por la maleza.

La caminata concluye en un riachuelo, donde reparten el equipo de seguridad para practicar el cañonismo: un traje de neopreno —para prevenir la hipotermia y proteger el cuerpo ante posibles arañazos—, un casco de seguridad ante probables caídas o choque con rocas, arnés, descensor y mosquetones. Después de la explicación sobre los protocolos de seguridad, los guías Lucio Mendoza y Cristiam Villca caminan en dirección del curso de la corriente para ingresar a los cañones por un sendero angosto de dos rocas amplias y oscuras, protegidas por una vegetación perenne.

“Hay mitos y leyendas sobre todos los cañones”, asegura Lucio antes de asegurar que en las noches moran malas energías y que, incluso, han dejado raras enfermedades a quienes han osado pasar por esta zona sin pedir permiso.  La Garganta del Diablo no es la excepción, más todavía por la casi completa oscuridad, los espacios angostos y porque las paredes dan la sensación de estar atravesando por las fauces de un ser enigmático.

Lucio y Cristiam manifiestan que es muy importante la capacitación constante. Es por esa razón que hace un par de años trajeron cañonistas colombianos para hacer exploraciones y brindar cursos básicos. Otro mentor es el español Eduardo Gómez, con experiencia de 30 años en estas actividades, quien en una visita a los Yungas exploró 10 cañones, un récord sudamericano. Todo ello influyó para que El Vagante Canyoning organizara un encuentro internacional el año 2019, en el que participaron representantes de Estados Unidos, Francia, Suecia, Alemania, República Checa, Brasil y Chile, y que ahora planeen llevar a cabo una actividad mundial.

De todas estas prospecciones, El Vagante Canyoning identificó una decena de rutas comerciales, con diversos tipos de dificultad, como El Vagante, Concepción y San Félix, que son sencillos de atravesar; Río Negro, al que se puede acceder de acuerdo con la temporada, y la Garganta del Diablo, considerada una de las mejores. Habrá que comprobarlo.

La visita a uno de estos sitios nunca será igual debido a los factores climáticos, como una lluvia de hace dos días que ha ocasionado que esta ruta, que generalmente representa un nivel dos —es decir fácil—, llegue a un nivel cinco, lo que da más emoción al recorrido, aunque implica más esfuerzo y más cuidados.

“Todos los descensos en la Garganta del Diablo tienen su complejidad. Hay algunos que pueden ser muy fáciles, pero hay sectores en los que se debe pasar debajo de rocas”, advierte Lucio.

El inicio no puede ser mejor: una cascada de aproximadamente tres metros de alto, donde no hay tiempo para dubitaciones. Cristiam sujeta la cuerda en el descensor que sostiene el arnés, da las indicaciones de cómo bajar y se hace a un lado para que el cliente haga el primer descenso, una especie de gradería de rocas que, por el caudal del río, no se puede ver.

Una última mirada al lecho de agua y una respiración profunda son la antesala para iniciar un recorrido que no tiene retorno. De espaldas a la bajada, con la mano izquierda sujetando la parte superior de la cuerda y con la mano derecha sosteniendo la soga a la altura de la cintura, de a poco se lleva a cabo la progresión por en medio de la bajante. Hay que estar concentrado, más todavía cuando el agua golpea el cuerpo y los pies resbalan en las rocas resbalosas.

Con el agua a la altura de las rodillas y el primer descenso conseguido, protegidos por un cañón estrecho y una maleza que tímida se acerca al lecho, ahora resta atravesar otros 11 descensos. Algunos son sencillos en relación con el primer escollo. En cambio, otro parecen imposibles de pasar, pese a que los guías lo hacen sencillo.

En algunas partes calmadas se logra escuchar el trino de las aves, especialmente loros que están casi 150 metros arriba. En otros casos sólo se siente el descenso violento del agua, que genera cierta zozobra para continuar.

“Como todos, en un principio yo también sentía miedo, pero lo superé con años de práctica”, sostiene Cristiam, quien empezó a practicar cañonismo desde sus 15 años y ahora, 11 años después, es uno de los mejores exponentes de este deporte en Bolivia.

Por momentos, la corriente es tan fuerte, que empuja el cuerpo con violencia, lo que dificulta seguir avanzando. No obstante, antes que amilanar las ganas, las exalta, a pesar de que abajo espera una poza donde se pueden perder lentes, cámaras o teléfonos celulares. Esta vez se perdieron unos lentes.

Los cañones son angostos y oscuros, con una poza aparentemente profunda en la parte inferior y con la corriente intensa. En ese momento es imposible dejar de sentir cierto temor y, al mismo tiempo, mucha emoción por atravesar la siguiente cascada, bajar por toboganes naturales, sumergirse en pozas y caminar por una ruta donde no sólo se deja los lentes, sino también una parte del espíritu aventurero.

Aventura de un día

Para disfrutar una jornada llena de adrenalina sólo hace falta un día. Para practicar cañonismo sólo se necesita llegar a la plaza principal de Coroico, donde los guías de El Vagante Canyoning recogen a los visitantes para ir hasta la comunidad El Vagante, donde se desarrolla una jornada de aventura extrema.

Además, como empresa comunitaria presta servicios en el diseño, asesoramiento y ejecución de proyectos en turismo de aventura, en especial en cañonismo, con apertura, equipamiento y capacitación para las personas que así lo requieran.

El costo del paquete es de Bs 350, que incluye transporte desde Coroico hasta los cañones, guías especializados, equipo completo de seguridad y refrigerio. Para hacer reservas se puede llamar a los teléfonos +591-73257647 o +591-73024974. También a través de la página www.elvagante.com, en el muro El Vagante Canyoning en Facebook.

Texto: Marco Fernández Ríos

Fotos y videos: Cristiam Villca

Cuidado de edición: Escriteca (70563637)